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Lo que pasó en Nueva Zelanda no fue casualidad

El ataque en Nueva Zelanda nos debería hacer reflexionar sobre las maneras en la cuáles la violencia y el odio intentan fracturar nuestras democracias.

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20 marzo 2019, 12.01am
Miembros del público rinden homenaje a las víctimas durante una conmemoración de los ataques en la Mezquita Al Noor en Christchurch, Nueva Zelanda, 19 de marzo de 2019. (AAP Image/Mick Tsikas). Todos los derechos reservados.

Lo que pasó en Nueva Zelanda no es un hecho aislado. Sin lugar a dudas, este es un fenómeno que surge a partir de la islamofobia llevada al extremo, y que resulta en una masacre desconcertante que nos deja 50 muertos y 50 heridos. El ataque en Nueva Zelanda es la peor acción terrorista perpetrada por un militante de la extrema derecha en la historia moderna del país oceánico.

Este acto de violencia nos lleva a indagar sobre el futuro de los denominados discursos de odio, y, asimismo, nos hace reflexionar sobre la manera en la que radicalización ideológica conlleva a fenómenos incomprensibles, donde el racismo y la xenofobia son equivalentes a un nivel de violencia que busca romper con nuestras sociedades multiculturales.

Para el autor del atentado, el motivo de este crimen estaba claro: vengar la muerte de miles de personas asesinadas por ‘extranjeros invasores’. Teorías que circulan entre grupos de ultraderecha, como la de ‘El Gran Reemplazo’, un panfleto racista que señala que los pueblos europeos están siendo reemplazados por poblaciones no europeas de inmigrantes, son una muestra más de lo peligroso que es la propagación y legitimación de los discursos de odio.

Las ideas racistas convertidas en ideologías y militancias han llenado múltiples agendas democráticas con nociones negativas basadas en el etnocentrismo y el deseo continuo de ejercer la hegemonía sobre los pueblos no blancos.

Estas masacres perpetradas en nombre de una ideología de supremacía blanca se siguen diseminando entre aparatos democráticos débiles que no logran contrarrestar la oleada de extrema derecha que desde Trump hasta Bolsonaro sigue golpeando, cada vez con más fuerza, al poder político.

En estos profundos momentos de luto y solidaridad que se activan con estos atentados, es fundamental reconocer que los cambios democráticos podrían estar modelando escenarios de supremacía blanca que nos llevan a terribles resultados.

Nueva comunidad: la extrema derecha mundial

Subgrupos en Internet han esparcido rápidamente nuevas comunidades virtuales y reales que defienden las posturas extremistas de la supremacía blanca, y arrecian sin pudor contra los extranjeros, las mujeres y los musulmanes. Las ideas racistas convertidas en ideologías y militancias han llenado múltiples agendas democráticas con nociones negativas basadas en el etnocentrismo y el deseo continuo de ejercer la hegemonía sobre los pueblos no blancos.

La preocupación se enciende cuando atentados como el de Nueva Zelanda llegan inclusive a ser transmitidos en vivo por Internet para que posteriormente Facebook y Youtube deban retirar millones de videos que reprodujeron de minuto a fin el atentado.

Estas perversas técnicas que pretenden legitimar discursos de odio con la viralidad del Internet, son usadas por comunidades que acuden a estos contenidos para informarse y seguir validando sus ideologías extremas, siendo el Internet el canal principal a través del cual se impulsa el crecimiento de la nueva extrema derecha mundial.

No nombrar al autor

Con la ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, impulsando la idea de nunca pronunciar el nombre del autor, se despierta una sensibilidad importante sobre el poder del lenguaje y la importancia centrada en los autores más que en las víctimas.

La búsqueda de notoriedad a través del terrorismo parece esparcirse más cada vez que se repite el nombre del autor. Por ello, las noticias críticas sobre la emoción, posturas, y reconocimiento a las víctimas, parecen quedar en deuda cuando se presentan este tipo de atentados.

¿Qué discursos los empuja a llegar a crímenes como éste, y, a partir de esto, en qué deberíamos cambiar como sociedades democráticas?

Las reflexiones inmediatas, más allá del sensacionalismo mediático de la descripción de hechos, autores o cifras, deberían concentrarse en los temas claves que encontramos detrás de estos episodios, como son las narrativas sobre la liberación de la tenencia de armas promovida por gobiernos como el de Trump, o las fórmulas para buscar justicia y reparación a las víctimas.

¿Quiénes son lo que adoptan nociones de posverdad similares a aquellos que apadrinan la supremacía blanca? ¿Qué discursos los empuja a llegar a crímenes como éste, y, a partir de esto, en qué deberíamos cambiar como sociedades democráticas? ¿Cuál es el papel del Estado, el círculo privado y familiar, y las instituciones sociales para prevenir que escenarios como este se repitan? Estás son solo algunas de las preguntas que deberían ser consideradas con mayor importancia que la masacre misma.

Por eso, reflexiones sobre el extremismo en la red, la islamofobia impulsada por el etnocentrismo, o cómo estas tragedias podrían o no escalarse, deben ser la verdadera lupa sobre este tema.

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