
Enfrentarse a Putin no es gratis, pero tenemos que estar preparados para pagar el precio
Pussy Riot, el famoso grupo de punk feminista ruso, dio un concierto en la conferencia anual de CIVICUS en Belgrado la semana pasada. El show presenta la experiencia de los activistas encarcelados en la Rusia de Putin, algo que vivieron en carne propia. English



A pesar de la represión que sufrieron, y de las dificultados que todavía tienen hoy para llevar a cabo su activismo en Rusia, la banda Pussy Riot continúa su denuncia contra los abusos del régimen de Putin con toda su energía.
En un encuentro con la prensa en Belgrado, previo a su actuación en un club sobre el Danubio, la líder de la banda, Maria Alyokhina, conocida como Masha, tiene muy clara la misión del grupo.
“Yo creo que el arte está cambiando el mundo. Y puede cambiar el país. Y esto porque el arte es el único campo en donde pueden plantearse de verdad las cuestiones incómodas que los políticos nunca plantearán”, dijo Masha. Hasta qué punto esto es así queda en evidencia cuando se asiste a su show en directo: realmente la banda es campeona del artivismo.
Desde que el grupo empezó a actuar en 2011, su principal preocupación ha sido el ataque a las libertades en Rusia. Masha se enfrenta a la dinámica que, según su opinión, condiciona todo el debate político actual en Rusia. Es como si solo existiesen dos opciones, cuenta: o se está a favor de la OTAN, o se está a favor de la Gran Rusia de Putin. “Pero lo que Putin está haciendo no tiene nada que ver con esa pretendida grandeza”— dice. “Tiene que ver con el asesinato de activistas opositores, tiene que ver con meter a la gente en la cárcel”.
Su show actual, 'Riot Days', se centra en el deterioro de las libertades civiles en Rusia a partir de la reelección para un tercer mandato presidencial de Vladirmir Putin, en 2012. . “La gente está pasando por cosas mucho peores de las que nosotros vivimos en 2011. Ahora, hay gente que le caen 20 años por su activismo. Ahora los capturan, los torturan y los mandan a Siberia”.
Si el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dejase de tener jurisdicción en territorio ruso, esto sería una catástrofe para la gente. Pero esta es una amenaza real.
Siendo el tema de la conferencia de CIVICUS, que reúne a activistas políticos procedentes de todo el planeta, este año “El poder de estar juntos”, traer una actuación de Pussy Riot resultó un encaje perfecto.
Si bien la simpatía por la Rusia de Putin entre los Serbios es bien conocida, CIVICUS tomó esta decisión sabiendo cuán incómodo podría a resultar a las autoridades locales.
Pero la idea era enviar un mensaje potente en defensa de los derechos humanos y las libertades civiles, y contra el cierre del espacio de la sociedad civil, y el show de Pussy Riot resulta perfecto para eso.
Cuando se trata del apoyo al activismo, Masha lo tiene claro: “La solidaridad es la cuestión más importante. Si el apoyo de la gente, sobre todo cuando estás metida en un lío, no podríamos seguir adelante.
Esto es lo que te permite seguir funcionando cuando atraviesas momentos difíciles, cuando estás sola y te sientes insegura”.
“Una suerte de Guerra fría ha regresado” piensa Masha. Le preocupan especialmente las recientes amenazas de Rusia sobre abandonar el Consejo de Europa, una decisión que está congelada, pero que de tomarse suspendería todos de derechos en el interior del país.
“Si el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dejase de tener jurisdicción en territorio ruso, esto sería una catástrofe para la gente. Pero esta es una amenaza real –dice Masha. “Tristemente, así es como funciona Rusia. Hay que decirlo.”
Preguntada sobre cuál es el impacto actual del activismo de Pussy Riot dentro de Rusia, Masha dice que es difícil saberlo, y enseguida denuncia la represión que están sufriendo. El grupo ya no puede actuar dentro del país. Por lo menos de manera “oficial”. “Cuando hace poco actuamos en un teatro muy pequeñito de Moscú, un espacio cerrado, donde apenas caben 100 personas, sin vender entradas, todo gratis, las autoridades clausuraron inmediatamente el local, y ya no pueden operar” cuenta Masha.
“Cuando nos piden que actuemos en otros teatros y decimos que sí, y les enviamos todo lo necesario, se entusiasman rápidamente ante la posibilidad de acogernos. Aun así, en un par de días, siempre recibimos una llamada diciendo: lo sentimos, pero no va a poder ser. Nos han amenazado con cerrarnos el teatro. Y esto nos ha pasado al menos 35 veces en los últimos tiempos.”
