
El doloroso llanto del Nevado
Yamid Alonso Silva Torres tenía 38 años y había nacido en la montaña del Cocuy en Colombia. El Eln, grupo armado ilegal, tiene un plan para expandirse en este paraíso natural. Português

Yamid Alonso Silva Torres le parecía que trozar un árbol del páramo era como si a él mismo le rasguñaran un brazo. Tanto era así que su parcela en el cerro Mahoma, un pico desde donde se divisa el colosal nevado del Cocuy, está cercada con varitas de metal. Nunca dejó que nadie en su familia tumbara un palo ni para delimitar la tierra.
El último aire que Yamid respiró y el último paisaje que sus ojos vieron antes de morir asesinado fueron los de esos cerros que cuidaba como funcionario de Parques Nacionales Naturales de Colombia. Como él, 12 guardaparques han perdido la vida por cuidar los tesoros naturales de los colombianos. Y centenares más han vivido las más duras amenazas y presiones sin más protección que una camiseta azul con un oso de anteojos bordado en la manga.
A las 11:20 de la mañana del 6 de febrero pasado apareció una moto avanzando hacia la capilla de la vereda La Cueva, municipio de Güicán, en Boyacá. Lagunillas llaman a ese lugar en que Yamid, solitario, dormía cinco días a la semana en un puesto de control a unos 3.500 metros sobre el nivel del mar. El mismo nombre del río que por allí baja. Mucho más adelante por la trocha hay cuatro lagunas de aguas cristalinas que parecen dibujadas con azul cobalto: La Pintada, La Cuadrada, La Atravesada y La Parada.
Yamid alcanzó a avanzar unos pasos sobre la carretera cerca a un puente al que llaman El Infiernito. En la moto iba un hombre y una mujer. Eran sus verdugos y Yamid no lo sabía. Él seguramente les salió al paso para preguntarles si estaban perdidos, si necesitaban que los guiara. La tragedia estaba a punto de aparecer por primera vez en Lagunillas.
El parque protege a los 18 picos esparcidos en dos subcordilleras a lo largo de 30 kilómetros cuadrados. Entrelaza un sistema hídrico impresionante compuesto por 150 lagunas y 80 quebradas y ríos que lo atraviesan de lado a lado. Estos tesoros del medio ambiente, también han servido de espacios estratégicos para la expansión del Ejército de Liberación Nacional, Eln. Un enclave para la guerra que se ha venido metiendo por entre la montaña desde hace décadas.
En las calles de los municipios de El Cocuy y Güicán, en Boyacá -dos pequeños pueblos desde donde turistas parten para las expediciones al nevado- algunos campesinos dicen que el Eln intentó por las buenas y por las malas hacerles entender que querían entrar en esas cumbres. Y como no tuvieron acogida, comenzaron a matar.
Dos días antes de que Yamid Alonso se encontró de frente con los motorizados, en la misma zona habían asesinado a Libardo Arciniegas Zaldúa, tesorero de la Junta de Acción Comunal de la vereda Pachacual, en El Cocuy. Usaron la misma modalidad: una mujer y un hombre –luego se sabría que eran los mismos que mataron a Yamid Alonso- arribaron en una moto y dispararon. Tras el crimen, la esposa de Liberado abandonó el caserío. Esta semana la vieron llegar al pueblo con el trasteo y su duelo a cuestas.
Según la Fiscalía, quienes mataron a este guardaparques pertenecen al Eln. La Policía de Boyacá capturó a Clarisa Barón Rodríguez, alias Nikol y a Jeifer Daniel Saldaña, alias Claudio, ocho días después del asesinato. Les imputaron cargos por homicidio agravado y rebelión.
Tras estos hechos, el Parque Nacional Natural El Cocuy fue cerrado temporalmente. La entidad ordenó restringir el acceso y prohibió el ingreso de visitantes y de prestadores de servicios ecoturísticos.
