
El Presidente Chino, Xi Jinping y el Presidente de Ecuador, Rafael Correa. AP Photo/Dolores Ochoa. Todos los derechos reservados.
Mantener el poder es el objetivo esencial de la política según Maquiavelo y para ello el príncipe o gobernante puede obrar por encima del bien y del mal, romper pactos o incumplir su palabra, porque a fin de cuentas lo que está en juego siempre es la conservación de su dominio. Si en determinado momento el interés de la patria exige traición o manipulación, se comete sin importar las contradicciones, más aún si se cuenta con la influencia de los medios de comunicación.
En Ecuador, los recientes conflictos sociales, ambientales y territoriales provocados por la minería en Nankints-Morona Santiago, han activado nuevamente una campaña propagandística propiciada por el gobierno. Con ella pretenden minimizar los impactos sociales y ambientales de las comunidades y pueblos indígenas afectados por las concesiones mineras y generar un clima de opinión favorable hacia la política extractivista del régimen. Es una táctica discursiva que enfatiza la polarización y que produce una imagen negativa de Ellos (los violentos), combinada con una representación positiva de Nosotros (los civilizados que defienden el progreso).
El análisis crítico que de este discurso hace Teun van Dijk (autor de Racismo y Análisis crítico de los medios) y de la manera cómo opera el racismo en la dimensión simbólica del discurso periodístico, han demostrado que el prejuicio es una forma eficaz de dominación social, ya que contribuye a construir modelos mentales negativos sobre los Otros - en este caso, los disidentes del extractivismo.
El gobierno de Ecuador se siente amenazado por el desacuerdo de sectores indígenas con la política extractivista. Por eso, la necesidad de construir y mantener ciertos niveles de consenso social en torno a la idea del desarrollo y la “minería responsable” es imperativa. En términos de gobernabilidad, lo que pretende la propaganda es negar el conflicto. Desde el punto de vista oficial, la minería no es un problema para el país, la molestia la provocan los Otros, que no terminan de entender que “el Ecuador ya cambió” - por tanto, sus demandas no tienen legitimidad alguna.
“Ellos son diferentes”
El gobierno apela constantemente en sus discursos a “rechazar la violencia, venga de donde venga”, como una forma de cohesión de la opinión pública. El rechazo a la violencia es un valor compartido socialmente, un acuerdo tácito incuestionable que se utiliza políticamente para imponer una opinión dominante - la verdad oficia l- y la deslegitimación de los Otros, a los que se representa como menos racionales que Nosotros.
Según Van Dijk, enfatizar la diferencia es uno de los primeros rasgos del discurso racista. Los Otros son catalogados como “exóticos”, pero todos con idénticos patrones de conducta - son los que Correa define como “los mismos de siempre que se oponen a todo”-, mientras que se enfatiza la diferencia con Nosotros, es decir “la mente lúcida”. El mensaje que nos deja el gobierno es claro: quien sea compatible con la paz y la convivencia civilizada, no puede respaldar las acciones “bárbaras” de quienes se oponen al desarrollo.
“Ellos son perversos”
Otra forma de control social, es destacar “la perversidad del comportamiento de los Otros, que les lleva a romper y no cumplir nuestras normas y reglas”.
Mientras los medios privados se quedan en el registro de los hechos, los medios públicos, alineados con la propaganda del gobierno, lejos de propiciar la deliberación pública se encargan de construir una mirada parcializada que reafirma estereotipos negativos. Posicionan a los indígenas shuar como “invasores”, “violentos sin fundamento”, “desestabilizadores”, irrespetuosos de la autoridad y de la propiedad privada. En este punto, el mensaje del oficialismo es evidente: Ellos tienen que ser disciplinados y adaptarse a nuestras normas. Por ello, sus causas no pueden ser bien recibidas por la sociedad ni vistas como una forma de reivindicación de sus derechos, cerrando así toda posibilidad de diálogo y debate.
“Ellos son un peligro”
El Estado es el principal promotor de la minería, y por eso su discurso señala como un peligro todo acto de resistencia de la población indígena shuar. El mensaje oficial sentencia: Ellos son un peligro porque ahuyentan la inversión extranjera, porque nos niegan el desarrollo, porque amenazan la estabilidad democrática.
Es evidente que no se trata solamente de un conflicto de tierras y de la oposición “primitiva” de grupos que no comparten la visión de “progreso”, como pretenden hacer creer desde la propaganda oficial. Lo que está en juego es la preservación de la vida y la democracia, que se ponen en riesgo con las nuevas formas de dominio y los intentos de implantar una dictadura basada en el consenso mediático como mecanismo de control.
De aquí se desprenden otros problemas respecto a los efectos que la censura oficial genera en los públicos. Para los ciudadanos-espectadores, muchas veces ajenos a la realidad de los pueblos amazónicos, la reacción más inmediata es asumir como cierto el discurso del régimen. La apatía es otra forma de construir consenso desde el poder – es lo que Sartori denomina “consenso sin consentimiento”: una indiferencia generada como mecanismo de conformidad que se refleja en la confusión, indiferencia y abstencionismo de la población frente a una problemática que asume como ajena.
Cuando no se reconoce la legitimidad del Otro en el valor de su diferencia, se impone la razón de Estado y un solo marco de comprensión de los sucesos. Es una representación hegemónica que silencia al adversario y que es capaz de influir en las lecturas y actitudes de la gente frente a los conflictos. Aceptamos las reglas del juego del poder cuando empezamos a dar más valor al consenso oficial que al disenso democrático.
Mientras la propaganda justifica la intervención violenta de la policía y de las fuerzas armadas en los desalojos de Nankints, de los que representan la “diferencia, perversidad y peligro” para la sociedad, la población indígena shuar permanece profundamente aislada. Este aislamiento no es sólo territorial: se les excluye desde la palabra y el imaginario colectivo, se les invalida como interlocutores desde el discurso, la consolidación del estigma de “violentos” y lecturas colonialistas que contribuyen sutilmente a la reproducción del racismo como una forma de dominación étnica aún vigente en pleno siglo XXI.
En esta estructura económica edificada desde intereses ajenos a la cosmovisión indígena no cabe su participación – ni la nuestra – en el destino del país, no encaja la inclusión de la mirada de todos los pueblos y comunidades, menos aún de aquellos que buscan la defensa de los derechos de la naturaleza por encima de los intereses mezquinos de acumulación.
Este artículo fue publicado previamente por Lalineadefuego.
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