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Chile no tiene que reconstruirse, sino reestructurarse

Lo que pasó en Chile no tiene que ver con 30 pesos, esto está claro. English

Alexis Cortés
28 octubre 2019, 12.01am
Protestas en Chile, 2019. Wikimedia Commons.

Lo que pasó en Chile no tiene que ver con 30 pesos, esto está claro. El aumento de precio de un billete de Metro era el detonante, la gota que colmó el vaso, como han expresado en repetidas ocasiones los manifestantes.

De los países de la OECD, Chile tenía uno de los salarios mínimos más bajos, pero el precio de un billete de metro estaba entre los más altos; una verdadera causa para que todo explotara. Pero el billete de metro no era lo único que iba en el aumento: las facturas de luz y gas, por ejemplo, y los productos de consumo básico que han subido en precio debido a la colusión entre empresas privadas, han hecho que el costo de vida sea extremadamente alto.

La pregunta es: ¿por qué todo ha explotado ahora, y por qué no antes? Lo que ha pasado ha sido una acumulación de abusos e ineptitud del gobierno. De hecho, el ejecutivo incendió el fuego después del aumento en el precio del billete de metro. Primero, insultaron los que sufrieron por el aumento de precio, por decir cosas como que ahora la gente romántica puede comprar más flores porque son más baratas (en comparación con el aumento general de precios), o que podrían madrugar porque más pronto por la mañana el precio sería menor.

Segundo, respondieron a las evasiones de pagar billetes por parte de los estudiantes con la militarización de las estaciones de metro, reprimiendo y violentando los derechos humanos de menores indiscriminadamente. Seguramente, alguien del gobierno pensó que cerrar completamente el metro el viernes manipularía la opinión pública contra los estudiantes. Por el contrario, la ciudadanía se enfadó y se unió a las manifestaciones, consolidando la explosión social que se llevaba a cabo.

Las depredaciones principales han ocurrido bajo el Estado de Excepción, demostrando su fracaso total

La respuesta del gobierno a esto: declarar un Estado de Excepción y mandar el ejército a las calles. ¿Qué más podría demostrar mejor los fallos de nuestro estado democrático? ¿La incapacidad del gobierno en encontrar una solución política, y en su lugar llamar al ejército y denunciar la “delincuencia” de los manifestantes que seguían protestando a pesar de la militarización de las calles? El resultado: la nacionalización de la movilización, 11 muertos en solo la región metropolitana de Santiago (al 24 de octubre), muchos heridos, acosados, y humillados, estaciones de metro completamente destruidas, saqueos y una falta de gobernanza.

Las depredaciones principales han ocurrido bajo el Estado de Excepción, demostrando su fracaso total. En esta etapa, parece claro que transformar este descontento profundo a un asunto de orden público ha tenido un efecto contraproducente.

El fracaso de la respuesta de represión del gobierno es a su vez una expresión de la crisis de legitimidad institucional que ya lleva años manifestándose. ¿Con qué autoridad podría el Presidente de la República, que notoriamente ha evadido impuestos, acusar a jóvenes que no pagaban su billete de metro de ser criminales? y ¿qué hay del Congreso? Hasta ahora, las tentativas tímidas a reforma social a través de leyes aprobadas por el Congreso las ha frenado la Corte Constitucional. Además, emprendedores recientemente han reforzado su poder de veto, enumerando los asuntos que no pueden ser legislados, que podemos asumir son consistentes con los deseos expresados en las calles.

Los mismos manifestantes se preguntan, ¿por qué tiene que haber una explosión para que por fin nos escuchen?

Los mismos manifestantes se preguntan, ¿por qué tiene que haber una explosión para que por fin nos escuchen? El marco institucional se ha puesto insensible a exigencias sociales, estirando el elástico a su límite. Sindicatos han sido debilitados y las organizaciones que han sido capaces de articular el descontento de la gente han sido criminalizadas. En estas condiciones, ¿qué podríamos esperar aparte de una explosión inorgánica, y por tanto, fuera de control?

Las autoridades pretenden volver a la normalidad, pero no podemos volver a lo que antes considerábamos normal: un abuso generalizado de tarificación y de fijación de precios en pensiones, en salud y en educación. Chile no necesita reconstruirse, tiene que reestablecerse. Hoy, nuestro modelo abusivo se basa en las desigualdades y el endeudamiento. Tenemos que construir nuevas fundaciones, crear un nuevo conjunto de normas sociales y construir una democracia que no tema a los llantos de su gente. Más bien, es la expresión de su gente.

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