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Orwell se sentiría orgulloso: los eslóganes de “derechos humanos” en México

La familiaridad con el término “derechos humanos” puede causar más daños que beneficios cuando la producción gubernamental de eslóganes se adueña de su significado. Dar a las bases populares el poder para interpretar y utilizar los derechos humanos es la clave para que exista una movilización eficaz. English.

Barbara Frey
3 febrero 2014

Anteriormente, los autores Ron, Crow y Golden describieron en openGlobalRights una encuesta que realizaron en México, Colombia, India y Marruecos. Como era de esperarse, descubrieron que el término “derechos humanos” tiene más presencia en las élites que en las masas.

¿Pero qué significa realmente este descubrimiento?

Para que los derechos humanos sean significativos a nivel de las bases populares, es necesario que estén relacionados con la capacidad real de generar cambios positivos. Simplemente escuchar el término no hará que las personas reconozcan su importancia. Más aún, utilizar el término en exceso le roba a la idea toda su energía vital, de una manera muy similar a lo que la propaganda gubernamental le hizo a los términos “amor”, “paz” y “abundancia” en 1984, la famosa distopía de George Orwell.

Una de las preguntas clave de la encuesta fue con qué frecuencia escuchaban el término “derechos humanos” los entrevistados en su vida diaria. Después de haber vivido en la ciudad de México durante la mitad del 2013, no me sorprendió el gran número de respuestas positivas que recibieron los encuestadores. Aproximadamente el 90% de las élites mexicanas y el 40% del público general mexicano afirmaron que escuchaban el término “derechos humanos” con mucha regularidad.

Puedo atestiguar que la población de la ciudad de México en efecto está saturada con las palabras “derechos humanos”. Pero esto de ninguna manera es algo positivo.

Estuve en México para investigar y enseñar sobre los derechos humanos, así que inicialmente me impresionó ver y escuchar anuncios públicos constantes afirmando la importancia de los derechos humanos. Al vivir en los Estados Unidos, estoy acostumbrada a leer artículos en las noticias sobre los derechos humanos. Sin embargo, pocas veces había visto un “anuncio de derechos humanos”.

Pero en México, independientemente de la estación de radio que escuchara, al menos tres veces por hora me aseguraban que yo tengo derechos humanos, que ustedes tienen derechos humanos y que todos nosotros tenemos derechos humanos.

Un anuncio omnipresente centraba su atención en los derechos de los migrantes centroamericanos, con aproximadamente cinco voces diciendo la palabras “bienvenido”, “bienvenida,” “bienvenidos,” seguidas de la voz de un narrador que afirmaba que los migrantes en México también tienen derechos. Me imaginaba que este mensaje sorprendería a los migrantes tanto como me sorprendió a mí, ya que su abuso por parte de actores tanto oficiales como privados es algo habitual.

Vi carteles de “derechos humanos” en los camiones de la ciudad y pegados en las paredes de las estaciones del metro. Incluso hay una estación de la línea 3 del metro que se llama “Derechos Humanos”, y toma su nombre del impresionante terreno que aloja la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal ubicada cerca de la parada.

No es ninguna sorpresa que el público en general y las élites en México estén familiarizados con el término. No pueden huir de él. Los eslóganes de “derechos humanos” saturan la ciudad y empapan a todos, pobres y ricos, agresores y víctimas. Como defensora de derechos humanos, sin embargo, estos frecuentes anuncios me provocaban una sensación de angustia.

¿Por qué?

Primero, porque era evidente que a pesar de lo que decían estos anuncios, las personas que vivían en México no podían reclamar sus derechos humanos de una forma significativa. Incluso en la ciudad de México, con su perspectiva progresista y sus significativas fortalezas económicas y sociales, la gente vive sin seguridad personal, aire limpio, agua potable o trabajo fijo. Ver un cartel diciéndome que tenía derechos humanos mientras me sofocaba entre la multitud en el metro se sentía completamente Orwelliano. “La guerra es paz”, “La libertad es esclavitud” y “La ignorancia es fortaleza”.

El mensaje mexicano de derechos humanos es en efecto Orwelliano. Las instituciones gubernamentales de derechos humanos utilizan un enorme presupuesto de promoción para pagar estos anuncios, y entre ellas destaca la Comisión Nacional de Derechos Humanos, una institución que Human Rights Watch llamó adecuadamente “cronista del statu quo”.

Como Ron, Crow y Golden señalan, las élites, incluidos los hombres y las mujeres que trabajan en el organismo gubernamental de derechos humanos, pueden causar más problemas de derechos humanos de los que solucionan. En México y en otros lugares, observan, las élites fingen “que aceptan los derechos humanos mientras siguen actuando como siempre”.

La avalancha de mensajes felices de derechos humanos del gobierno mexicano disuade a la gente común de considerar a los derechos humanos como una palanca para lograr cambios sociales significativos. Tal vez es por eso que varias ONG de justicia social, incluidas algunas agrupaciones feministas y medioambientales mexicanas, se niegan a identificarse a sí mismas como “organizaciones de derechos humanos”. Simplemente no ven el marco de derechos humanos como algo que les pueda dar poder real.

Para que ocurran cambios reales, se necesita que haya mediaciones en todos los niveles de la cadena de poder, algo que han mencionado aquí, aquí y aquí otros autores de openGlobalRights.

En México, las ONG con bases locales que actúan exitosamente como “intermediarios”, incluidas la agrupación de derechos humanos indígenas, Tlachinollan, o la organización con sede en Nuevo León, CADHAC, se movilizan con eficacia en sus comunidades locales al mismo tiempo que llevan a cabo activismo estratégico a nivel nacional e internacional. Estos grupos intermediarios interpretan las demandas de las bases populares para los que están arriba, y usan el marco de derechos humanos para luchar contra fuerzas opresivas y poderosas. Asimismo, interpretan de vuelta para la comunidad las decisiones y descubrimientos sobre derechos humanos.

Desafortunadamente, sin embargo, pocas ONG, en México y en otras partes, pueden realizar estas dos funciones críticas.

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