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Cómo un barrio respondió a la crisis de contaminación del río Rocha en Bolivia

“Nunca pensamos que la construcción de esta planta de tratamiento de aguas iba a tener tanta repercusión social.” 

Aldo Orellana López
12 mayo 2018
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Fotografía cedida por la Fundación Abril.

Fotografía cedida por la Fundación Abril.Con sus 70 kilómetros de largo, el río Rocha es el afluente más largo que atraviesa el valle de Cochabamba. Hasta mediados del siglo pasado era un río de aguas limpias y orillas verdes utilizado para el riego de cultivos y la recreación de la población. 

Hoy en día, el río Rocha está contaminado por las aguas residuales e industriales y la basura de los siete municipios que lo comparten. El río se encuentra en un proceso de degradación irreversible. En Bolivia, 5 de cada 10 familias no cuentan con servicio de alcantarillado ni sistemas adecuados de tratamiento de sus aguas residuales, que se depositan en ríos y lagunas: el 70 % de la contaminación del río Rocha se debe a las aguas residuales no tratadas. 

Una auditoría ambiental realizada en el año 2011 alertó sobre la grave contaminación del río y emitió una serie de recomendaciones para mitigar los daños, entre ellas la construcción de un mínimo de 11 plantas de tratamiento de aguas residuales en su recorrido. Los vecinos y vecinas del barrio San Pedro Magisterio, conscientes de las limitaciones del Estado para solucionar el problema, se organizaron y movilizaron para construir una planta de tratamiento de sus aguas residuales. 

"Hemos construido la planta para solucionar este problema que a todos nos preocupa, que es la contaminación del río."

“Hemos construido la planta para solucionar este problema que a todos nos preocupa, que es la contaminación del río”, nos explica doña Magui Rodas, vicepresidenta de la Organización Territorial de Base – OTB San Pedro Magisterio. La planta ya lleva tres años funcionando y, según doña Magui, esta es una forma de contribuir con un granito de arena —o como ella dice, “con una gotita de agua”— a recuperar el río más importante de Cochabamba. 

La construcción de la planta de tratamiento

El barrio San Pedro Magisterio fue fundado por maestros que construyeron sus casas en las cercanías de la colina que lleva el nombre de San Pedro. De ahí su nombre. Cuentan los vecinos que, desde que se fundó el barrio, allá por la década de 1970, fueron ellos mismos los que tuvieron que satisfacer todas sus necesidades. 

“No existimos para el Estado”, dice doña Magui, añadiendo que fueron los mismos vecinos quienes construyeron la primera escuela, la iglesia y los primeros caminos. Tampoco tenían agua, que iban a buscar diariamente a unos manantiales cercanos al río, algo que suponía mucho trabajo. 

Fue entonces cuando fundaron una cooperativa de agua, perforaron pozos y construyeron la infraestructura básica para llevar agua a sus casas. La solución de todos estos problemas fue financiada por aportes y trabajo de la comunidad.

Con el pasar de los años, un nuevo problema llegó a la comunidad: la contaminación del río Rocha. Doña Magui señala que, para las autoridades, “lo más cómodo era librarse del problema, echando la culpa a otros”. 

La contaminación evidente y los malos olores que provenían del río empujaron a los vecinos a buscar una solución. “Se consensuó en buscar esta oportunidad para construir nuestra planta de tratamiento y solucionar el problema que debió haber solucionado el municipio”, afirma doña Magui.

Después de una búsqueda de diferentes alternativas, en el año 2014 lograron, finalmente, establecer alianzas con la Plataforma de Acuerdos Públicos Comunitarios, la Fundación Abril y el Centro de voluntariado CeVI, que posibilitaría el apoyo técnico financiero para construir una planta que cumpliera con todas las especificaciones ambientales y técnico-legales.

Se trataba de un verdadero desafío para un solo barrio, pero no un imposible para una comunidad que aprendió a gestionar y resolver sus necesidades básicas desde siempre, bajo una lógica de organización comunal.

La planta de tratamiento vista desde arriba. Fotografía: Aldo Orellana López. El ingeniero Francisco Guardia, un amigo del barrio, fue delegado para encargarse del diseño y construcción de la planta. “A mí, personalmente, me agrada mucho venir a este barrio porque la planta es como mi wawa”, afirma Guardia. “Wawa” significa “hijo” en quechua y, así como él, muchos de los vecinos que contribuyeron desde su nacimiento a este proyecto lo conciben como algo muy personal. 

