
Protesta de los presos de la cárcel de San Pedro de la Paz en 2013.Demotix/ Carlos Sanchez. All rights reserved
“No podía marchar del país sin venirles a ver a ustedes,” dijo el Papa Francisco ante un público formado por presos llegados de siete cárceles distintas de toda Bolivia.
Les hablaba en una clara mañana en el penitenciario de Palmasola, un centro de máxima seguridad que ocupa varias cuadras en la ciudad de Santa Cruz.
La cárceles en Bolivia, como muchas en Latinoamérica, son famosas por sus niveles de violencia y extorsión. En el caso de Palmasola, los años de abandono estallaron finalmente el 23 de agosto de 2013, cuando se produjo una pelea en el Sector PC3, llamado Chonchocorito.
Raúl Velasquez, hoy taxista en Santa Cruz, estaba cumpliendo entonces una condena de cuatro años.
“Hubo una pelea entre Bloque A y Bloque B,” explica. “Empezaron a golpes. Luego atacaron con armas blancas, con machetes. No era algo raro, ¿entiendes? Luego empezaron a quemar a la gente con una garrafa llena de gasolina. Y eso se propagó, los colchones se incendiaron y no pudieron pararlo. Es una cárcel, no hay mucha agua ni otras cosas parar el fuego. Hubo un incendio y hubo una matanza.”
Cuando el incendio quedó extinguido, habían muerto 31 personas, entre ellas un niño de un año. Otras 37 personas resultaron heridas. En los días siguientes, cuatro personas más murieron a causa de las quemaduras, con lo que el número total de víctimas mortales ascendió a 35.
El detonante, según Raúl, fue una lucha por el poder. Como en muchas cárceles bolivianas, la extorsión es un hecho cotidiano en Palmasola y quien controla Chonchocorito, puede ganar miles de dólares durante sus años en prisión.
“Por suerte yo escapé de lo peor. Cuando caí, muchos amigos me ayudaron con dinero. Y así pude pagar 300-400 dólares, para quedarme en un lugar más tranquilo. Pero si caes en Chochocorito, te apuntan con armas, te electrocutan, te torturan, llaman a tus familiares y piden un montón de dinero, 500, 800 o 1,000 dólares –depende de tu delito. Se pelearon por ese poder, por el poder de extorsionar a la gente.”
En los días siguientes al incendio, el presidente de Bolivia, Evo Morales, admitió que "no hay presencia del Estado" en las cárceles del país. En una entrevista en televisión unos meses más tarde, un ex jefe de la prisión estimó que unos 30,000 dólares cambian de manos cada día en Palmasola como consecuencia de la extorsión.
“Una bomba de relojería por los problemas estructurales”
Según Hernán Cabrera, Defensor del Pueblo de Santa Cruz, las autoridades bolivianas fueron alertadas de la precaria situación en Palmasola poco antes de los acontecimientos del 23 de agosto.
“Hace tres años hicimos un informe sobre la situación carcelaria en el país, y dijimos que las cárceles de Santa Cruz eran una bomba de relojería,“ afirma. “Una bomba de relojería por los problemas estructurales.”
El mayor problema que destacaba el informe era el hacinamiento. "“La cárcel fue hecha para 800 personas y hay 4,800 internos”, dice Cabrera. Las estadísticas de la Corporación Andina de Comercio (CAF) muestran que Bolivia ocupa el tercer lugar en la lista de cárceles más hacinadas de Europa y las Américas, con un nivel de 233%.
Tal hacinamiento va de la mano de una infraestructura "obsoleta". Cabrera describe "el mal estado de los servicios básicos, es decir agua, alcantarillado, desagüe y salud.”
Los altos niveles de hacinamiento se ven exacerbados por los retrasos extremos en el sistema judicial. "El 85% de los presos no tienen sentencia y pueden estar encarcelados sin condena dos, tres, cuatro años", dice Cabrera.
Las estadísticas de la CAF muestran que las cárceles bolivianas albergan, en proporción, el mayor número de personas en prisión preventiva de cualquier lugar de Europa y las Américas. La prisión preventiva está diseñada para permitir el encarcelamiento de sospechosos que se considera que suponen un grave riesgo de fuga o un peligro para los testigos o la comunidad en general. Pero en muchos países es producto de un sistema judicial congestionado, combinado con el desprecio hacia los que acaban en la cárcel por cargos menores pero carecen de recursos financieros para pagar la fianza, el soborno o el abogado y conseguir que se atienda su caso.
Otra cuestión subyacente mencionada en el informe es la ausencia total de una política de rehabilitación o reinserción de los presos.
“Todavía no existe,” dice Cabrera. “Es decir, tu llegas a Palmasola, estás dentro y estás todo el día libre. Puedes ir pensando en lo que tú quieras y hacer lo que tú quieras. Y cuando sales, tampoco tienes ningún apoyo. Entonces, mucha gente reincide.”

Imagen cortesía de la Oficina del Defensor del Pueblo, Hernán Cabrera. All rights reserved
Reformas fallidas
Tras las muertes del 23 de agosto, la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos instó a Bolivia a aplicar reformas para garantizar la vida de los prisioneros. El mes siguiente, el presidente de Bolivia, Evo Morales, firmó un decreto concediendo indultos a algunos presos y detenidos en prisión preventiva encarcelados por delitos menores. Pero a pesar de la preocupación internacional y las declaraciones de intenciones, no ha habido reformas significativas.
