Las “Encuestas de percepción de derechos humanos” descritas en openGlobalRights por Ron, Crow y Golden confirman lo que muchos sospechaban desde hace tiempo: a las personas de mayores ingresos les es más fácil adquirir lenguaje, conceptos y contactos relativos a derechos humanos que a las personas de menores ingresos, tal y como ocurre con los bienes materiales, educación y servicios de salud.
Basándose en estos hallazgos, los autores sostienen que las organizaciones de derechos humanos deberían hacer un mejor trabajo en conectarse con las bases, incluyendo lo que llaman “nuevas y mejores estrategias de movilización”. Sostienen que los derechos humanos deberían basarse más en las mas que orientarse a las élites.
No estoy de acuerdo con eso. Aunque ciertamente la desigualdad es una causa principal de abusos, también concentra el poder político, social y económico en unas pocas manos. Por lo tanto, a menudo la manera más rápida y efectiva para que los grupos de derechos humanos promuevan el cambio es que construyan puentes con la élite. Después de todo, con apoyo de algunas de estas personas poderosas, los grupos de derechos humanos pueden hacer mucho bien, incluida la creación de espacios seguros para que los activistas de base actuen.
Tomemos México y Colombia, dos países altamente desiguales que conozco bien. En 2009, según el Informe sobre Desarrollo Humano de Naciones Unidas, el 10 por ciento más rico de México ganó 21 veces más que el 10 por ciento más pobre. En Colombia, ganaron 60.4 veces más. Esta disparidad es mucho mayor que el promedio de los estados miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) –que incluye a México y pronto podría también incluir a Colombia– donde el 10 por ciento más rico gana nueve veces más que el 10 por ciento más pobre.
Además, la movilidad social en México y Colombia es bastante limitada. Como lo demuestra un reciente estudio mexicano, existe mayor movilidad intergeneracional en la clase media del país que en los extremos de riqueza y pobreza. Cerca del 48 por ciento de los mexicanos que crecieron en un hogar ubicado en el quintil más pobre terminaron viviendo en hogares similarmente pobres en la adultez. Además, de los nacidos en la categoría de mayores ingresos, el 52 por ciento se queda ahí en la adultez. Un reciente estudio colombiano sugiere que lo mismo es cierto en ese país.
Por contraste, en el Reino Unido, donde la movilidad social es bastante baja en comparación con otros países desarrollados, solamente el 37 por ciento de hijos nacidos de padres en el cuartil más pobre sigue ahí en la adultez.
Por supuesto, la educación es un importante generador potencial de movilidad social, pero la educación, tanto en Colombia como en México, enfrenta grandes desafíos. Según el informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (conocido como PISA por su nombre en inglés) de la OCDE, en ambos países el desempeño académico de los estudiantes de 15 años se ubica entre el 20 por ciento de más bajo rendimiento en matemáticas, lectura y ciencias.
La desigualdad socioeconómica subyace en los malos resultados educativos, sugiere el Informe PISA. De hecho, los padres más ricos minimizan los efectos de una educación deficiente inscribiendo a sus hijos en colegios con mejores profesores, programas e infraestructura. El resultado, explica el Infome PISA, es que los colegios a menudo “reproducen patrones existentes de ventajas socioeconómica en vez de crear una distribución más equitativa de oportunidades en el aprendizaje y resultados”.
Dado el pobre desempeño de Colombia y México en términos de desigualdad, movilidad social y educación, es probable que las grandes desigualdades de poder y económicas perduren en el mediano plazo. La mayoría de los habitantes más pobres seguirán siendo pobres y vulnerables al abuso, y la mayor parte de la élite seguirá ejerciendo un poder desproporcionado sobre la economía y las políticas públicas.
Implicaciones para las organizaciones de derechos humanos
Esto significa que los grupos de derechos humanos que trabajan en estos y otros países donde hay un nivel alto de desigualdad, tendrán que trabajar con las élites tanto como sea posible. Tendrán que persuadir a los actores influyentes para que permitan la creación de espacios seguros para que los activistas de base busquen justicia social, y que aprueben leyes que protejan a los defensores de derechos humanos.
Tomemos en consideración a Brigadas Internacionales de Paz (Peace Brigades International, por sus siglas en inglés), que busca relacionarse con miembros de la élite política, económica o social a través del diálogo, sirviendo así como un nexo confiable para la población general. Aunque las Brigadas son un movimiento internacional de base, no se dedican a la movilización de masas o a la protesta social en países específicos. En cambio, acompañan y protegen a los activistas de base locales que buscan expresar sus preocupaciones y reclamos.
Los grupos de derechos humanos deberían copiar los métodos de las Brigadas. Deberían dialogar con los poderosos y buscar modificar su comportamiento a través de la defensoría política. Su objetivo debería ser convencer a las élites para que permitan que existan espacios seguros para que otros activistas de base busquen justicia a través de marcos legales nacionales.
Ciertamente, los grupos de derechos humanos deberían relacionarse con las bases, pero deberían hacerlo de manera tal que exhorte la búsqueda de medios de protesta legales y no violentos. Después de todo, la movilización social en sí misma no es garantía de mayores protecciones a los derechos humanos. Algunos manifestantes en movimientos sociales pueden participar en abusos a los derechos humanos, aunque en otros casos, la movilización de bases simplemente puede llevar a más violencia dirigida a todas las partes de un conflicto. Un escalamiento de este tipo dificulta el trabajo de los grupos de derechos humanos, tanto internacionales como locales, ya que algunos de los miembros de la élite pueden usar la ley, la violencia ilegal o ambos para impedir el trabajo de derechos humanos.
La primera tarea de los grupos de derechos humanos en contextos donde hay mucha desigualdad es entender las relaciones de poder político, económico y social. Posteriormente, deben usar ese conocimiento para construir redes fuertes con las diferentes clases de la sociedad. Por último, deben usar esos vínculos para ayudar a personas y grupos valientes a reivindicar sus derechos sin que sean acosados, amenazados, encarcelados ni asesinados.
Traducido por Gabriela García Calderón.

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