
En Irlanda, este año empieza tras un 2018 muy ajetreado y fuera de lo común que trajo algunos cambios decisivos por vía de referendos. Y, por lo que parece, no se acaba aquí la cosa.
En octubre de 2018, casi dos tercios de los votantes optaron por eliminar una cláusula constitucional que prohibía la blasfemia. Pero incluso este avance crucial en el campo de la libertad de expresión empequeñece ante el resultado sin precedentes del referéndum que se celebró cinco meses antes y que sancionó la legalización del aborto en un país de firmes convicciones católicas.
El referéndum irlandés sobre el aborto mostró el lado positivo de esta provisión constitucional, pero otros referendos recientes han tenido un final mucho menos feliz.
Tres años antes, la mayoría de los irlandeses ya había optado por apoyar el matrimonio entre personas del mismo sexo, desoyendo las instrucciones de las autoridades eclesiales de votar en contra. Debido a una participación inusitadamente alta, la victoria del sí en el referendo sobre el aborto fue aplastante y tomó completamente por sorpresa a la mayoría de los activistas pro-aborto: "No vimos venir el 66% en absoluto", confesó el portavoz de la Campaña por los Derechos al Aborto tras el histórico referéndum.
“Pensábamos que las personas que no estaban realmente comprometidas se quedarían en casa y que se abstendrían de tomar una decisión que probablemente consideraban difícil. Pero la participación fue de cerca del 70%, la tercera más alta de la historia en un referéndum."
Los electores irlandeses se preparan para acudir de nuevo a las urnas con motivo de varios referendos que podrían celebrarse este mismo año, sobre temas como la liberalización de las leyes de divorcio y la eliminación de una cláusula constitucional que especifica que el lugar de una mujer es el hogar.
Viendo cómo los votos en Irlanda señalan una ola de cambio social, sería fácil concluir que los referendos son una bala mágica: una inyección de vitalidad para nuestras fatigadas instituciones de gobierno, un antídoto para la insatisfacción de los ciudadanos ante los déficits de sus representantes electos y la herramienta perfecta para garantizar derechos y construir sociedades más democráticas y laicas.
Pero a menudo no es así. El referéndum irlandés sobre el aborto arrojó resultados positivos, pero otros referendos recientes han tenido un final mucho menos feliz para los que creemos en la justicia social y los derechos humanos. En junio de 2016, poco más de la mitad de los votantes británicos (con un índice de participación del 72%) optaron por el Brexit, la salida del Reino Unido de la Unión Europea.
Apenas unos meses más tarde, apenas el 50% de los electores colombianos (con un índice de participación muy bajo, del 37,5%) rechazó inesperadamente un acuerdo de paz decisivo que ponía punto final al largo conflicto (medio siglo) entre el gobierno colombiano y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia).
Una investigación internacional sobre democracia llevada a cabo durante un año por la alianza global de la sociedad civil CIVICUS y que ha recabado las opiniones y preocupaciones de miles de personas en cerca de 80 países revela que son mayoría las personas que se sienten excluidas de la toma de decisiones políticas y que desean poder expresar directamente su opinión acerca de las decisiones que les afectan.
Instancias deliberativas a todos los niveles, desde el de la comunidad local hasta la escala global, y mecanismos de votación que permitan a los ciudadanos incidir en la formulación de políticas, como los referendos, fueron algunas de las formas de democracia participativa sugeridas durante nuestra investigación.
Los llamados mecanismos de democracia directa no convierten a las democracias representativas en directas - en todo caso, pueden ayudar a hacerlas más representativas.
Los referendos permiten a los ciudadanos participar más allá de la elección periódica de representantes y tomar decisiones directamente. En consecuencia, pueden ayudar a revitalizar unas instituciones representativas agotadas, que se perciben cada vez más como excluyentes y amañadas para beneficiar a unos pocos.
Todas las democracias contemporáneas son representativas: en su día a día, el poder lo ejerce una categoría especial de personas, los políticos profesionales, que son elegidos por los ciudadanos y que se espera de ellos que les representen, es decir, que actúen en representación de los ciudadanos.
Los llamados mecanismos de democracia directa no convierten a las democracias representativas en directas - en todo caso, pueden ayudar a hacerlas más representativas. Al traspasar a los ciudadanos la toma de decisiones, garantizan que los resultados sobre temas particularmente importantes o divisivos reflejen más de cerca las preferencias de los electores.
