
Diez de once candidatos para las próximas elecciones presidenciales. Pool/ ABACA / ABACA / PA Images. Todos los derechos reservados.
El 21 de abril de 2002, los votantes franceses mostraron el sorprendente alcance de su desencanto político llevando al veterano líder de la extrema derecha Jean Marie Le Pen a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales a enfrentarse a Jacques Chirac, que se presentaba para repetir mandato. Este inesperado éxito constituyó el resultado electoral más asombroso registrado en Europa en muchos años. Firmó la sentencia de muerte de la Quinta República. Si ahora los votantes franceses, el 23 de abril, llevan a Marine Le Pen a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales y su contrincante es Emmanuel Macron, clavarán otro clavo en el ataúd de la república que fundara el general De Gaulle. Hace quince años, el primer ministro socialista Lionel Jospin quedó eliminado en la primera vuelta y su partido humillado. Si ahora el que queda eliminado en la primera vuelta es el candidato del Partido Republicano, el ex primer ministro conservador Francois Fillon, el desempate lo jugarán dos outsiders.
La Quinta República es el tercer régimen político más longevo de Francia después de la monarquía que acabó con la Revolución de 1789 y la Tercera República (1879-1940). Funcionó bien hasta 2002 porque se fundamentó en la existencia de dos sólidas coaliciones, una construida alrededor del Partido Socialista y la otra alrededor del partido gaullista, que propiciaron un sólido crecimiento económico hasta principios de los años 80. Si ambas coaliciones se derrumban en estas próximas elecciones, la forma en que se lleve a cabo la política francesa no podrá seguir siendo la misma. Habrá que reescribir la Constitución.
Las dos coaliciones que han gobernado Francia desde 1958 están profundamente divididas en cuanto a Europa, ya que muchos votantes se muestran cada vez más contrarios a la Unión Europea, de la que Francia es miembro fundador, y hasta la rechazan de plano. A la mayoría de los franceses no les interesa Alemania y les molesta la capacidad que perciben que tiene ésta para imponer sus opiniones sobre la conducción de la política económica europea. La agenda de Marine Le Pen es proteccionista. Recientemente ha matizado algo su reiterado deseo de sacar a Francia del Euro (un 70% de los franceses están en contra), pero se mantiene firme en su convicción de que unas relaciones más cálidas con Vladimir Putin serían beneficiosas para los intereses de Francia. El líder ruso ayuda al Frente Nacional de Le Pen, sin duda, a través del dinero que le prestan los bancos rusos. Su programa económico es un popurrí, pero a la mitad de los que votan al Frente Nacional esto no les preocupa en absoluto. Lo que quieren es pegarle una patada al sistema y expresar su rechazo ante el sinfín de escándalos de corrupción y su miedo a perder sus puestos de trabajo ante – según ellos – la competencia de los inmigrantes africanos. El Frente Nacional agita el trapo rojo del Islam(ismo), mientras Jean-Marie Le Pen, su fundador y padre de Marine, mantiene abiertamente su postura antisemita. Está convencido de que Francia nunca debería haber concedido la independencia a Argelia en 1962. Los sentimientos contrarios a las élites parisinas se combinan con otro sentimiento, de impotencia, sobre lo que puede deparar el futuro.
Emmanuel Macron es un prodigio surgido a la vez del mundo de las finanzas y de la gestión pública de alto nivel: su procedencia es la prestigiosa Escuela Nacional de Administración y el banco de inversión de referencia en Francia, el Banco Rothschild & Cie. No es un outsider, pero combina una visión liberal de la reforma que precisa la economía francesa y un reconocimiento de que el comportamiento de Francia en Argelia, esa caja negra de la política francesa, fue "bárbaro". Le incomodó el estado de emergencia que se impuso tras el ataque terrorista de la sala Bataclán en París, en noviembre de 2015, y se opuso a la idea de que ciudadanos franceses sospechosos de terrorismo pudiesen verse despojados de su nacionalidad porque esto le recordaba las leyes del régimen de Vichy de 1940. En un país en el que los ciudadanos con barba o cuyo nombre suena a musulmán tienen hasta cuatro veces menos probabilidades de conseguir una entrevista de trabajo, a Macron le desprecia la derecha dura por haber dicho que Francia debe asumir su parte de responsabilidad con respecto a estos franceses que son musulmanes y por su comportamiento colonial en Argelia. También le desprecia la izquierda dura por ser un "Mozart de la finanzas" - apodo que se ganó al asesorar a Nestlé en la adquisición de una unidad de la farmacéutica Pfizer por 1.200 millones de dólares, lo que le reportó unas ganancias sustanciales. La crisis de la zona euro y una profunda y arraigada actitud de desconfianza ante el dinero y el capitalismo han incrementado en Francia un sentimiento transversal contra los bancos.
Dicho esto, cualquiera sabe si los préstamos de los bancos rusos al Frente Nacional y el apoyo de Vladimir Putin a Marine Le Pen van a ser factores ganadores en estas elecciones. Por su parte, François Fillon y su esposa están implicados en un caso de corrupción. Esto no impidió que el Partido Republicano – pro negocios - de Fillon difundiera un dibujo de Macron con nariz aguileña, sombrero de copa y cigarro habano, en línea con las imágenes antisemitas de los años 30 del siglo pasado. Pero el candidato conservador es poco crítico con las políticas del presidente ruso en Europa y Oriente Medio, lo que en opinión de muchos de sus partidarios es señal de falta de criterio.
Los votantes franceses están preocupados por el declive de su país y lo que sienten que es su pérdida de identidad, pero también son profundamente conservadores. El hecho que no se haya intentado llevar a cabo reformas profundas durante más de una generación dice mucho de los políticos franceses, que no se atreven a confrontar a sus compatriotas con la verdad. Pero, ¿están los franceses dispuestos a afrontar serias reformas o preferirían arriesgarse a salir del euro y de la UE, lo que frenaría las posibilidades de reforma? En su ascenso político, Emmanuel Macron – que fue consejero de François Hollande en el Elíseo y después ministro de Economía hasta que dimitió el año pasado -, no ha tenido tiempo para adquirir las enseñas de defensor del reino. Su atractivo y apariencia juvenil pueden, sin embargo, ser engañosos. Los votantes decidirán, muy pronto, si tiene alma de acero, aunque enfundada en exquisito terciopelo. Una abstención elevada ayudaría al Frente Nacional, pero desde 1969 la abstención en Francia no ha superado nunca el 20% de las personas con derecho a voto. ¿Representará 2017 una ruptura con el pasado?
Emmanuel Macron tiene otra ventaja. No sólo es el único candidato que puede alardear de no ser extremista, sino que podría ser también el hombre adecuado para forjar de nuevo la alianza entre Francia y Alemania. Nadie sabe quién será el próximo canciller alemán, pero Macron es un europeísta convencido. La Quinta República ha dejado de funcionar, a todos los efectos, desde 2002. Los votantes franceses tendrán que decidir si vale la pena darle a Macron la oportunidad de reformar Francia o si prefieren llevar el destino de la república al desguace.
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