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Daniel Scioli y las “sillas vacías” en América Latina

La ausencia del candidato favorito a la presidencia Argentina, Daniel Scioli del debate electoral televisado pone en evidencia un persistente déficit de calidad democrática en América Latina. English. Português. 

Ludmila Quirós
13 octubre 2015
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Daniel Scioli y Cristina de Kirchner. Wikimedia Commons. Algunos derechos reservados.

Para las poliarquías contemporáneas, la deliberación constituye una de las dimensiones fundamentales de todo proceso democrático. En este sentido, el debate electoral televisado entre candidatos cumple una función dual. Por un lado, se estructura como una fuente de información clara i directa para el ciudadano común. Por otro, refuerza el pluralismo ideológico que toda democracia debe concebir.

Pero en América Latina el debate presidencial presenta una implantación irregular, lo que podría atribuirse a un estado de evolución inacabada en que se encuentran aún muchas de sus democracias.

 En Argentina, el intento de realizar el primer debate presidencial en 1989 terminó en fracaso. El candidato a presidente por el Partido Justicialista (PJ) y gobernador de La Rioja Carlos Saúl Menem, faltó al encuentro que tenía previsto en el programa de televisión Tiempo Nuevo, conducido por Bernardo Neustadt, dejando a al lado del candidato por la Unión Cívica Radical (UCR) Eduardo Angeloz, “la silla vacía”.

26 años después, el también peronista Daniel Scioli, candidato por el Frente para la Victoria (FPV) en la carrera presidencial de 2015, podría repetir la historia al haberse negado a participar en un debate con los demás candidatos, tres semanas antes de la primera vuelta electoral. Al igual que a Menem, las encuestas pre electorales colocan a Scioli como favorito, aunque podría ser la primera vez que la decisión final acerca de quién será el próximo presidente de Argentina, se dirima en un ballotage, y esta puede ser la causa de la reticencia de Scioli a exponerse a un debate en televisión de resultado incierto.

Otro caso de “silla vacía” ocurrió para las presidenciales chilenas de 2009, cuando al debate organizado por el Encuentro Nacional de Empresarios (ENEDE), sólo se presentaron los candidatos Sebastián Piñera y Marco Enríquez-Ominami. También Nicaragua protagonizó un caso similar en el año 2006, cuando Daniel Ortega anunció que no se presentaría al debate organizado por la CNN y el canal 2 de aquél país.

Pero aunque los debates entre candidatos presidenciales tienen consecuencias positivas para la consolidación de la democracia, las dudas de hasta dónde influyen los debates en la decisión del electorado y los riesgos de cometer errores están detrás de la reticencia generalizada de los candidatos a participar en ellos.

Dudas

Fueron los Estados Unidos quienes, en la década del 60 y a raíz del histórico primer debate televisado entre John F. Kennedy y Richard Nixon, marcaron un antes y un después en las campañas electorales, puesto que evidenciaron tener una cierta influencia para la imagen de los políticos y la percepción de los mismos por parte de la ciudadanía.

El repentino poder político que adquirió la televisión puso en evidencia su función como importante fuente de información y como buena herramienta de comunicación política al servicio de los candidatos y estrategas de campaña. Hacia 1960, aproximadamente el 90% de los hogares norteamericanos tenían televisor y se estimó que 70 millones de personas vieron el primer debate por ese medio. Si bien el margen por el que Kennedy resultó ganador fue muy estrecho -aproximadamente 100.000 votos de diferencia con Nixon-, los analistas sostuvieron que el impacto visual que causó en el primero de los tres debates fue decisivo para su victoria electoral. 

Los estudios sobre campañas electorales señalan a la televisión como el centro de la política moderna. Si bien la radio fue históricamente el medio indiscutido de información ciudadana, la emergencia de la televisión ayudó a los políticos de turno a generar esa inmediatez con el elector que no había sido lograda por otros medios de comunicación masiva. Por otro lado, la capacidad de informar de manera visual e inmediata la ha convertido en la fuente prioritaria de información de los últimos 30 años, relegando a la prensa escrita y a la radio a un segundo plano.

En este sentido, el debate presidencial también se constituye como una forma de comunicación e información política en tiempos de campañas electorales. Tras la Tercera Ola y la posterior consolidación de la regla democrática en América Latina, muchos países de la región han adoptado la idea de llevar a cabo debates entre candidatos a la presidencia semanas antes de las elecciones generales.

Si bien la figura del debate electoral no está tan arraigado en América Latina como lo está en la democracia norteamericana, en la que hace más de cincuenta años que constituye una tradición, algunos países de la región se encuentran en mejores posiciones que algunos países europeos como España, donde los debates electorales televisados han sido más una excepción que una regla.

Influencia e impacto

La exposición a la cobertura de noticias del debate presidencial influencia la percepción de los individuos sobre quién resultó ganador, con lo que el porcentaje de exposición a las coberturas se vuelve esencial para entender de qué manera influye y cuáles son los efectos sobre el ciudadano. El concepto de media dependency señala sin embargo que el debate televisado reduce las ventajas que los comentadores y reporteros tienen sobre la audiencia, al ofrecerle al público un acceso casi igual a un evento sobre el que puede formarse una opinión propia autónoma, sin necesidad de la mediación del reportero.

Un estudio norteamericano ha examinado el resultado de un experimento realizado con votantes indecisos, mediante una investigación de mercado comúnmente conocida como “worm” (gráfico gusano). El experimento observa la respuesta en tiempo real de dos pequeños grupos de individuos con el fin de determinar el grado de satisfacción o insatisfacción que manifiestan al escuchar y ver a un candidato hablar sobre distintos temas, siguiendo ciertos estímulos aplicados por parte de los investigadores. Uno de los objetivos centrales era saber si el gráfico gusano que se ubicaba en una misma pantalla al costado del candidato, ejercía algún efecto de influencia social sobre los espectadores que seguían el debate y la variación del gráfico por televisión. Para los autores del estudio, el “worm graph” permite a los observadores ver reacciones instantáneas a la actuación de los candidatos, añadiendo dramatismo e interés al debate y fijando la audiencia.

