La lucha antirracista no es una guerra de negros contra blancos. Sin embargo, creer que todos somos iguales es desconsiderar el significado de muertes como la de George Floyd y perpetuar la naturalización de status sociales determinados por el racismo y la continuidad de una estructura desigual: clasista, machista y racista.
La población negra viene siendo víctima de las peores violencias y negaciones de derechos en distintas partes del mundo. En demasiadas ocasiones, estos ataques violan el principio universal que da sentido a todas las garantías cívicas: el derecho a la vida.
Esta dura realidad se puso en evidencia en la ola de las protestas que empezaron en el área metropolitana de Minneapolis en Estados Unidos el pasado 26 de marzo. Han sido esas manifestaciones las que han conseguido colocar en la agenda mundial un tema que todos conocen, pero del que muy pocos hablan. Fue necesario que se viralizara el video de un hombre afroamericano siendo asfixiado por un policía blanco a plena luz del día hasta la muerte para que el racismo volviera a ser un tema central en los medios de todo el mundo; para abrir el debate en la sociedad y hablar al respecto, sin la limitación de la incomodidad del que no quiere escuchar.
Esa barbaridad es sistémica, no ocurre en un escenario de guerra, no hace parte de un episodio del apartheid en África del Sur. Es un caso más de la pandemia presente en el mundo antes de la llegada de la Covid-19, que sigue su curso en pleno siglo XXI y que ahora tiene como epicentro la supuesta “mayor democracia del mundo”: Estados Unidos.
Así como todos los días personas negras afroamericanas mueren en los EE UU, todos los días mueren hombres y mujeres negras en Latinoamérica víctimas del racismo sistémico que sostiene sus instituciones, producto de una historia de más de 500 años de esclavitud. Fue necesario que los casos de los Estados Unidos se dieran a conocer para que muchos pensáramos en el significado real del antirracismo y el genocidio negro alrededor del mundo.
El caso de João Pedro, un adolecente negro de 14 años baleado en la barriga por parte de la Policía Militar dentro de su casa en São Gonçalo, (Brasil) el 14 de mayo, y el de Anderson Arboleda, otro joven negro de 22 años asesinado por un policía que le propinó 8 golpes en la cabeza hasta provocarle la muerte cerebral en Puerto Tejada (Colombia) el pasado 21 de mayo, son solo dos ejemplos entre tantos, prueba de que el asunto de la raza sigue tan vivo como siempre en la región.
De acuerdo con el informe "Afrodescendientes en Latinoamérica. Hacia un marco de inclusión" del Banco Mundial, la población negra de América Latina era en 2015 de unos 133 millones, alrededor del 24% de la población total. A diferencia de los Estados Unidos, cuya metodología para la clasificación racial o étnica se basa en la ascendencia, en América Latina este reconocimiento es flexible y se establece en torno de autodeclaración, estando conectado con aspectos físicos y socioculturales.⠀⠀
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