
Protesta en Brasil. Flikrs, Semilla Luz, some rights reserved
"Brasil, el país del futuro" es el título de un libro clásico de Stefan Zweig escrito en 1941, que se convirtió en un dicho popular: Brasil es el país del futuro. Todos los brasileños han escuchado esta frase. Hasta la década de 2000, era una broma común decir que, ese futuro, no llegaría nunca.
En la última década, sin embargo, ese futuro sí parecía haber llegado. Brasil salió del Mapa del Hambre (FAO-ONU). Entre 2002 y 2004 registró la mayor disminución de personas desnutridas de los países más poblados del mundo: el 82,1%. En el mismo período, el desempleo alcanzó, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, un encomiable 4,9% y el salario mínimo creció, en términos reales, un 75%.
Los números concretan lo que no era más que un sentimiento: hubo importantes avances sociales y una distribución sustancial de los ingresos. En 2003, un recién elegido presidente Lula (Partido dos Trabalhadores - PT) prometió hacer de Brasil "un país de todos." Fue un líder hábil y carismático, un maestro difundiendo optimismo, con datos para respaldarlo.
Pero el optimismo ha ido erosionándose y dando paso a la percepción de de que se está produciendo una inflexión en esta senda positivo. ¿Estamos volviendo al pasado? ¿Es el futuro tan sólo una promesa?
El deterioro de la situación política, económica y social es un asunto que surge en cualquier conversación. Ocupa titulares de los periódicos y moviliza a miles de personas, que salen a la calle a defender o a desafiar al gobierno con igual vehemencia. Se encienden los ánimos y la polarización hace que nadie se salve de ser etiquetado como de izquierdas o de derechas, siempre peyorativamente según el punto de vista del espectador: un intento simplista de identificar a un culpable y de sumar aliados contra la amenaza que representa.
Los tres poderes
Para entender la situación actual de la política brasileña es fundamental fijarnos en los tres poderes.
En Brasilia, la presidenta Dilma Rousseff (PT), la sucesora de Lula ya en su segundo mandato, encabeza un ejecutivo desgastado. Dilma fue reelegida a finales de 2014 con el 51,64 %% de los votos, frente al segundo clasificado, Aécio Neves (Partido da Social Democracia Brasilera - SDB), que obtuvo el 48,36%. A la vez, el PT – el partido de la presidenta - ha sido objeto de sucesivos escándalos de corrupción y le resulta difícil seguir adelante con su proyecto, que da señales de agotamiento y requiere urgentemente una revisión. El gobierno de Dilma tiene una tasa de desaprobación del 65% y está a la merced de unas alianzas que son muy cuestionables para su base de poder, todo en pos de una supuesta gobernabilidad.
En cuanto al legislativo, el congresista Eduardo Cunha, del Partido do Movimento Democrático Brasileiro (PMDB-Río de Janeiro) fue elegido presidente de la Cámara de Representantes. En este contexto de incertidumbre, Cunha emergió como un gran líder conservador en guerra declarada contra el gobierno. Este mismo legislativo se encuentra inmerso en un sinnúmero de casos de corrupción, en los que están involucrados los presidentes y varios parlamentarios de la Cámara de Representantes y del Senado. La mayoría de los diputados conservadores libran diariamente batallas contra los derechos adquiridos de la Constitución de 1988, fundamento de la democracia: podría reducirse la edad penal y peligran, por ejemplo, la ley de desarme, el derecho al aborto legal y seguro para los casos de violación y las leyes que garantizan los derechos indígenas.
Una de las consecuencias de este escenario es una presidenta asediada por amenazas de impeachment lideradas por Cunha y los partidos de la oposición, alegando violación de las leyes de responsabilidad fiscal. El PMDB, el partido de Cunha, es, dicho sea de paso, el partido del vicepresidente de la República y teórico aliado del gobierno.
El poder judicial, por su parte, se ha visto requerido con frecuencia para arbitrar en estos tiempos de incertidumbre. Actúa con relativa celeridad, pero arrecia al mismo tiempo el debate sobre una judicialización excesiva de la política. Se le percibe como el bueno o el malo de la película, en función del resultado de sus deliberaciones o de quién sea el que las evalúe.
