

Direct Democracy Now! Organiza una protesa en la Plazat Syntagma, Junio 2011. Demotix/ Amira Karoud. Todos los derechos reservados
Los movimientos sociales han desarrollado una serie de conceptos que resultan útiles para abordar la acción colectiva en tiempos de normalidad –es decir, en tiempos estructurados. En las llamadas democracias avanzadas han servido, sobre todo, para considerar sistemas estructurados. La teorización se ha orientado a la explicación del impacto de las estructuras sobre la acción colectiva. La principal tesis es que las protestas necesitan dos cosas: oportunidades y recursos.
Sabemos mucho menos sobre cuestiones que, sin embargo, son de primordial importancia para saldar cuentas con el neoliberalismo tardío y sus enemigos. Veamos distintos enfoques:
- - Los movimientos en momentos de crisis, cuando lo que provoca las protestas es la amenaza, más que las oportunidades para protestar;
- - Los movimientos en momentos excepcionales, esto es, en tiempos en los que pasan cosas, cuando la acción cambia a fondo las relaciones sociales;
- - Movimientos como procesos, es decir, como productores de sus propios recursos, y como fuente de empoderamiento en sí mismos.
En economía política, la investigación ha señalado algunas características generales del neoliberalismo. Por un lado, el libre mercado ha emergido como una ideología que alimenta políticas orientadas no tanto hacia una retirada del mercado por parte del Estado, sino más bien a la rebaja de la inversión en servicios sociales en nombre de la reducción de la desigualdad. Al mismo tiempo, el neoliberalismo se caracteriza por la protección del capitalismo financiero, por la privatización de los bienes públicos y por el rescate de los bancos. Finalmente, aplica la flexibilización del mercado de trabajo, acompañada de ambiciosas actividades de regulación orientadas hacia lo que se espera sean oportunidades incrementales de ventaja especulativa.
Estos desarrollos del neoliberalismo tienen consecuencias claras para las bases sociales que alimentan la conflictividad política contemporánea. Las dos olas de protestas del 2011 y el 2013 atrajeron en realidad una nueva preocupación sobre la conflictividad política. En 2011, los manifestantes eran considerados generalmente como miembros de una nueva clase precaria, que había sido golpeada dramáticamente por las políticas de austeridad. Los manifestantes del 2013, a diferencia sus homólogos del 2011, fueron interpretados como parte de un fenómeno protagonizado por “clases medias”.
Los datos recogidos sobre la extracción social de los que protestaron durante este periodo no encajan inequívocamente con la tesis de la movilización protagonizada o bien por un nuevo “precariado”, o bien por un movimiento de clase media. En todas estas protestas, aparece un amplio abanico de extracciones sociales: desde estudiantes hasta trabajadores precarios, empleados manuales o no manuales, pequeña burguesía o profesionales. Aunque las protestas están pobladas desproporcionadamente por los jóvenes con estudios superiores, a su lado participan gentes de otras edades.
Las distintas campañas de protesta son multi-clasistas, pero no inter-clasistas. De hecho, tienden a reflejar los cambios en las estructuras de clase que han caracterizado al neoliberalismo tardío y su crisis: en particular, la proletarización de la clase media y la precarización de los trabajadores.
En lo que se refiere a los primeros, muchas investigaciones han apuntado hacia el declive del poder de las clases medias, con tendencias a la proletarización de varios colectivos, a saber:
a) la pequeña burguesía independiente (por ejemplo, las transformaciones en las estructuras comerciales implican la eliminación de pequeños comerciantes independientes a favor del establecimiento de corporaciones multinacionales);
b) los profesionales liberales (a través de procesos de privatización de servicios, de la creación de empresas-oligopolio, y de la desprofesionalización a través de la Taylorización de las tareas);
c) los empleados públicos (a través de la rebaja de su estatus y salario, de la flexibilización de sus contratos, etc.).
En lo que se refiere a los trabajadores, la precarización afecta a empleados dependientes en los sectores industriales (a través del cierre de los sectores tradicionalmente Fordistas junto a la flexibilización de las condiciones de trabajo), así como en el sector terciario, con el aumento del trabajo informal, de trabajos mal pagados, de precarias condiciones de trabajo.
En resumen, más que a una sola clase social, las protestas movilizaron a ciudadanos de extracciones sociales diversas. Los movimientos de los años 2000 han sido vistos en realidad como signos de una oposición conjunta a la mercantilización de los espacios públicos; como un intento de ir, en dirección contrario, hacia una “comunización”, en el sentido de considerarlos como bien común.
Al movilizar esta amplia y variada base social, los movimientos sociales en momentos de crisis se enfrentan a varios retos específicos, incluidos el reto simbólico de construir algo nuevo; el reto material de movilizar recursos limitados; y el reto estratégico de influenciar un sistema político muy cerrado.
Aunque no totalmente ceñidas a estos retos, las respuestas de los movimientos a las crisis están de hecho estructuradas por los recursos materiales existentes (tal como se presentan en las redes de movimientos sociales), así como por los recursos simbólicos (tal como se presentan en la cultura de los movimientos sociales). Esto implica una disminución de las opciones al alcance de los movimientos, pero también impulsa procesos de aprendizaje, incorporando lecciones aprendidas del pasado.
Si bien ciertamente constreñidos por las estructuras existentes, una característica de los movimientos en momentos de crisis es su capacidad de crear recursos a través de la invención de nuevos marcos conceptuales, aparatos organizacionales, y formas de acción.
En este sentido, para entender la condición de la acción conflictiva, la atención debe desviarse hacia lo que ha venido a llamarse un estado en formación: identidades que aún no existen, sino que más bien están en proceso de formación. Las redes se constituyen al superar las compartimentaciones antiguas. En momentos extraordinarios, cuando las viejas identificaciones y las viejas expectativas son derrotadas, un nuevo espíritu surge a través de la acción. Los movimientos sociales expresan entonces, ante todo, su demanda de existencia.
La aparición de un nuevo espíritu se ha puesto de manifiesto en las plazas ocupadas, que han caracterizado el nuevo repertorio de las protestas. Las acampadas representaron de hecho espacios para la formación de una nueva subjetividad, basada en la recomposición de antiguas compartimentaciones y en la emergencia de nuevas identificaciones. De esta manera, estas protestas pueden interpretarse como productoras de entidades emergentes, que van más allá de sus elementos constitutivos. El acento en su calidad de estado en formación emerge a través de las prácticas que se fijan en la importancia de los encuentros —esa la diversidad, a menudo tan celebrada, de la gente que se encuentra en las distintas plazas.
En este sentido, como se ha visto en la evolución de los movimientos en Grecia y en España, incluso cuando parece que remiten, las largas oleadas de protesta han ido adquiriendo personalidad, suspendiendo viejas normas y creando, a través de la acción, unas nuevas. Así es como la democracia se desarrolla en las calles.
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