En 2022, solo el 30% de la población económicamente activa del Ecuador tiene un trabajo estable, un tercio de la niñez sufre desnutrición y el nivel de embarazo adolescente está entre los más altos de la región. El analfabetismo aumenta mientras más de un millón de jóvenes son excluidos de las universidades. Tanta exclusión generó un aumento de la violencia sin precedentes, incluso en el sistema carcelario. Bajo Lasso, empezó una migración masiva, con miles de familias obligadas a arriesgar sus vidas en busca de trabajo en Norte América. Mientras el pueblo migra y envía remesas al Ecuador, el presidente evade su fortuna de millones de dólares hacia paraísos fiscales en Florida y Dakota, Estados Unidos. El sentido de despojo, robo y abuso es profundo.
Todo este acumulado explotó en el paro nacional convocado por la CONAIE. El gobierno le puso gasolina al fuego al detener al presidente de la CONAIE, Leonidas Iza, en las primeras horas del paro y lanzar una ofensiva de represión contra la protesta social. En su doble moral, el presidente ordenaba el estado de excepción para los manifestantes indígenas y al mismo tiempo invitaba a “marchas por la paz” contra el paro en los barrios de clase alta; invitaba al diálogo en la televisión, mientras mandaba reprimir con balas a los más vulnerables, incluso niños. Fue una mezcla explosiva de represión, racismo, y no diálogo que solo generó más resistencia, aumentado la violencia social y profundizado el estallido.
En vez de declarar estados de excepción, de restringir derechos fundamentales y matar, el gobierno podía haber buscado un diálogo desde los primeros días, de buena fe y de frente con la CONAIE. En vez de incentivar ataques racistas, podía haber unido fuerzas con la CONAIE, una autoridad innegable en un país plurinacional como el Ecuador, para identificar soluciones.
Fueron 18 días de violencia y desencuentro, de polarización y frustración. El movimiento indígena dejó la capital después de firmado el acuerdo de paz, el cual fue muy contestado entre los lideres indígenas al frente del paro, y anunció que estará vigilante en los próximos 90 días, indicando que, si el gobierno no cumple lo establecido en el acuerdo, volverán a las calles.
Ahora a disfrutar esta paz amarga. Ahora que descansan en paz los muertos y que están pacificados los pueblos. El precio de la paz es alto por la sangre, por el status quo que implica. Es una paz macabra que no logra esconder lo que todos sentimos: no habrá paz social mientras no haya justicia ecosocial.
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