Todo esto sucede en medio de una operación de la policía federal llamada Lava-Jato, que pretende aclarar y sancionar a los responsables de un esquema de corrupción que involucra a los principales actores políticos e intereses económicos del país. Es la mayor investigación de corrupción realizada hasta la fecha, y en ella están involucrados políticos de diversos partidos y los principales contratistas del país.
Participación, innovación, futuro
En medio del caos aparente, existe sin embargo la posibilidad de reavivar la creencia en la democracia, reformular los mecanismos de participación y profundizar en ellos. La innovación cívica parece fortalecerse a medida que se corroen las relaciones en el ámbito del Estado. La sociedad civil brasileña sigue siendo una sociedad vibrante, que cree en la democracia. Por un lado, exige una reforma política urgente y se preocupa por las instituciones republicanas; por otro, a través de sus muchas luchas, busca fortalecer la democracia como valor central de la vida en sociedad.
Recordemos que millones de brasileños salieron a las calles en junio de 2013. Entre las diversas consignas que corearon, la de "no nos representan" fue la que suscitó más consensos: un mensaje claro para el Estado de que se ha abierto una gran brecha entre representantes y representados.
Apremia la necesidad de una amplia y profunda reforma política. Pero es necesario ir más allá y la sociedad brasileña lo sabe. Es preciso mirar más allá del Estado y de las instituciones, y vivificar la creencia en la democracia como valor de convivencia social.
De esta percepción surgen, en el Brasil de hoy, las articulaciones independientes y autónomas que toman las calles y las redes y reaniman las pasiones políticas ante la quietud que el caos podría imponer. Destacan dos movilizaciones recientes: la resistencia de las mujeres brasileñas y la insurgencia de los estudiantes de secundaria del sistema público de enseñanza del Estado de São Paulo.
La mujeres brasileñas se manifestaron en las calles exigiendo ningún derecho de menos y muchos derechos de más. Se hicieron con los medios de comunicación, ocupando durante una semana los espacios de discusión reservados a los hombres con voces femeninas y feministas para hablar de sexismo y de desigualdad de género. Dominaron las redes en una catarsis digital, con una marcha de hashtags en contra de la cultura del acoso y la violencia contra las mujeres. El año 2015 fue el de la primavera feminista en Brasil. Las luchas feministas por una "nueva normalidad" en las relaciones entre individuos son un ejemplo de lo que defiende esta sociedad civil, que sintoniza con la necesidad de tener un cuidado especial con una democracia que se percibe manera global.
Los estudiantes de secundaria del sistema público de enseñanza del Estado de São Paulo se movilizaron también, de manera inédita, contra el proyecto de reorganización de la política educativa del gobernador Geraldo Alckmin (PSDB- São Paulo) y contra el autoritarismo en su formulación y ejecución, una actitud recurrente por parte de este gobierno estatal. Miles de estudiantes ocuparon durante aproximadamente un mes 200 escuelas públicas y consiguieron la suspensión del proyecto de reorganización. Estos jóvenes involucraron a padres, maestros, comunidades, intelectuales y artistas en una movilización contra el cierre de escuelas y por la democracia, tanto en el ámbito de la toma de decisiones estatales como en el de las relaciones entre ciudadanos, en las aulas y en las calles.
En política, no hay victorias definitivas, pero hay logros que es necesario celebrar. Lo que llevaron a cabo las mujeres y los estudiantes en 2015 debe ser estudiado con detenimiento. La salida de la crisis se halla sin duda en las articulaciones innovadoras que reúnen a la sociedad civil en redes progresistas. El poder de estas redes está en su diversidad y en la forma en que potencian el activismo atomizado e individual, los movimientos y las organizaciones.
Es preciso defender el Estado democrático de derecho. Las instituciones deben ser preservadas, la reforma política es imprescindible, pero también es urgente reunirse y pensar en la democracia como valor que rige la convivencia en la sociedad.
Queremos un país verdaderamente democrático, y la democracia es más que un sistema. Queremos una democracia ejercida a diario, dentro y fuera de las instituciones. Las mujeres y los jóvenes están señalando un camino. Los políticos deben escucharles.
Entonces sí, el futuro será presente.
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