Masha parece especialmente preocupada por lo que está ocurriendo políticamente en su país. Su descripción de la lógica de Putin es impactante. Según ella, lo único de lo que Putin y su gente están orgullosos es de que Rusia ganara la Segunda Guerra Mundial. Lo que intentan ahora es proyectar ese espíritu de victoria a la actualidad, por ejemplo identificando a los ucranianos como fascistas a los que c el Gran Ejército Ruso combate con la misma valentía con que combatió al nazismo en el pasado.
“Cada día, como 3 o 4 veces” –dice Masha, y se le nota la indignación en su mirada, “toda la maquinaria de propaganda trabaja en este sentido en los medios. Y algunas veces, desgraciadamente, la gente se lo cree”.
“Es imposible no creérselo” –interviene su colega, un joven con barba que se ha mantenido callado todo el rato. “Si tu existencia ocurre en el vacío, si estás rodeado por esta propaganda y no tienes acceso a ninguna otra fuente de información, porque simplemente no está a tu alcance, pues te lo crees”.
El deterioro continuo de los derechos humanos y civiles es un desastre para Rusia. Cojamos la situación del feminismo, por ejemplo, insiste Masha. Hace poco más de dos años, en febrero del 2017, Rusia aprobó una ley que despenaliza la violencia doméstica.
Ahora ya no es un delito, sino una falta administrativa menor. Hay un chiste que se ha hecho popular en la Rusia de hoy: “Una mujer llama a la policía diciendo que su marido la está golpeando. Y la policía le responde: llámenos cuando esté muerta”, cuenta Masha. “Pero esto no es un chiste. Es lo que está pasando cada día”.
Hay que ir con mucho cuidado al calificar a alguien como fascista. Si llamamos fascista a todo aquél que no esté de acuerdo con nuestros postulados, eso no es una salida democrática.
Pussy Riot, como grupo feminista, se ha tomado este asunto como un retroceso demasiado duro e inaceptable para los derechos de la mujer, y sus abogados están ahora siguiendo una serie de casos de violencia doméstica que han sido llevados a los tribunales.
Aún así, según Masha, el feminismo en Rusia no es un movimiento como tal. Es más bien un universo de organizaciones activas en Moscú, San Petesburgo y otras ciudades, “pero no está claro que haya coordinación entre ellos, aunque nadie se ha preocupado de averiguarlo hasta la fecha”.
Queda claro que las Pussy Riot son, sobre todo, activistas políticas que usan su arte para denunciar abusos.
Se han posicionado políticamente con mucha fuerza y no les gusta simplificar los asuntos que denuncian, incluso cuando los dramatizan teatralmente en escena.
Cuando se les pregunta por las protestas que últimamente tienen lugar en Belgrado cada sábado, y que incluyen a militantes de extrema derecha que se apuntan a la manifestación junto a los progresistas que la convocan, la respuesta es muy directa: “Hay que ir con mucho cuidado al calificar a alguien como fascista. Si llamamos fascista a todo aquél que no esté de acuerdo con nuestros postulados, esa no es una salida democràtica. Realmente no lo es”.
Los delegados de todo el mundo, asistentes a la conferencia de Civicus, estaban impresionados por la efectividad con que el show de Pussy Riot pone en evidencia la dureza de la represión que está teniendo lugar en Rusia.
Su descripción de las condiciones de encarcelamiento bajo el régimen de Putin es una potente voz de alarma sobre hasta qué punto está avanzando el deterioro de los derechos desde el colapso de la política democrática rusa en 2012.
7 años después, el régimen oligárquico y autoritario ha invadido Crimea, atacado Ucrania, debilitado la Unión Europea apoyando a la extrema derecha, financiado el Brexit, aupado a Trump, y ha hecho de la promoción de la “democracia Iliberal” un desquite por la humillación que sufrieron las elites rusas tras el colapso del imperio soviético.
Lastimosamente, tal como Timothy Snyder lo escribe en su último y brillante libro, Rusia está llevando a Occidente por “El camino hacia la no libertad”. El grito desgarrado de Pussy Riot es un recordatorio a los activistas de todo el mundo para que no acepten esta deriva suicida. Masha lo dice alto y claro: “hay que escoger no callar”.
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