Pero ha llegado el momento de reconocer que la crisis sanitaria no ha sido suficiente para que Brasil valore y dé prioridad a las políticas de salud universal e inclusiva. El clamor por el fortalecimiento los sistemas de salud pública no han tenido un eco tan fuerte por aquí.
Por el contrario, vemos cómo el bolsonarismo avanza sobre el Ministerio de Salud, ahora militarizado, comprometido a sabotear el aislamiento social, destruir la gobernanza federal del SUS, promover píldoras mágicas y maquillar las muertes. Vemos los estados y municipios en la lógica del cada uno por sí mismo y del sálvese quien pueda. Y el sector privado es indiferente al cambio a favor del bienestar colectivo.
Podríamos, en este momento, estar discutiendo estrategias para la expansión y la calificación de la prestación pública desmercantilizada en todos los niveles de atención. Reorganizando el fortalecimiento de la gestión pública, de la producción de insumos estratégicos, de manera integrada con el desarrollo científico y tecnológico, y recuperar la capacidad de las universidades públicas y los hospitales universitarios.
Podríamos estar buscando formas de invertir la prolongada precariedad y externalización del SUS, que nos ha dejado con un sistema fragmentado e insuficiente, en el que los profesionales de la salud subvalorados tienen múltiples vínculos y terribles condiciones de trabajo.
Podríamos estar reflexionando sobre cómo eliminar los subsidios regresivos, revocar el techo de gastos y ampliar inmediatamente el gasto público en salud hasta un mínimo del 6,5% del PIB, el promedio actual de la OCDE.
Deberíamos cuestionar el alcance de los planes de salud y el papel de los proveedores privados. Inicialmente, deberíamos tratar de ampliar el control público sobre los precios, los costos y las normas de atención, de modo que la oferta y la demanda se organicen en función de las necesidades colectivas, sin discriminación por capacidad de pago o relación laboral.
En el período posterior a la pandemia, ¿cómo podremos avanzar hacia una reforma estructural que tenga en cuenta las necesidades de salud expuestas por la crisis sanitaria, en la perspectiva de una recesión económica sin precedentes? ¿Será posible reanudar el proyecto de un sistema de salud único para todos, financiado con recursos públicos? O bien, ¿la crisis económica sellará la idea de que el derecho a la salud seguirá estando condicionado por la capacidad de pago de los individuos, la dinámica y los intereses del mercado y la banca global?
La pospandemia ya señala que es imposible regresar a los mecanismos que han debilitado el sistema de salud brasileño en los últimos tres decenios. La política nacional de salud está en una encrucijada. Todavía hay tiempo para reconstruir un pacto social inclusivo y democrático que permita un SUS renovado, robusto y, de hecho, universal. La implementación inmediata de la cola única es un buen comienzo, porque la emergencia continúa y exige respuestas aquí y ahora.
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