AD-M19, una historia paralela
Pero la persecución y el desmantelamiento de la UP no es una historia aislada. En 1990, cinco años después de la fracasada operación de la toma del Palacio de Justicia que acabó con la masacre de 101 personas, se desmovilizó el M-19; la guerrilla de la que hacía parte el hoy presidente colombiano, Gustavo Petro, y cuyo nombre completo era Movimiento 19 de abril.
Después de la desmovilización los miembros del "eme", como se conocía al grupo guerrillero, se unieron inmediatamente para crear un partido político. Justo después de haberse incorporado a la vida civil, el comandante del M-19 Carlos Pizarro, padre de la actual congresista María José Pizarro, se postuló como candidato a la Alcaldía de Bogotá y otros miembros del eme se postularon a otros cargos públicos.
Pizarro casi gana la alcaldía, lo que generó un claro optimismo alrededor de las opciones electorales de los movimientos políticos procedentes de las guerrillas, y varios integrantes de movimientos políticos de partidos como la UP, el Frente Popular y Colombia Unida se reunieron y formaron la Alianza Democrática M-19 (AD-M19) que buscaba ser un movimiento político nacional de carácter pluralista.
Pizarro, entonces, se lanzó como candidato presidencial representando a la AD-M19 en 1990. Su candidatura comenzó a tomar fuerza ya que el partido representaba, al igual que la UP, una nueva oportunidad política en Colombia, alejada de los dos partidos tradicionales: El partido Liberal y el partido Conservador.
El 26 de abril de 1990, sin embargo, Carlos Pizarro fue asesinado a tiros en un avión en plena campaña. De esta manera, la historia del AD-M19 tuvo una suerte similar a la de la UP, sufriendo persecución y asesinatos políticos que impidieron su ascenso al poder.
Un compromiso con la verdad
Lo que demuestra la historia de la UP, y de otros partidos como la AD-M19, es que por años en la política colombiana no había cabida para ninguna idea diferente al bipartidismo, que dirigió el país por más de 50 años. Cualquier oposición con potencial de alcanzar el poder debía ser aniquilada.
Para Heidy Sánchez, concejala de Bogotá por la UP y el Pacto Histórico, “la decisión de la CIDH es una respuesta a la historia, a la memoria, a la verdad y a la justicia”. La sentencia, además, significa, que la impunidad que se quiso imponer en Colombia frente al exterminio de la UP ya no es válida y deja un precedente de que un Estado, por más poderoso que sea, no puede torcer violentamente la política a su voluntad.
Pero la sentencia llega tarde. El caso llegó por primera vez a la CIDH en 1993, los asesinatos continuaron, y solo décadas después ha habido sentencia. Tras treinta años de litigación, la Corte afirma que “todo el emprendimiento sistemático contra los dirigentes y militantes de la Unión Patriótica configura un crimen contra la humanidad”, aunque no calificó lo ocurrido como genocidio, tal como reclaman las víctimas.
Mientras tanto, en Colombia, la violencia política sigue viva. Los asesinatos de líderes sociales alcanzan cifras récord, y los excombatientes de las Farc, desmovilizados acogidos a la reinserción fruto de los acuerdos de Paz del 2016, continúan. Esperemos que esta condena sea un incentivo más para que el Estado colombiano aborde con determinación y eficacia la tarea que le queda por delante.
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