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Los populismos latinoamericanos pierden popularidad

Desde Venezuela y Argentina hasta Bolivia y Ecuador, un ciclo político da señales de agotamiento. Pero las democracias latinoamericanas tienen recursos suficientes para seguir avanzando. English. Português.

Federico Finchelstein Fabian Bosoer
10 septiembre 2015
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Evo Morales, Nicolás Maduro y Rafael Correa. 2013. Flickr. Algunos derechos reservados.

El populismo latinoamericano, tal como lo hemos conocido en los últimos diez años, toca a su fin. Mientras otro tipo de populismo más identiario florece en Europa, el populismo latinoamericano se enfrenta al final de su reciente ciclo de popularidad.  En Venezuela, los indicadores económicos negativos amenazan la expansión de los derechos sociales mientras que se siguen recortando los derechos políticos y la existencia de una prensa independiente. Esta combinación de crisis y represión hace que el régimen del presidente Maduro se asemeje cada vez más a regímenes autoritarios clásicos de izquierda y derecha, cuestionando así su caracterización como régimen populista. Maduro, al utilizar medios no-democráticos para influir en resultados electorales, para deportar inmigrantes y para incrementar las restricciones a los medios, parece moverse en la dirección contraria.

La experiencia venezolana es un signo de cómo están cambiando los tiempos. El populismo ya no es lo que era, y va a seguir evolucionando en los años por venir. Una tendencia importante en este sentido es que los Estados Unidos, enemigo perpetuo de los populismos, ha unido el inicio de la normalización de sus relaciones con Cuba a una ya muy larga indiferencia hacia la región (una tendencia acentuada por la administración de Barack Obama). Pero entonces, si el enemigo externo ya no actúa como tal, ¿cómo debe reaccionar el populismo? La respuesta consiste en fijarse en enemigos internos, a la vez que se los va creando.  

La actual crisis diplomática entre Venezuela y Colombia, que es en gran medida del resultado de problemas internos venezolanos y, en particular, de la utilización del nacionalismo y la represión por parte del gobierno, es un ejemplo de este cambio. Venezuela acusó a contrabandistas o paramilitares colombianos de las heridas causadas a tres soldados venezolanos durante un confuso incidente en la frontera. Luego cerró la frontera, y deportó a 1.000 colombianos. Además, más de 10.000 colombianos han salido del país por miedo a la deportación. El Papa Francisco ha expresado su esperanza de que se resuelva el problema, y Argentina y Brasil están mediando entre los dos países vecinos. Pero, ¿cómo es que un país, famoso por su promoción de la integración latinoamericana, anda ahora deportando a ciudadanos que han vivido en su territorio durante muchos años? ¿Qué significa esto para el estado actual del populismo y para su naturaleza cambiante?

Señales de agotamiento 

Si el populismo, dada su legitimación democrática vía elecciones, puede definirse en general como una forma suave de autoritarismo político, los acontecimientos recientes en Venezuela muestra que está perdiendo su “mejor mitad”. Y sin embargo, el inminente declive de los gobiernos populistas latinoamericanos se debe a un cambio de mayor profundidad. 

La economía juega un papel determinante. Se está terminando un ciclo de expansión económica que permitió a muchos gobiernos latinoamericanos distribuir ingresos y ayudas sociales entre las clases medias y populares. Inicialmente, este ciclo permitió a líderes populistas (en Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia y más allá) mejorar los niveles de vida de sus poblaciones y ver entonces revalidado este avance a través de victorias electorales. Pero la permanencia prolongada en el poder generó vicios característicos: personalismo, clientelismo, corrupción, acoso a la prensa. Una vez que la situación económica empezó a deteriorarse, ésta alimentó una creciente insatisfacción y desacuerdo. En estos momentos, las fórmulas del populismo político se tambalean desde dentro. 

En Argentina, hace pocas semanas, las elecciones a gobernador en la importante provincia norteña de Tucumán se vieron empañadas por la manipulación e incluso quema de urnas. Esta situación fue condonada por el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en la capital, Buenos Aires. Está claro que, lo que en Venezuela se ha convertido en una regla, en Argentina es una excepción. Pero hace algunos años, esto hubiera sido impensable, cuando líderes populistas ganaban elecciones libres y ratificaban sus credenciales políticas sin necesidad de recurrir a estas acciones.

La actual líder argentina, después de que su partido perdiera las elecciones al congreso, aceptó que carecía de los apoyos públicos necesarios para aprobar una propuesta de reforma constitucional que le hubiera permitido buscar la reelección para un tercer mandato. La presidenta da ahora su apoyo a Daniel Scioli, un candidato presidencial más moderado, De cara a las elecciones de Octubre 2015, Scioli intenta, a veces, subrayar su independencia del radicalismo retórico de los Kirchner (Cristina y Néstor, su inmediato predecesor). De todas formas, Argentina es muy distinta de la Venezuela de hoy, y acciones como la quema de urnas serían mucho más difíciles de manejar en las provincias del centro como Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe,  donde vive la mayoría de la población argentina. En otras palabras, el populismo en Argentina tendrá que mantenerse como una opción democrática con acento más pragmático, o tendrá que desaparecer de la escena.

En Bolivia y Ecuador, los partidos en el gobierno están intentando alargar su ciclo en el poder a través de la reelección indefinida del presidente.También están reforzando la simbiosis populista entre el estado, el gobierno y el movimiento. Ambos países cuentan con presidentes carismáticos como Evo Morales y Rafael Correa, pero tendrán también que admitir que, tras largo tiempo en el gobierno, tanta concentración de poder está causando desacuerdo creciente y fricción interna.

En el otro extremo del espectro político, el presidente populista de derechas Otto Pérez Molina, fue obligado a dimitir –y luego fue detenido, tras graves acusaciones de corrupción. La actual turbulencia política en Guatemala tiene raíces locales, sin duda, pero forma parte también de una tendencia más amplia.

El próximo ciclo

El intenso presidencialismo de las democracias latinoamericanas se está convirtiendo en un boomerang para gobiernos que se aprovecharon de él durante la etapa de bonanza económica. Conjuntamente con conflictos sociales provocados por una recesión prolongada, los presidentes populistas ven cómo se deteriora a la vez su imagen y sus apoyos electorales. Su respuesta consiste en acusar a los sospechosos habituales: conspiraciones norteamericanas, medios nacionales e internacionales, derechas conservadoras. Pero ninguna de éstas es causa principal de su problema.

El problema está en que la receta populista de liderazgo vertical, con partidos en el gobierno demasiado acostumbrados a conservar el poder y no soltarlo, se ha agotado.

Los populistas, que llegaron al poder para cambiar la realidad, acaban convertidos en verdaderas fuerzas conservadoras. Adoptan incluso el lenguaje tradicionalista y nacionalista del poder oligárquico que prometieron substituir. Resentidos por su incapacidad de proporcionar más beneficios sociales, perdida la confianza de grupos sociales cada vez más amplios a causa de la corrupción y otros perjuicios sociales, los populistas acaban convertidos en defensores de un status quo inaceptable.

Pero no todo son malas noticias en esta historia en movimiento. Desde los años ochenta, los latinoamericanos han conseguido superar estos ciclos conservadores-populistas sin caer en los males de etapas anteriores: rupturas institucionales lideradas por Estados Unidos, golpes militares despiadados y represión violenta. Ahora que otro ciclo, con todas sus desilusiones, toca a su fin, el factor prometedor es que las democracias y las sociedades latinoamericanas tienen muchísimos más recursos para reformar sus instituciones y continuar activos en la defensa de sus derechos civiles, políticos y sociales.

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