El blanco: Parque Nacionales Naturales en Colombia y sus protectores
Pero no solo este lugar de Colombia con estas características ha sido banco de los grupos armados. Los parques nacionales, quizás uno de los mayores orgullos de los colombianos, hoy viven una guerra sin cuartel: “Estos sitios sagrados fueron víctimas silenciosas del conflicto y hoy lo son también del posconflicto”, dice Eugenia Ponce de León, reconocida ambientalista que escribió un libro sobre cómo la guerra ha golpeado a estos ecosistemas y a quienes los cuidan. “Detrás de la protección de los bosques, de los humedales, de las playas, de los nevados, hay gente. Gente que expone su vida y eso a la gente se le olvida”, agrega.
En estas áreas protegidas confluyen los problemas de orden público del país: hay 8 mil hectáreas de coca sembradas y 500.000 hectáreas arrasadas y convertidas en potreros para la ganadería ilegal.
En Parques Nacionales, cada asesinato sacude hasta lo más profundo. “La muerte de Yamid tiene un efecto devastador en nosotros, porque trabajamos en medio de las peores amenazas. Cuando estas se materializan, la sensación de vulnerabilidad se multiplica. Tenemos miedo, y mucho”, cuenta un funcionario de otro parque. En este organismo hay una vocación verdadera por cuidar la naturaleza y muchos resisten el fuego cruzado hasta que llega la muerte a respirarles en la nuca.
Lo que pasó con Yamid produjo en los guardaparques el más aterrador déjà vu. El año pasado, por esta misma época, esta violencia se llevó a Wilton Fauder Orrego León, en la Sierra Nevada de Santa Marta. Su papá, Amilcar Orrego, recuerda haber escuchado los disparos a lo lejos el 14 de enero de 2019. “¡Es Wilton!”, le gritaron los vecinos a este campesino que llegó a vivir a la Sierra para huir de las balas de La Guajira en los años noventa. Orrego recogió a su hijo con tres disparos en la cabeza y otros en el cuerpo y lo llevó hasta Santa Marta mientras se desangraba poco a poco, en un viaje que hoy narra entre lágrimas. A la fecha, por este crimen no hay justicia. “Pregunto qué ha pasado con su caso y me dicen que deje de molestar. Hay quienes me advierten que puedo perder la vida por seguir en esa búsqueda, pero cuando uno pierde un hijo, pocas ganas quedan de vivir”, dice. Después de este asesinato, en ese parque todo cambió. El director, Tito Rodríguez, quien llevaba décadas de proteger este lugar sagrado tuvo que salir huyendo a otro país.

Un gran número de parques permanecen hoy vedados incluso para quienes los cuidan. La Procuraduría ha registrado 31 amenazas a funcionarios en regiones tan distantes del país como El Tayrona (Sierra Nevada de Santa Marta), Galeras (Nariño), los Farallones (Cali), Picachos (Caquetá y Meta), Utría (Chocó), Puracé (Cauca y Huila), Bahía Portete (Guajira) y Las Orquídeas (Antioquia).
Tres días antes del asesinato de Yamid Alonso, otro guardaparques recibía amenazas en el Parque Nacional de Tinigua, en el departamento de Meta. Un lugareño abordó al funcionario y le dijo que, a través de un audio por Whatsapp, la guerrilla había dicho que si encontraban con algún trabajador de esta entidad lo mataban.
El ELN quiere usar un nevado como El Cocuy como enclave para sus operaciones ilegales, y eso tiene repercusiones enormes. El terror que quieren sembrar con los asesinatos selectivos no solo hace inviable la vida de los pobladores. También retrasa los procesos de conservación del ecosistema que de por sí están en riesgo.
Yamid Alonso vivía en la misma casa con don Tulio y Dora. En el cuarto de este guardaparques quedaron muy pocas pertenencias: un sombrero, una gorra que no se quitaba nunca, la ruana, una guitarra por cuyo revés está escrita la frase: “Dora y Yamid se aman”. En una repisa quedó puesto, como si fuera el mayor trofeo familiar, un portarretratos. Allí aparece Yamid Alonso, con una sonrisa amplia, acurrucado al lado de una laguna convertida en hielo, allá en lo más alto del páramo del Cocuy, la montaña que cuidaba como su hijo de las entrañas.
Este artículo se publica en el marco de nuestra alianza editorial con Revista Semana. Para la pieza original, siga este link.
Este es el primero de tres perfiles que hacen parte del especial de democraciaAbierta: La Amenaza de Defender.
Fotos: Guillermo Torres Reina
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