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¿Son las mujeres la última línea de defensa contra la deriva autoritaria brasileña?

Si algo puede detener al ultraderechista Bolsonaro, es el hecho de que una proporción de mujeres más alta que la media - más de la mitad de las encuestadas - rechaza con fuerza su candidatura a la presidencia de Brasil. English

Inés M. Pousadela Ana Cernov
6 octubre 2018

Grupo de mujeres activistas fotografiadas en Alter do Chao, en el río Tapajós, en la Amazonia brasileña, Septiembre 2018. Imagen: Francesc Badia i Dalmases. Todos los derechos reservados

En una de las naciones más amantes del fútbol – donde el ‘jogo bonito’ tiene prácticamente el estatus de religión – no sorprende que las elecciones de esta semana se estén pareciendo más a un partido de fútbol que al proceso democrático que dará forma al futuro del país más grande de América Latina.

Un gran número de brasileños se está comportando más como hinchada futbolística, siguiendo de cerca las encuestas como si fueran marcadores de la liga y apoyando u oponiéndose a los candidatos con pasión más que a partir de un análisis razonado de sus posiciones políticas. Sin embargo, una particularidad llama la atención: mientras que en Brasil tanto el fútbol como la política son juegos dominados por hombres - solo dos de los trece actuales candidatos a la presidencia son mujeres - el resultado de esta contienda podría estar en manos de las mujeres.

Un gran número de brasileños se está comportando más como hinchada futbolística, siguiendo de cerca las encuestas como si fueran marcadores de la liga.

En la “fiesta de la democracia” del próximo 7 de octubre - una expresión de uso común en Brasil, que sirve como recordatorio de su no tan lejano pasado dictatorial (1964-1985) - los votantes elegirán presidente, diputados y senadores nacionales, así como representantes para cargos ejecutivos y legislativos estaduales. En caso de que ningún candidato obtenga el 50% de los votos emitidos, una segunda vuelta electoral para presidente y gobernadores tendrá lugar el 28 de octubre.

El actual contexto ofrece un ejemplo de manual del tipo de caldo de cultivo que habilita el ascenso de populistas de extrema derecha que se aprovechan de la insatisfacción y la desesperación para proponer soluciones engañosamente simples a problemas muy difíciles.

En 2016, al cabo de un traumático proceso de juicio político, la depuesta presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), fue sucedida por Michel Temer, un presidente muy impopular cuyas agresivas políticas promercado y de austeridad arrojaron al desempleo a 13 millones de brasileños, entre ellos al 30% de los jóvenes.

Aunque las investigaciones de corrupción que sellaron el destino de la administración anterior siguen su curso, la desconfianza en la política y las instituciones no ha hecho más que aumentar entre una ciudadanía que cree de manera abrumadora que la maquinaria de corrupción que ha beneficiado largamente a partidos y políticos de todos los colores no será desmantelada. Los neoconservadores han sido rápidos para aprovechar esta oportunidad.

Dado que la condena de Lula aún podía ser revocada como resultado de las apelaciones, el Comité de Derechos Humanos de la ONU instó al gobierno a garantizar su derecho a competir por la presidencia.

Durante varios meses las encuestas fueron sistemáticamente lideradas por el expresidente Luiz Inácio “Lula” da Silva, entonces candidato presidencial del PT, pese a que se encontraba en prisión tras un juicio de corrupción a todas luces políticamente motivado.

Dado que la condena de Lula aún podía ser revocada como resultado de las apelaciones, el Comité de Derechos Humanos de la ONU instó al gobierno a garantizar su derecho a competir por la presidencia, llamamiento del que se hizo eco la Mesa de Articulación de Asociaciones Nacionales y Redes de ONGs de América Latina, entre muchos otros. Sin embargo, en tiempo récord, la Corte Suprema de Brasil decidió que la solicitud de la ONU podría estar en conflicto con la legislación nacional y el pasado 11 de septiembre el PT debió reemplazar a Lula, colocando en su lugar a Fernando Haddad, ex alcalde de San Pablo y en gran medida desconocido para el electorado nacional.

Era la oportunidad para Jair Bolsonaro, el candidato de extrema derecha que ha sido tanto criticado como celebrado como la versión brasileña de Donald Trump. Con cerca del 30% de la intención de voto, hoy se ubica al frente de las encuestas, y han sido sus opiniones racistas, sexistas y homofóbicas las que han marcado el tono de la campaña electoral.

El veterano legislador, con 27 años en el Congreso, ha abogado por que Brasil abandone la ONU, el acuerdo climático de París y todo mecanismo internacional de derechos humanos que pueda ser considerado como una molestia. Defensor de la tortura y la dictadura militar, su compañero de fórmula es un general del Ejército que ha afirmado que, en caso de que así lo disponga el nuevo presidente, podría redactarse una nueva constitución en ausencia de participación popular.

El hecho de que se esté extendiendo la idea de que la represión podría ser necesaria para encarrilar al país resulta particularmente preocupante.

