En un coloquio de derechos humanos reciente celebrado en Sao Paulo, activistas y defensores de derechos humanos de todo el mundo confirmaron la creciente importancia de las calles y las plazas en la lucha por hacer realidad los derechos básicos. Algunos ejemplos recientes incluyen las victorias obtenidas por el Movimiento Estudiantil en Chile y los ocupantes de la Plaza Taksim en Turquía. Al igual que los ocupantes de la Plaza Tahrir y el Parque Zucotti antes que ellos, las personas de estos movimientos reclamaron los espacios públicos de la ciudad para hacer exigencias democráticas que han resonado a nivel global. De hecho, como ilustraron Alexandra Délano y Melissa Ortiz Massó en su reciente artículo sobre México, las protestas ciudadanas pueden tener un profundo efecto en la responsabilidad política y la democracia.
Sin embargo, el coloquio también corroboró la amenaza cada vez mayor que enfrentan las personas que ocupan estos espacios. Activistas desde Bahrein hasta Brasil han sufrido una represión estatal cada vez más violenta. Y, sin embargo, la calle es un sitio de reunión pública donde se obtienen logros democráticos radicales, a pesar del grave riesgo de resultar lesionados que enfrentan sus ocupantes.
La cobertura que dan los medios mundiales de comunicación a las luchas por los derechos y las calles deja de lado otras relaciones importantes que tienen las personas con las calles. Desafortunadamente, la cobertura que dan los medios mundiales de comunicación a las luchas por los derechos y las calles deja de lado otras relaciones importantes que tienen las personas con las calles. La atención se ha concentrado de manera abrumadora en las ocupaciones de espacios públicos caracterizadas por manifestaciones o protestas, donde la vulnerabilidad significa la posibilidad de sufrir lesiones. Los que salen a las calles en estos casos están expuestos a fuerzas policiacas y de seguridad privada cada vez más violentas, y son vulnerables ante la amenaza que suelen plantear esas fuerzas a su integridad corporal. El coloquio consideró, por ejemplo, la desaparición de 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa después de un encuentro con la policía en una manifestación en México.
La cobertura de estas ocupaciones, y de las respuestas frecuentemente brutales que engendran, es crucial. Sin embargo, si hemos de entender la relación entre la calle y la lucha por los derechos, también debemos colocar en primer plano otros tipos de vulnerabilidad que experimentan las personas que hacen uso de los espacios públicos.
Un ejemplo de ello es la exclusión de las calles, que a menudo puede producir vulnerabilidades socioeconómicas. En Johannesburgo, se ha obligado a las personas que trabajan en las calles a abandonarlas en distintas operaciones de “limpieza” llevadas a cabo por el gobierno local en los últimos tres años, como la Operación Limpieza Total (Operation Clean Sweep) y la Operación Ke Molao en curso. Esta exclusión se debe a la mala gestión urbana y el privilegio de los intereses de las empresas privadas sobre los derechos de los vendedores ambulantes.
Con frecuencia, hay un impulso estético que da forma a las operaciones de “limpieza”, en las que las estrategias de subsistencia informales, como el comercio ambulante, se vuelven análogas con la “suciedad” que hay que quitar de las calles de la ciudad.
Las personas que se ganan la vida en la vía pública, en Johannesburgo y en otros lugares, tienen una relación diferente con las calles que las que ocupan los espacios públicos con el fin de hacer demandas democráticas y llamar a cuentas a las autoridades.

Flickr/kool_skatkat (Some rights reserved)
Street vendors in Johannesburg, South Africa.
Una diferencia es que las ocupaciones de este tipo tienen un aspecto temporal con el que no cuenta la subsistencia a partir de las calles. Las ocupaciones terminan, invariablemente. Ya sea porque tuvieron éxito, porque cambiaron los objetivos, porque perdieron impulso o porque fueron aplastadas. Incluso los movimientos con una longevidad extraordinaria, como la Asociación Madres de Plaza de Mayo (que también estuvo presente en el coloquio de Sao Paulo), están sujetos a esta temporalidad. Las personas que se ganan la vida en las calles, por otro lado, hacen todo lo que pueden para establecer sus negocios, su ocupación de las calles, con la mayor permanencia posible. En muchos casos, los puestos de venta de frutas y verduras en el interior de la ciudad de Johannesburgo han pertenecido a una misma familia por generaciones. La capacidad de establecerse en la calle durante largos periodos les permite a los vendedores ambulantes construir clientelas leales y acceder a un mayor volumen de tráfico peatonal.
Otra diferencia fundamental entre ganarse la vida en las calles y utilizarlas para hacer reclamaciones democráticas tiene que ver con la policía. Los despliegues policiacos brutales contra los ocupantes son algo frecuente. Los manifestantes son vulnerables a actos imperdonables de violencia mientras están en la calle. A menudo, los manifestantes se apoderan y adueñan de estos actos violentos para fines de crear conciencia, y así avivar las energías de la resistencia.
Los vendedores ambulantes de Johannesburgo también son vulnerables a actos de brutalidad policial; especialmente durante los últimos tres años. Sin embargo su retiro violento de las calles a manos de la policía constituye diferentes formas de vulnerabilidad. Cuando la policía retira a los comerciantes de las calles de Johannesburgo, les está arrebatando sus medios para ganarse la vida y la capacidad de mantener a sus familias en un contexto de desempleo generalizado en Sudáfrica. Cuando los vendedores ambulantes están expuestos a una remoción violenta de los espacios públicos que ocupan, su vulnerabilidad no se caracteriza por la posibilidad de sufrir lesiones. Más bien, es una vulnerabilidad que se articula como la exposición a la realidad de un programa de economía y desarrollo urbano que excluye activamente a los pobres.
Está claro que las luchas que ocurren en las calles, y las diferentes maneras en que los Estados de todo el mundo responden a ellas, tienen mucho que decir acerca de la posibilidad de futuros más democráticos. Sin embargo, es igual de importante para esta posibilidad ampliar la lucha de las personas que enfrentan una exclusión socioeconómica de las calles, la cual plantea amenazas directas a su capacidad de vivir una vida digna.

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