Del resultado depende también la supervivencia de la Amazonia y sus efectos en el cambio climático. Bolsonaro ha sido un enemigo frontal del medio ambiente, dando carta blanca a los explotadores sin escrúpulos de los recursos naturales. Durante su mandato ha deslegitimado las instituciones que protegen la cuenca y sus habitantes, ha despreciado a los indígenas, ha permitido la proliferación de la minería ilegal y la entrada de petroleras a la Amazonia brasileña, que registró este año los mayores índices de deforestación en su historia.
La segunda vuelta del domingo 30 de octubre llega en un clima de polarización extrema, marcado por una agresiva campaña ultraderechista de odio y desinformación.
Lula, de 76 años, encabeza una amplia coalición de partidos unidos en defensa de la democracia. En la primera vuelta, le sacó 6,4 millones de votos al ultraderechista Bolsonaro y 5,4 puntos porcentuales. Sin embargo, los sondeos indican que esta vez el resultado lo definirá una foto finish.
Bolsonaro, de 67 años, le pisa los talones a Lula, incluso después de protagonizar varios incidentes desfavorables, como el escándalo generado por un comentario sexual que hizo sobre unas menores venezolanas o la reacción violenta de uno de sus aliados al ir a ser detenido por ofender seriamente a una juez del Tribunal Supremo.
Para compensar el coste de estos escándalos, el presidente marcó un gol en la campaña el sábado 23, cuando el futbolista Neymar JR pidió el voto para él durante una transmisión conjunta por YouTube, en la que hablaron sobre la Copa del Mundo, valores y libertad: “El Mundial está cerca. Todo sería maravilloso. Bolsonaro, reelegido; Brasil, campeón y todos felices”, dijo el crack del París Saint-Germain. Un millón de internautas lo seguían en directo. Apelando al ultranacionalismo emocional que encarna el futbol, Bolsonaro entendió que se vota más con el estómago que con la cabeza.
Salvo que alguno de los dos cometa un error irreparable, el último debate televisivo, que se celebrará este viernes 28, dos días antes de la jornada electoral, podría resultar decisivo para decantar la intención de voto de los brasileños indecisos.
Bolsonaro y Lula proponen modelos antagónicos, entre un neoliberalismo autoritario, depredador y ultraconservador, y una socialdemocracia light, que apela a la diversidad, a la justicia social y a los buenos sentimientos. Pero lo que está en juego es la supervivencia de la democracia brasileña, debilitada sistemáticamente por un presidente que trata como enemigos detestables a la oposición y a la prensa crítica, y que cuestiona sistemáticamente al Tribunal Electoral y al Tribunal Supremo, siembra dudas sobre las fiabilidad de las urnas electrónicas y quiere a las Fuerzas Armadas vigilando la votación y el recuento, adelantando que denunciará fraude en caso de derrota. El temor a asaltos violentos de los bolsonaristas, siguiendo el guión que dibujó Trump el 6 de enero del 2020, está muy extendido por todo el país.
La disputa por los votos de los indecisos, los votos en blanco (5%) y los abstencionistas (21%) es feroz. Ambos candidatos usaron munición de gran calibre en las redes sociales, pero en el uso de la mentira, la difamación, el insulto y la desinformación aguda, los bolsonaristas llevan claramente la delantera desde que probaran su eficacia en la anterior elección del 2018.
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