“No fue fácil”, afirma el ingeniero. Se trataba de un proyecto que debía contar con el aval de las autoridades y de un sinfín de especificaciones técnicas y legales. Pero el barrio estaba decidido y no iba a permitir que la burocracia pusiera freno a sus aspiraciones. Entonces superó todos los obstáculos y procedió a la construcción. 

La planta fue diseñada para 2600 habitantes, pero con una proyección de 10 años o 4000 habitantes. Se trata de una planta anaeróbica, explica el ingeniero Guardia, una tecnología del siglo XX que funciona muy bien para poblaciones relativamente pequeñas.

La planta consta de una estructura por cuyo interior pasan las aguas residuales para un tratamiento inicial y, luego, desembocar en un campo de totoras, una planta nativa que cumple la función de absorber la materia orgánica. Fueron los vecinos mismos los que plantaron 500 de estas plantas para lograr el cometido.

Doña Magui cuenta que ahora están intentando reemplazar las plantas de totoras por plantas y flores de cartuchos. “Ahora estamos introduciendo cartuchos, porque ejercen la misma función que las totoras y, además, esto nos permitiría autosostener la misma planta, porque con la comercialización de los cartuchos ya se va a generar un poco de ingresos”, cuenta emocionada. 

Un acto de reciprocidad

La planta fue inaugurada la mañana del 11 de abril de 2015. Para la ocasión se preparó un acto al puro estilo boliviano, en donde hubo música, comida y festejo. Aquí no podía faltar la ch´alla, un ritual comunitario que consiste en tomar chicha —una bebida de maíz fermentado propio de la cultura de los Andes— para luego verterla en la obra construida. Es una forma de expresar el deseo de que todo marche bien y que las cosas salgan según lo planificado.

“Estamos poniendo nuestro granito de arena. Yo diría, nuestra gotita de agua limpia a este nuestro río, para que vuelva a vivir… vuelva a convivir con nosotros”, manifestó emocionado el representante de la Fundación Abril, Óscar Olivera.

La inauguración de la planta fue realizada en el marco del 15º aniversario de la “guerra del agua”, un levantamiento popular del año 2000 en Cochabamba en contra de la privatización del agua. En ese entonces, Olivera era un dirigente fabril y portavoz de la llamada Coordinadora en Defensa del Agua y la Vida, una coalición de organizaciones sociales que fue capaz de revertir la privatización y recuperar el agua y los servicios sanitarios de manos de la multinacional estadounidense Bechtel.

“La construcción de esta planta, a varios de nosotros y nosotras, nos ha devuelto la energía que tuvimos 15 años atrás [durante la Guerra del Agua]." 

“La construcción de esta planta, a varios de nosotros y nosotras, nos ha devuelto la energía que tuvimos 15 años atrás. Nos ha devuelto la esperanza de que es posible construir, de manera colectiva, sistemas que puedan mejorar nuestra calidad de vida”, concluyó Olivera.

En la ocasión también se presentó un mural pintado en la estructura de la planta. La artista internacional Mona Caron fue la encargada de realizar el trabajo. “He tratado de contribuir un poquito a ese esfuerzo comunitario muy inspirador”, dijo con motivo de la inauguración. Explicó entonces que el mural mostraba a la gente intentando salvar al río Rocha, llamado también Mailanku, desviando el flujo de las aguas residuales que antes bajaban directamente al río, para llevarlas a la planta de tratamiento que habían construido.

“Todas estas cosas entrelazándose hacen que el agua ahora pase por esta planta que la ha de volver más pura, y a devolverla en un acto de reciprocidad con el río Mailanku”, declaró.

Fotografía: Aldo Orellana López.

El mural pintado por la artista Mona Caron en honor de la comunidad. Fotografía: Aldo Orellana López. Eficiencia, administración y sustentabilidad de la planta

Según el ingeniero Guardia, la planta del barrio San Pedro Magisterio tiene una eficiencia de más del 90 %, es decir, que el agua que la planta libera al río cumple con los requerimientos exigidos por ley. Agustín Sangueza, vecino del barrio, explica que “finalmente ha disminuido en un buen porcentaje, casi un 80 o más por ciento, el olor que desprendía el desagüe de las aguas servidas al río Rocha”. 

