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El derecho a la ciudad como práctica ciudadana

Esta semana tiene lugar la cumbre Habitat III en Quito. Si la ONU deja de lado el derecho a la ciudad, no sólo estará enfrentándose a los gobiernos locales, sino al 99%. English

Bernardo Gutiérrez González
19 octubre 2016
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Ban Ki-Moon, secretario general de la ONU y Rafael Correa, Presidente de Ecuador, durante la apertura de Habitat III en Quito, Ecuador. 17 octubre 2016.Dolores Ochoa AP/Press Association Images. Todos los derechos reservados.

John Lennon escribió que la "vida es lo que ocurre mientras estás ocupado haciendo otros planes". En el siglo XXI, tiempos en los que laciudadanía toma la iniciativa en casi todos los ámbitos, el derecho a la ciudad podría ser lo que ocurre en la sociedad civil mientras los expertos se ponen de acuerdo en su definición. Las revueltas globales del año 2011 sacudieron de forma contundente el "derecho a la ciudad". No con redefiniciones teóricas, sino con un icono (la acampada en el espacio público) y un método (acción colectiva que conectaba lo local y lo global en tiempo real). Las ocupaciones de la Primavera Árabe, el 15M / Indignados en España o Occupy Wall Street visibilizaron de forma casi performática prácticas ciudadanas, formas de organizarse, maneras de construir ciudad. Y esa cautivante visión de las plazas tomadas acabó provocando un alud de revisiones académicas del "derecho a la ciudad". La práctica, eso sí, precedió a la teoría. 

Henry Lefebvre, que formuló el derecho a la ciudad en 1967, escribió que la ciudad "no es un libro acabado, sino el lenguaje de la gente", poetizando la oposición social a la ciudad moderna. La publicación del libro Ciudades Rebeldes, de David Harvey, al calor de Occupy Wall Street, transformó el derecho a la ciudad en el "derecho a modificar la ciudad de forma colectiva", ni siempre al rebufo de las instituciones. Para Harvey, el derecho a la ciudad implica "la recuperación del comando y gestión del excedente urbano por parte de la clase trabajadora, que es la que produce la ciudad". Las geógrafas Selene López y Natalia Lerena niegan que el derecho a la ciudad baje desde la academia hacia los movimientos sociales, "sino que por el contrario cristaliza un ida y vuelta entre las reflexiones académicas y la acción política" y es también una "consigna política". Por otro lado, la influyente Global Platform for the Right to the City, surgida en la ciudad de São Paulo en el año 2014, amplia el horizonte del concepto hacia el procomún, tan presente en los dilemas de nuestra época: "El derecho de todos los habitantes, presente y futuro, permanente y temporal a usar, ocupar y producir ciudades justas, inclusivas y sostenibles, definidas como bien común esencial para una vida plena y decente".

La ciudad "no es un libro acabado, sino el lenguaje de la gente".

La necesaria discusión sobre el concepto del derecho a la ciudad continúa vivo. Tiende, de hecho, a infinito. Tanto que corre el riesgo de convertirse en un "significante vacío" que los diferentes interlocutores usen para satisfacer sus propias agendas. Mientras tanto, el derecho a la ciudad es también todo aquello que ya está ocurriendo gracias a la sociedad civil. La chispa que llevó a David Harvey a reciclar el derecho a la ciudad fue la fascinante visión de un sujeto político global que se autoproclamaba el 99%: un sujeto político hecho de acampadas, prácticas de ocupación, plazas en red, subjetividades transversales, conocimiento libre y compartido, procesos colectivos de reapropiación del espacio público, de resignificación de las ciudades. De Tahir a la puerta del Sol de Madrid, del Movimiento de los Girasoles de Taiwán al Parque Augusta de São Paulo, el derecho a la ciudad volvió a ser carne, acción política, práctica ciudadana. El derecho a la ciudad es lo que ocurre mientras el Habitat III de la ONU planea los próximos veinte años para el mundo. 

Tras la explosión del 15M español, el heterodoxo movimiento de los Indignados, la palabra prototipo, reducida hasta hace poco al mundo de la cultura digital, comenzó a ser usada asociada a lo social. El prototipo es el “ejemplar original o primer molde en que se fabrica una figura u otra cosa”. El prototipo es una estado previo al modelo. Y se caracteriza por estar en estado de constante cambio, mutación y mejora. En los años iniciales de la programación web, entre el ecosistema hacker, se acuñó la expresión beta permanente para definir un prototipo no definitivo. En la Europa colapsada por el austericidio, cada vez son más los colectivos de urbanistas que abrazan el concepto de beta permanente, que reivindica el "proceso frente al objeto, la horizontalidad del trabajo y el pensamiento en red, el desarrollo de la inteligencia colectiva ciudadana y la apropiación comunitaria de los proyectos”. No es casualidad que los antropólogos Alberto Corsín y Adolfo Estalella nombraran a su blog Prototyping y lo convirtieran en un verdadero inventario de las prácticas urbanas, de los prototipos, que devolvían la vida a los barrios de la España de la crisis.

