
“Vivimos en democracia”, es un imperativo categórico del cual hoy no se suele dudar en Latinoamérica. Este sistema de gobierno, adoptado ampliamente en el mundo a partir de la segunda guerra mundial y, sobre todo, después de la guerra fría, está en continua tensión y en Latinoamérica no es una noción tan vieja ni consolidada como se suele pensar.
La noción de un Estado democrático, en muchos sentidos, sigue aún en construcción. Para celebrar el Día Internacional de la Democracia, declarado por Naciones Unidas para el 15 de septiembre, y que este año está dedicado a “La democracia en tiempos de tensión: soluciones para un mundo cambiante”, hoy reflexionamos sobre el estado de los valores democráticos y la necesidad de su regeneración.
Latinoamérica, entre las regiones más afectadas por el declive democrático
El aumento de la corrupción, la impunidad del crimen organizado, el auge de las apetencias autoritarias y la baja participación política son algunos de los factores que sitúan a la región en un claro declive democrático. La tensión entre la captura del Estado por fuerzas oligárquicas o castas autoritarias y/o militares y la democratización del mismo a partir de una amplia partricipación polítíca que incluya a los movimientos sociales es una batalla más vigente que nunca. Los ejemplos más claros xe declive democrático son Venezuela y Nicaragua, que se movieron hacia regímenes no democráticos que violan los derechos humanos y reprimen la participación política y la libertad de expresión, ejes fundamentales para el ejercicio de la democracia. En otros países, como Brasil, la tensión entre tendencias autoritarias y fuerzas democratizadoras parece no estar resuelta.
La corrupción, la violencia, y la baja participación política, junto a la captura del Estado por intereses oligárquicos, son algunos de los factores que sitúan a la región en un declive democrático.
Solo Uruguay y Costa Rica forman parte de los países latinoamericanos que el Índice de Democracia de 2017 de The Economist considera como “democracias plenas”, junto a países como Noruega, Australia y Canadá. Instituciones fuertes, transparencia y el ejercicio de ciudadanía plena, son algunos de los indicadores considerados dentro de esta categoría, en contraste con la de “democracias imperfectas” en las que se sitúan países como Chile (por arriba de esa tabla) y Colombia, Perú y Bolivia, junto a los países centroamericanos, por debajo de la misma.
La categoría de “regímenes híbridos.” incluye a Ecuador además de las ya citadas Venezuela y Colombia. Sólo Cuba queda en la categoría de “regímenes autoritarios”, la más numerosa del índice, con 55 países en total, en su mayoría países árabes, africanos y algunos asiáticos, y donde destaca China.
El escepticismo frente a la democracia sigue creciendo
El Latinobarómetro, un índice que mide, entre otras cosas, la percepción de la democracia en la región, muestra cómo el declive de la democracia se acentúa en 2017, “con bajas sistemáticas del apoyo y la satisfacción de la democracia, así como de la percepción de que se gobierna para unos pocos”. El informe da cuenta de múltiples indicadores que también confirman la baja de una cultura política basada en los principios democráticos de la representatividad, la configuración de partidos políticos o la rendición de cuentas. Ante la visión negativa de la política hace falta una "repolitización" basada en la regeneración democrática y en un diálogo inclusivo que supere la polarización.
El ‘Estudio Internacional de Educación Cívica y Ciudadana’ (ICCS)“ revela un preocupante nivel de valores antidemocráticos y orientaciones antisociales en gran parte de jóvenes encuestados en Colombia, por ejemplo, donde apoyarían dictaduras si fueran para traer orden y seguridad. Esta y otras encuestas demuestran la desconfianza creciente en un sistema que es percibido como imperfecto y desgastado, puesto que no logra atajar la corrupción ni reducir la enorme desigualdad o la extrema violencia, y que por eso mismo genera altos grados de insatisfacción. La reducción de la participación política y el aumento de la abstención o el voto en blanco o nulo lleva al auge de las fuerzas conservadoras, poderosas pero minoritarias en las sociedades latinoamericanas.
Ante la visión negativa de la política hace falta una "repolitización" basada en la regeneración democrática y en un diálogo inclusivo que supere la polarización.
Las garantías para el ejercicio democrático son pocas
Con la vulneración de valores fundamentales como la libertad de expresión en varios países de la región, la democracia plena para todos parece una ilusión. Los asesinatos de líderes y periodistas, la persecución política, la baja garantía a la oposición y al derecho a la protesta, son algunos factores de una lista que limita la capacidad de la región para pensarse con una mejor gobernanza, mayor calidad en el debate público, con transferencias de poder efectivas y un verdadero ejercicio ciudadano.
En jornadas como el Día Internacional de la Democracia debemos repensar qué factores impulsan una tendencia global de declive democrático, que cierne en sombras el poder conjunto de la ciudadanía.
Hay que recuperar el debate sobre el avance de los derechos y de la reducción de las desigualdades, reabriendo la esperanza en la democracia como sistema político que trabaja en la afirmación de la libertad, la justicia social y la felicidad.
Aún así, y a pesar de las dificultades, la democracia en América Latina sigue viva. Debemos buscar formas de vigorizarla y hacerla más inclusiva, atrayendo a jóvenes y minorías marginadas al sistema político y pensando medidas innovadoras que acerquen los valores y principios de la democracia a la ciudadanía. Se trata, en definitiva, de reforzar el cumplimiento de los principios fundamentales de la democracia, contenidos en la Declaración Universal de los derechos humanos, que este año celebra su 70 aniversario.
En un ciclo de restauración del neoliberalismo más conservador en la región, para el que la democracia sólo es útil si perpetua la asimetría del poder a su favor, las liminationes de nuestras democracias son evidentes. Es urgente trabajar por regenerarla, lo que debería pasar por ampliar e integrar todas las formas de participación popular en la esfera pública. Hay que recuperar el debate sobre el avance de los derechos y de la reducción de las desigualdades, reabriendo la esperanza en la democracia como sistema político que trabaja en la afirmación de la libertad, la justicia social y la felicidad.
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