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La revolución conservadora en Brasil

Bolsonaro anuncia que ha llegado la hora de cerrar cursos de filosofía y sociología para favorecer, supuestamente, "otras áreas que generan un retorno inmediato al contribuyente" English

Vladimir Safatle
10 junio 2019, 12.01am
Seguidores de Bolsonaro inflan una muñeca hinchable en su ceremonia de inauguración, Brasilia. PA Images: todos los derechos reservados.

No vamos a entender lo que está sucediendo hoy en Brasil si no nos tomamos en serio lo que los miembros del gobierno y sus aliados ideológicos llaman "revolución".

Bolsonaro se encuentra liderando una especie de revolución conservadora que aviva la fe de su electorado más fiel. Bolsonaro sabe que acabará gobernando para el centro de poder que representan.

No cabe la posibilidad de que este gobierno vaya a ser reelegido por una gran mayoría.

Pero como nos recuerdan los manuales de guerra, en términos de acción, es preferible un grupo reducido y bien movilizado que un grupo más grande que carezca de un enfoque unificado.

Los que dan su apoyo a este gobierno creen que están luchando contra los poderes que han gobernado el país desde siempre (la casta política, la prensa y la élite intelectual).

Están convencidos de que han logrado colocar a "uno de los nuestros" en el corazón del poder: alguien que tiene nuestras mismas características y que comparte nuestras dificultades, alguien que no tiene inconveniente en manifestar su inadecuación para el puesto que ocupa, creando así una identificación empática con aquellos que nunca podrían imaginarse llegar a ser presidente. Opinan que en esta revolución no se deben "respetar a las instituciones", que son en gran parte responsables "de todo lo que hay" - el anterior status quo.

Se ven luchando por la "libertad de expresión", sobre todo si esta "libertad" permite la libre circulación de violencia discursiva contra determinados sectores vulnerables de la sociedad, como las mujeres, los negros, los miembros de los colectivos LGBTQ - una violencia discursiva que legitima prácticas violentas.

Luchar contra el “adoctrinamiento”

En este contexto, se ha intensificado en Brasil una polarización ideológica en torno a la lucha del gobierno contra el "adoctrinamiento" en escuelas y universidades.

La respuesta del gobierno no ha sido otra que extender los recortes a las 69 universidades federales del país, afectando a sus más de 1.2 millones de estudiantes

Tras recortar un 30% el presupuesto de tres de las principales universidades del país por supuestamente promover "cháchara" (léase espacios de debates políticos y discusiones sobre la situación del país), el Ministerio de Educación ha visto cómo la opinión pública se revolvía en su contra acusándole de perseguir por motivos políticos a instituciones que cuentan en su haber con altos niveles de investigación, compromiso y calidad académica.

La respuesta del gobierno no ha sido otra que extender los recortes a las 69 universidades federales del país, afectando a sus más de 1.2 millones de estudiantes y poniendo en peligro el funcionamiento del día a día de estas instituciones y la integridad de la educación superior en Brasil.

La decisión de llevar a cabo estos recortes se produjo días después de que el Presidente de la República anunciara su intención de cerrar cursos de filosofía y sociología para favorecer "otras áreas que generan un retorno inmediato al contribuyente, como la de ciencias veterinarias, ingeniería y medicina".

Al público brasileño, nada de todo esto le suena extraño. Dos días después de las elecciones, el propio Bolsonaro andaba ya publicando videos de maestros de escuelas públicas supuestamente "adoctrinando" a sus alumnos y afirmaba que había llegado el momento de que hubiese "menos política en las escuelas".

Es fácil imaginar la presión bajo la que trabajan hoy los maestros en el sistema público brasileño.

Podríamos decir que lo que está haciendo el Estado brasileño es un ejemplo más de la lucha que llevan a cabo los gobiernos de extrema derecha contra las instituciones académicas.

Hemos visto algo parecido, a distinta escala, en Turquía y en Hungría, donde ha habido casos de persecución de profesores y se han cerrado departamentos universitarios.

Actualmente, el 51.2% de los estudiantes de las universidades públicas federales son negros, el 54.6% son mujeres, y el 70.2% tiene un ingreso per cápita inferior al salario mínimo

Estos gobiernos saben que nunca conseguirán el apoyo del mundo académico, ya que es precisamente en las universidades de donde salen muchas de las pautas sociales y educativas a las que se oponen frontalmente, y es en las universidades dónde se articulan los deseos de transformación social y de cambio y progreso en nuestras formas de vida – es decir, el enfoque intelectual en cuestiones de identidad, de fronteras nacionales, orígenes, indigeneidad y pertenencia: todo ello, hoy, en primera línea del debate político.

La otra revolución

Sin embargo, en el caso brasileño, hay un elemento añadido que no puede pasar por alto. Hay que tener en cuenta que, en la última década, las universidades brasileñas han experimentado cambios significativos en su composición demográfica. Actualmente, el 51.2% de los estudiantes de las universidades públicas federales son negros, el 54.6% son mujeres, y el 70.2% tiene un ingreso per cápita inferior al salario mínimo. Además, el 60,4% de los estudiantes universitarios proceden de escuelas públicas. Estas cifras contradicen de raíz la afirmación neoliberal hegemónica según la cual el Estado brasileño, a través de las universidades públicas, está financiando la formación de su élite económica.

Por el contrario, las universidades se han convertido, en los últimos años, en uno de los pocos espacios de la vida nacional donde hay un retorno efectivo de la inversión para los sectores sociales empobrecidos y vulnerables. Es en contra de las transformaciones sociales que podrían mejorar la vida de los estudiantes de estos sectores de la sociedad brasileña que los agentes de Bolsonaro han emprendido una verdadera contrarrevolución con el objetivo de prevenir el cambio social y las oportunidades educativas para los menos favorecidos a través de una política regresiva de signo militarista.

Este gobierno está reaccionando frente a la posibilidad latente de una transformación más radical de la sociedad brasileña que pudiera surgir, en parte, de las instituciones educativas que ahora busca desmantelar.

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