Desde la llegada de la pandemia en marzo del 2020, los países de América Latina, lastrados por una enorme desigualdad endémica, se han enfrentado a una trágica dicotomía: aquí, o se muere por la Covid, o se muere de hambre. Las cuarentenas, los aislamientos y los cierres económicos, aunque efectivos para frenar la propagación del virus, desataron otras problemáticas que pusieron en evidencia la profunda estructura desigual de la región.
En Latinoamérica y el Caribe, hoy el 22,4% de la población vive en pobreza; es decir, el 22,4% de la población gana menos de USD $5.5 al día. Esta cifra es mucho más alta en varios países de la región, como Colombia, donde, a 2020, el 42% de la población vivía en pobreza monetaria, es decir, con alrededor de USD $90 al mes.
La fuerte informalidad económica característica de Latinoamérica no muestra un escenario más esperanzador. El sector informal equivale al 35% del PIB de la región. Treinta y seis por ciento de la población trabaja en el sector informal, un porcentaje que se estima haya aumentado significativamente durante la pandemia.
Pedirle a la ciudadanía que se quede en casa es casi una sentencia de muerte para esa gran proporción de la población que sobrevive de sus ingresos diarios. Por eso, no ha sido del todo sorpresivo ver cómo miles de casas en todo Colombia colgaron trapos rojos de sus ventanas y puertas durante los confinamientos, como una señal de hambre, como un llamado de ayuda.
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