Evidentemente, los referendos no siempre producen los resultados que deseamos - pero esto tampoco lo hacen las elecciones. Y si no cuestionamos la democracia simplemente porque los resultados de las elecciones no fueron los que queríamos, tampoco deberíamos rechazar los referendos por lo mismo.
Pero algunos referendos son más democráticos que otros. Porque no solo fueron regresivos los resultados de los referendos británico y colombiano, también lo fueron los procesos que llevaron a esos resultados. El contraste entre los votos en el Reino Unido y Colombia, por un lado, y el referéndum sobre el aborto en Irlanda, por otro, fue tan grande en el proceso como en el resultado.
Los referendos varían en función de su origen: algunos, como el referéndum irlandés sobre el aborto, se llevan a cabo porque la ley así lo exige en circunstancias específicas o para introducir ciertos cambios; otros son opcionales y se llevan a cabo porque alguien decide iniciarlos.
Entre estos últimos, algunos se inician desde arriba - por parte de un presidente, un primer ministro o, con menos frecuencia, un cuerpo legislativo -, mientras que otros se inician desde abajo, a través de iniciativas ciudadanas. Quién inicia la votación (élites políticas o ciudadanos de a pie) y quién decide qué pregunta se hace y cómo se enmarca puede marcar una gran diferencia en el impacto de un referéndum.
Los referendos iniciados por ciudadanos que desean incluir un tema en la agenda política y hacen campaña para conseguir el número requerido de firmas tienen un mayor potencial democratizador, ya que convierten a los ciudadanos en actores políticos.
Sin embargo, estos son los que menos se dan: los ciudadanos pueden activarlos solo en un pequeño número de países, que son los que permiten referendos y permiten su utilización para formular medidas políticas. Y todavía son menos los que los han utilizado alguna vez.
En Irlanda, la propuesta de celebrar un referéndum sobre el aborto emanó de una asamblea ciudadana formada por electores seleccionados al azar y concebida como un corte transversal de la sociedad irlandesa.
Tanto en Colombia como en el Reino Unido, no había obligación legal de celebrar los referendos, que se activaron desde arriba con el propósito de consolidar la autoridad, resolver disputas internas de los partidos o dar legitimidad a una decisión tomada desde el poder.
Durante cinco fines de semana, entre noviembre de 2016 y abril de 2017, los 99 miembros de la Asamblea Ciudadana irlandesa escucharon a expertos representativos de todo el espectro de posiciones sobre el tema, discutieron la propuesta y finalmente emitieron una opinión favorable a la celebración del referéndum. En el período previo a la votación, miles de activistas y voluntarios recorrieron todo el país pidiendo el voto a la gente en sus vecindarios, promoviendo la reflexión y difundiendo información objetivamente correcta para contrarrestar las tácticas del miedo y los dogmas.
Tanto en Colombia como en el Reino Unido, no había obligación legal de celebrar los referendos, que se activaron desde arriba con el propósito de consolidar la autoridad, resolver disputas internas de los partidos o dar legitimidad a una decisión tomada desde el poder.
En ambos casos, la campaña estuvo marcada por el uso de tácticas del miedo, apelaciones al prejuicio (homofobia en Colombia, xenofobia en el Reino Unido) y una proliferación de teorías de la conspiración y de mentiras descaradas destinadas a engañar al público. En gran parte, el debate informado brilló por su ausencia.
Lo que podemos sacar de estas experiencias es que, al igual que con las instituciones representativas, las formas establecidas de participación necesitan escrutinio y reforma, afin de que puedan fomentar una mejor deliberación e incidir mejor desde abajo sobre la toma de decisiones.
Las instituciones de democracia directa deben convertirse en mecanismos democráticos algo más que nominalmente, formando parte del catálogo de herramientas de que disponen los ciudadanos y no ser una herramienta a disposición de los líderes políticos.
Si, como indica nuestra investigación, las personas se sienten excluidas de los procesos de toma de decisiones desde arriba porque no satisfacen sus necesidades y aspiraciones y desean poder incidir en la configuración de las políticas que les afectan a todos los niveles, la respuesta a los defectos de la democracia tiene que ser no solo más democracia, sino una democracia mejor.
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