“Se han hecho algunos arreglos en Palmasola, un poco de fachada, maquillaje. Arreglos de pabellones, de las calles, de que esté bonito. Se ha mejorado la seguridad. Se han puesto cámaras por todos lados. Se ha buscado disciplinar mejor a los grupos. Pero, no obstante, cada vez que hay requisas en Palmasola, encuentran dentro armas blancas, trago, drogas, hasta pistolas. ¿Qué implica esto? Que los controles siguen deficientes.”
“Todo esto para decir que las mejorías dentro de la prisión han sido muy, muy limitadas y completamente superficiales.”
La visita del Papa a Palmasola fue coordinada por el Padre Leonardo da Silva, que trabajaba como capellán de la cárcel el día del incendio. Da Silva coincide plenamente con la valoración que hace Cabrera de la ineficacia de la acción del gobierno desde entonces.
“Hubo una cumbre judicial, encuentros de instancias gubernamentales, plataformas, mesas de diálogo, coordinaciones interinstitucionales - y todo sigue igual.”
Entonces, un par de meses antes de la llegada del Papa, las autoridades se volcaron a actuar. En mayo se instaló un tribunal provisional en Palmasola, ante el que fueron llevados a toda prisa, para su condena o puesta en libertad, los detenidos en prisión preventiva. El 19 de junio, 542 presos habían sido procesados en estos juicios - una pequeña parte, todavía, de los más de 4,000 detenidos que languidecen sin sentencia en Palmasola.
Mientras ayudaba a los presos a prepararse para la visita del Papa, da Silva contemplaba atentamente todos estos acontecimientos.
“Ojalá no sea solamente una iniciativa paliativa, para descongestionar, para que el Papa no se encuentre con tantos privados de libertad, y que después volvamos a un estado de dejadez extrema,” dice. “Pero, en cualquier caso, el sistema penitenciario no consiste solamente en sentenciar y luego excarcelar. Todo debe ser tratado como un todo. Tienen que haber políticas de rehabilitación y reinserción. Tenemos que recordar que estamos ahí manejando vidas.”
Grandes esperanzas
Como capellán de una de las cuatro iglesias de la cárcel, da Silva ha trabajado estrechamente con los internos de Palmasola durante muchos años.
“Por supuesto, las expectativas de los presos por la visita del Papa son enormes,” dice mientras nos muestra un libro en el que se recogen sus esperanzas y deseos, Voces de Libertad, para presentar al Papa. “Y seguramente él nos va a iluminar un poco este conjunto de desafíos que existen dentro de la cárcel. Es un Papa conocedor del tema, porque él siempre tuvo una sensibilidad enorme con el tema carcelario.”
Desde que resultó elegido, el Papa Francisco ha seguido visitando prisiones varias veces al año, una práctica que caracterizó su labor como Arzobispo de Buenos Aires. Según cuentan funcionarios del Vaticano, él sigue haciendo una llamada telefónica cada dos semanas, los sábados, a jóvenes reclusos que conoció en la capital argentina.
Decidió dar su primera Misa de la Última Cena, en Jueves Santo, en una institución para jóvenes delincuentes en Roma. Después del servicio, rompió tabúes católicos al lavar y besar los pies de mujeres presas y de prisioneros musulmanes. Tradicionalmente, este acto está destinado a reflejar el momento, descrito en el relato de la Última Cena del Evangelio de San Juan, en el que Jesús lava los pies de sus discípulos - todos ellos hombres.
Francisco explicó su afinidad con los convictos en una entrevista en el diario argentino La Voz del Pueblo: “‘Ninguno de nosotros puede estar seguro de que nunca va a cometer un crimen. Cuando visito una cárcel, pienso para mí mismo, ‘Yo también podría estar acá’... Simplemente ellos no han tenido las oportunidades que he tenido yo para no cometer estupideces y terminar en prisión. Esto me hace llorar por dentro. Es profundamente conmovedor.”
Esta empatía contrasta notablemente con la actitud del gobierno boliviano y de muchos en la sociedad boliviana, según el Defensor del Pueblo Hernán Cabrera.
“El gobierno se desinteresa por la gente que va a prisión, también la mayoría de la sociedad,” afirma. “La cárcel se ve como un basural. Es el último basural, y allá mandamos a la gente a podrirse. No les damos una segunda oportunidad.”
Durante su discurso a los internos reunidos en Palmasola, el Papa Francisco demostró un profundo conocimiento de su situación.
"Son muchos los elementos que juegan en su contra, lo sé muy bien,” dijo. “El hacinamiento, la lentitud de la justicia, la falta de terapias ocupacionales y de políticas de rehabilitación, la violencia. Todo ello requiere una rápida y eficaz alianza interinstitucional para hallar soluciones."
Da Silva, visiblemente agotado tras meses de preparación para ese momento, no subestima la envergadura de los desafíos que dicha cooperación tendrá que superar.
“Lo que queremos y lo que necesitamos es que la justicia sea imparcial y que considere, con carácter de urgencia total, una transformación estructural de todo el sistema penitenciario.”
Sin embargo, con Voces de Libertad bajo el brazo, se permite un instante de optimismo.
“Se notan resultados más que nunca. Yo creo que toda la sociedad también se está sensibilizando. Además, el número de privados de libertad en Bolivia oscila muchas veces entre, ¿qué? ¿13,000? ¿14,000? Entonces, es un número muy manejable. Totalmente manejable. Esperemos que todo este trabajo dé sus frutos. Esperemos que la gente que se ha movilizado para actuar e implicarse no lo haya hecho sólo como teatro, porque ha venido el Papa.”
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