 En la Europa colapsada por el austericidio, cada vez son más los colectivos de urbanistas que abrazan el concepto de beta permanente.

La ciudad contemporánea, más que un modelo preconcebido, puede entenderse también como una red de prácticas colectivas. Prácticas que escenifican formas de vida que ya existen en solares vacios, plazas tomadas o centros sociales. Prácticas basadas en la colaboración, que cuestionan la competición entre individuos como motor de la vida. Prácticas que preceden a las teorías o paradigmas de ciudad. Prácticas que en muchos casos son acciones insurgentes, políticas, destituyentes. Desbordando lo posible, las prácticas ciudadanas redefinen marcos, consolidan códigos comunes de acción y abren brechas en las encorsetadas instituciones. Un teatro auto gestionado que regala vida cultural a un barrio (Ambros Theater, Atenas), un colectivo que teje una red de huertos urbanos colaborativos en vacíos urbaons (Hortelões Urbanos, São Paulo), una radio comunitaria que lucha contra la gentrificación de un mercado popular (Radio Aguilitas, Ciudad de México) ouna red de WIFI comunitario en el barrio La Loma de Medellín son metáforas vivas del concepto "práctica ciudadana". Desbordando lo posible, algunas prácticas marcan agendas políticas locales, con eco planetario. Y anticipan futurosdeseables y/o intuidos, que los políticos no se atreven a invocar. El gobierno local de Hong Kong está reduciendo el tránsito de vehículos en el centro de la ciudad, directamente inspirado en las revueltas de #OccupyCentral que sembraron las calles de actividades durante las ocupaciones estudiantiles de 2014. Los gobiernos locales, reconociendo dichas prácticas e inspirándose en ellas, pueden ser vitales para que el derecho a la ciudad sea el suelo común de las políticas públicas de las ciudades del futuro. 

Entender la ciudad como una red de prácticas colectivas, como un conjunto de autonomías ciudadanas, de prototipos imperfectos, amplía simultáneamente la definición de derecho a la ciudad y de política pública. Y ayuda a romper la dicotomía de lo público-privado, buscando políticas orientadas al común. Cierto: los gobiernos locales deben construir políticas públicas urbanas basadas en la equidad, la justicia, la inclusión, la sostenibilidad, la participación. Además, deben legitimar, reconocer y proteger las prácticas del común, las prácticas ciudadanas que configuran y recombinan los elementos de la trama urbanaque mantiene viva a una ciudad. Pero no basta con reconocer las prácticas del común: los gobiernos locales tienen que incentivar su existencia, aunque eso conlleve no controlar los procesos regidos por la autonomía ciudadana. Además, la gestión urbana y la tecnología que controla las ciudades tiene que dejar de ser un exclusivo patrimonio de multinacionales. 

La Cumbre Mundial de Ciudades de la United Cities and Local Goverments (UCLG), que se celebró la semana pasada en Bogotá, refuerzó la apuesta de los gobiernos locales por el derecho a la ciudad. En las sesiones colaborativas Co-crear la ciudad el derecho a la ciudad se declinó en participación, diversidad, aprendizaje, justicia, sostenibilidad y vida barrial. Y representantes y movimientos sociales cocinan juntos documentos con horizonte narrativo y escalabilidad política. 

 Co-crear la ciudad el derecho a la ciudad se declinó en participación, diversidad, aprendizaje, justicia, sostenibilidad y vida barrial.

Esta semana, los gobiernos locales intentarán que su agenda / apuesta influya en la reunión del Habitat III que tendrá lugar en Quito. Al apostar por el derecho a la ciudad, sin haberlo planeado, los gobiernos locales también estarán luchando por ese sujeto político del 99%. Al apostar por el derecho a la ciudad, que además de concepto es práctica ciudadana, los gobiernos locales también están batallando por los de abajo, por quienes habitan las ciudades con prácticas orientadas al bien común. Si la ONU deja de lado el derecho a la ciudad, no sólo estará enfrentándose a los gobiernos locales, sino al 99% que hace que la vida fluya en las ciudades mientras los Estados nación están ocupados haciendo otros planes.

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