El hecho de que se esté extendiendo la idea de que la represión podría ser necesaria para encarrilar al país resulta particularmente preocupante. Desde que el presidente Temer asumió el cargo en agosto de 2016, los oficiales del Ejército han manifestado cada vez más vehementemente su disposición a tomar el poder en caso de ser necesario, ofreciendo un fuerte contraste con el vecino Uruguay, donde recientemente un alto funcionario militar recibió una orden de arresto por hacer comentarios políticos en público.

Igualmente preocupante es el hecho de que las llamadas “noticias falsas” hayan sido utilizadas con éxito para difundir las opiniones anti-derechos sostenidas por Bolsonaro y su círculo, las cuales según las encuestas parecen haber tenido eco en aproximadamente la tercera parte de los votantes. En Brasil, al igual que en los Estados Unidos, estas tácticas han resultado en la relativa normalización de la idea de la violencia como un medio para el cambio y la resolución de los conflictos.

En medio de la retórica incendiaria, el debate político ha quedado relegado a un segundo plano. Además de los dos sucesivos candidatos del PT, solo Guilherme Boulos y Vera Lucia, otros dos candidatos presidenciales de izquierda sin perspectivas de resultar electos, han tomado una postura progresista en temas tales como la criminalización de los defensores de derechos humanos, el uso de la polémica Ley Antiterrorista contra la sociedad civil y la necesidad de correr el debate sobre migraciones del terreno de la seguridad al de los derechos humanos.

Boulos, Haddad y Marina Silva – esta última, una ambientalista con pocas posibilidades de triunfo - son los únicos candidatos que mencionan la necesidad de medidas de protección para contrarrestar el aumento de la violencia y las violaciones de derechos humanos que han hecho de Brasil el país más peligroso del mundo para los defensores ambientalistas, de los derechos de los pueblos indígenas y del derecho a la tierra.

Con esperanzas escasas para los contendientes progresistas en un clima de campaña extremadamente reaccionario, el más fuerte desafío para Bolsonaro ha surgido inesperadamente de un grupo demográfico escasamente representado en la política brasileña. Si bien constituyen el 52% de la población del país, actualmente las mujeres ocupan tan solo el 30% de todas las candidaturas a cargos electivos.

Si algo ha moldeado el actual clima electoral, ha sido el discurso violento de Bolsonaro, con frecuencia dirigido contra las mujeres. 

Brasil tiene el peor récord de Sudamérica en materia de representación parlamentaria femenina, con solo 10% de mujeres en la Cámara de Diputados y 16% en el Senado. Ninguna campaña electoral ha colocado a las mujeres en su centro, a menos que cuenten los ataques misóginos.

Pero si algo ha moldeado el actual clima electoral, ha sido el discurso violento de Bolsonaro, con frecuencia dirigido contra las mujeres. Sus ataques y los de sus partidarios han sido fundamentales para provocar una potente respuesta feminista.

Sobre la base de las conversaciones alentadas por la reciente Primavera Feminista - poderosas campañas nacionales que llevaron a millones de mujeres a protestar públicamente por la violencia de género, el acoso y la discriminación - el movimiento feminista se multiplicó por internet, desbordó la red y se volcó a las calles. Mediante el hashtag #EleNao, las mujeres brasileñas están instando a otras mujeres y hombres a votar por cualquier candidato que no sea Bolsonaro.

En cuestión de días, dos millones y medio de mujeres brasileñas se reunieron en Facebook para discutir cómo presentar mejor sus argumentos contra Bolsonaro, cómo trasladar su acción fuera de internet, y cómo organizarse a nivel local. Cuando, una semana más tarde, el grupo de internet fue hackeado y rebautizado a favor de Bolsonaro, unos tres millones de mujeres enojadas aprovecharon el apoyo público frente al ataque cibernético, amplificaron sus voces con el respaldo de numerosos artistas y celebridades y convocaron a una gran jornada de protesta para finales de septiembre.

En cuestión de días, dos millones y medio de mujeres brasileñas se reunieron en Facebook para discutir cómo presentar mejor sus argumentos contra Bolsonaro.

Decenas de eventos tuvieron lugar en el extranjero para acompañar a los centenares que se realizaron en todo Brasil.

¿Alcanzará para volcar la elección contra Bolsonaro? No está claro: toda predicción sobre los resultados de la elección es prematura. Pero no cabe duda de que las mujeres jugarán un papel clave en el proceso. Si algo puede detener a Bolsonaro, es el hecho de que una proporción de mujeres más alta que la media - más de la mitad de las encuestadas - rechaza con fuerza su candidatura.

Cuando no hubo otra opción que resistir, las mujeres alzaron sus voces. Para ellas, no hay vuelta atrás hacia la oscuridad del hogar o la ciudadanía de segunda clase, más allá de quién sea el próximo presidente.

Llegará el día en que estas elecciones serán recordadas por el papel desempeñado por las mujeres en la lucha contra el odio y a favor de la democracia. En un juego en el que por tanto tiempo se han visto obligadas a quedarse sentadas en el banco de suplentes, las brasileñas están marcando goles que cuentan para el torneo, independientemente de cuál sea el resultado final de este partido.

FIN.

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