Doña Magui indica también que los vecinos han mejorado el uso que le dan a las alcantarillas. “Veo que los vecinos ya no botan bolsas, ya no botan telas, porque podrían estropear el funcionamiento de la planta. Pienso que, de esa manera, ha cambiado la mentalidad del vecindario, de tener cuidado con el manejo de las aguas, para que puedan ser tratadas y luego reutilizadas […] Para nosotros es importante poder reutilizar el agua”, afirma. 

En efecto, la alternativa es que el agua se vuelva a verter en el río, donde se mezcla nuevamente con agua residuales. “Entonces de nada sirve este trabajo”, se queja doña Magui.  Por eso es importante “terminar el ciclo del agua para su reuso”. La idea es que el agua tratada sea reutilizada para el riego de las áreas verdes e incluso de hortalizas en el huerto escolar que se encuentra a un lado de la planta.

Sin embargo, el ingeniero Guardia señala que “todavía no es un agua óptima, ideal para riego de hortalizas”. Indica que, para llegar a lograr eso, se debe construir un tanque complementario por donde el agua sea purificada, de modo que sea apta para el riego de vegetales. Indica que el conjunto del proceso constituye “un ciclo social, entre la participación de la comunidad, de la escuela y de todos los que están alrededor de la planta, en donde van a generar vida justamente a través del reciclaje”.

La administración y el mantenimiento de la planta están en manos de la Cooperativa de Agua del barrio, que tiene diferentes formas organizativas y de autocontrol, fija las tarifas y mantiene técnica y económicamente los sistemas de agua. El control se realiza a través de la misma cooperativa, donde los roles rotan y carecen de sueldo, ya que el trabajo es voluntario. Se realizan asambleas y rendición de cuentas periódicamente. Según doña Magui, el aporte del vecindario es de 10 bolivianos al mes (1,4 dólares) por familia para el mantenimiento de la planta.

El ingeniero Abel Lizarazu es el encargado de efectuar el seguimiento de la planta de tratamiento. Él es vecino del barrio desde hace décadas y observa que la clave del éxito de la sustentabilidad de la planta está en el apoyo económico para contratar los servicios técnicos necesarios de manera que la planta funcione adecuadamente.

“Yo le atribuyo un factor básico de la sustentabilidad, en primer lugar, al compromiso de nuestra cooperativa que sigue financiando la planta… los socios pagamos por ese servicio. Un segundo criterio es el conocimiento técnico y el seguimiento que se tiene que hacer al funcionamiento de la planta”, afirma Lizarazu.

Por todas estas razones, el ingeniero Guardia afirma que la planta del barrio se ha convertido en un modelo eficiente que podría replicarse en otras comunidades a lo largo del río Rocha. “Cochabamba tiene pocos terrenos para hacer plantas de tratamiento grandes y hay que pensar en otro tipo de plantas, en otro tipo de tecnología que requiera menos espacios”, apunta.

“Nunca pensamos que la construcción de esta planta de tratamiento de aguas iba a tener tanta repercusión social.”

Don Agustín está de acuerdo. “Nunca pensamos que la construcción de esta planta de tratamiento de aguas iba a tener tanta repercusión social”, señala. Afirma que hay muchas instituciones nacionales e internacionales que visitan la planta para entender su funcionamiento y la forma en que es gestionada, para que pueda servir de modelo para la implementación de otros proyectos similares.

La importancia de la organización y participación

Inauguración de la planta de tratamiento de aguas en abril de 2015. Óscar Olivera, de la Fundación Abril, sostiene la vasija. Fotografía: Aldo Orellana López. “Lo que más a nosotros nos ha dado el impulso ha sido cuando ustedes han estado en asambleas y han dicho sí a la planta. (La guerra del agua fue) para mantener el agua como un bien común, para mantener la posibilidad de que la gente siga gestionando su agua… con todas las dificultades y limitaciones que eso significa”, les dice Óscar Olivera a los vecinos, resaltando importancia de la organización y participación en la gestión comunitaria de los bienes comunes como el agua y los servicios básicos y sanitarios.

En palabras del ingeniero Guardia, “como lección eso para mí es lo más importante: organizarse en procura de un bien común. Eso creo que es lo más gratificante que he recibido de este trabajo”.

Doña Magui indica que todavía tiene otros proyectos comunitarios, como la creación de áreas verdes para los ancianos y niños y la construcción de una nueva sede de la Cooperativa de Agua. “Creo que esa siempre ha sido nuestra forma de ser… nosotros hemos aportado una gota de agua”, señala doña Magui refiriéndose a todo lo que han podido construir en el barrio a partir del trabajo comunitario.

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