Del estudio se concluye que la influencia que puede tener el debate sobre la ciudadanía no está totalmente clara en el mundo real. Un factor que podría disminuir esta influencia social radica en el hecho de que las actitudes políticas son difíciles de cambiar. Sobre todo, en aquellos individuos que están afiliados a organizaciones partidarias.

Un estudio similar basado en las elecciones canadienses de 1997 determinó que el debate entre los candidatos tuvo un impacto sustancial sobre las intenciones de voto, pero que ese impacto sólo fue temporal. Para una buena parte de politólogos norteamericanos, el poder del debate presidencial se visualiza en lo que se conoce como “agenda setting”. En este sentido, se refiere a la instalación durante el debate de un tema de campaña o política específica, que puede jugar un rol decisivo de acuerdo a cómo sea percibido por la ciudadanía. Aún así, los analistas se muestran contrarios a sobreestimar la influencia y la utilidad democrática de los debates en general.

Si bien inicialmente presentaba algunas resistencias culturales, el fin de las autocracias y el posterior proceso de democratización condujeron a adoptar el debate presidencial como mecanismo de legitimación, pluralidad y consolidación de las reglas democráticas en la mayoría de los países latinoamericanos. Dos grandes potencias de la región, Brasil y México han conducido debates electorales desde la década del ‘60 y fueron promotores de la idea en todo el continente.

En Brasil, las elecciones de 1989 resultaron particularmente significativas, dado que era la primera vez en cuarenta años que el mayor país de América del Sur iba a elegir a su próximo presidente mediante el voto popular y de manera directa. En aquel año, el debate fue protagonizado por Fernando Collor de Mello y Luiz Inácio Lula da Silva.

Chile es otro de los países que han adoptado los debates presidenciales como forma de “conquistar la audiencia”. En este sentido, la última elección presidencial chilena contó con un debate entre los nueve candidatos, de los cuales dos -Michelle Bachelet y Evelyn Matthei-, se disputaron en segunda vuelta el acceso al Palacio de la Moneda celebrando un segundo debate, esta vez cara a cara.

Demasiadas “sillas vacías”

Los debates presidenciales en América Latina se consolidaron en Perú, Colombia, Paraguay, Haití, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Uruguay y Guatemala, aunque de manera dispar y con varios casos de interrupciones. Este es el caso de Honduras, donde la costumbre de debatir fue instalada en 1994, pero se ausentó para las elecciones de 2005.

El Salvador, por otra parte, tuvo su primer debate presidencial en 2014 con la participación de los cinco candidatos oficiales a la presidencia, y Ecuador dio su última muestra con el polémico debate entre Rafael Correa y Guillermo Lasso para las elecciones de 2013. En el caso ecuatoriano, la escasez de debates electorales tendría que ver, según algunos analistas, con la cooptación de los medios de comunicación por parte del oficialismo.

En Argentina, los candidatos presidenciales han rechazado debatir a nivel nacional, aunque en el nivel subnacional se mantiene la apuesta, y la mayor parte de las provincias contemplan el debate entre candidatos a gobernadores.

Si bien la práctica se ha expandido con fuerza durante los últimos años, y se consolidó en Uruguay, Chile, Brasil, Colombia, Costa Rica y Perú, en algunos muchos se ha adoptado parcialmente (nivel subnacional, provincias), o se interrumpió, como en el caso de Nicaragua, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Honduras.

Una de las causas de la falta de arraigo de la práctica en las sociedades latinoamericanas se relaciona con una cultura política heredada de tradiciones autocráticas y responde a una aún débil (aunque emergente) demanda ciudadana hacia los políticos, a pesar de las virtudes que el debate presidencial podría tener sobre la capacidad del electorado de formarse una opinión y reforzar o debilitar, ni que sea temporalmente, el impacto electoral de las candidaturas.

Pero la resistencia al debate entre candidatos presidenciales puede deberse también a que los candidatos que lideran las encuestas de intención de voto tienen menos incentivos para participar de un debate por temor a cometer errores que podrían perjudicarlos.

Es frecuente que los medios de comunicación de masas sean los principales promotores a la hora de organizar los debates presidenciales, pero también hay casos en que los promotores son las autoridades electorales (Tribunal Supremo Electoral de Costa Rica, Instituto Federal Electoral de México, etc.) y las organizaciones de la sociedad civil (p.e. universidades).

En cualquier caso, el debate tiene una importancia sustantiva para la democracia. Refuerza la pluralidad, provee información directa y sin intermediarios, y logra acercar las propuestas a los votantes de manera que éstos puedan ejercer el voto lo más informados posible.

La vía hacia democracias más maduras y transparentes aconseja una mayor exigencia ciudadana que obligue a los candidatos a someterse a los debates. Al no haber aceptado un debate con sus adversarios políticos, Mauricio Macri (Pro), Sergio Massa (Frente Renovador), Margarita Stolbizer (Progresistas), Nicolás del Caño (Frente de Izquierda y de los Trabajadores) y Adolfo Rodríguez Saá (Compromiso Federal), Daniel Scioli ha perdido una gran oportunidad para hacer avanzar la calidad democrática no sólo en Argentina, sino en la región entera, donde la situación de “silla vacía” es más común de lo que debiera.

Este artículo es una versión del original, editada por DemocraciaAbierta.

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