
Podemos rallies on January 31, 2015, for political change in Spain. Vicente Vallejo/Demotix, All rights reserved.Una vez que Alexis Tsipras ha sido investido primer ministro griego, los focos de muchos en Europa, e incluso más allá, se dirigen ahora hacia el líder de Podemos en España, Pablo Iglesias. De manera muy significativa, el primer tweet de Tsipras en la noche electoral, tan pronto llegó a casa tras ser aclamado en las calles de Atenas, fue: “First we take Athens, then we take Madrid” (Primero, tomaremos Atenas; luego, tomaremos Madrid) @PabloIglesias_#syriza #ekloges2015 #ChangeEurope #Podemos @europeanleft”.
Es difícil decir cuánta gente reconoció en ese tweet la referencia a la canción de Leonard Cohen, fechada en 1987: “First we take Manhattan”. Durante su campaña electoral, Tsipras ya usó esta referencia y lanzó el eslogan “First we take Athens, and then we take Berlin” destinado a expresar la necesidad de cambiar las políticas de austeridad no sólo en Grecia, sino también en Alemania, por razones obvias. Además, para una generación hoy en los cuarenta y los cincuenta, las letras de las canciones de Leonard Cohen en los años 80 encarnaban un espíritu de revuelta (hasta cierto punto romántico) y una determinación a enfrentarse a un sistema que, bajo la implacable revolución neoconservadora de Reagan y Thatcher, se los estaba tragando. Resistirse, en definitiva, a una revolución que instaló el “capitalismo de casino” global e impuso el desmantelamiento del estado del bienestar Keynesiano. En su tweet Tsipras trataba quizás, de alguna manera, de apelar a ese mismo espíritu de revuelta ante lo que ahora presenciamos en Grecia y en España.
Vale la pena recordar los cuatro primeros versos de la letra, por lo demás poética y oscura, de la canción de Cohen:
“Me condenaron a veinte años de aburrimiento
Por
haber intentado cambiar el sistema desde dentro.
Ahora vuelvo, vuelvo para compensárselo:
Primero tomaremos Manhattan; después, tomaremos Berlín.”
A Pablo Iglesias le encanta usar iconos de la cultura popular, y acostumbra a cerrar los mítines de Podemos, su partido de nuevo cuño, entonando canciones de protesta de los años 70; canciones que fueron emblemáticas para la generación que luchó, desde la izquierda clandestina, contra la España de Franco: la generación de sus padres. Pero Pablo Iglesias (nacido en 1978), como Alexis Tsipras (nacido en 1974) – o incluso Matteo Renzi (nacido en 1975) – eran sólo adolescentes cuando la revolución neocon de los 80 empezaba a mostrar sus efectos devastadores. U cuando los duros vientos de proa de la Gran Recesión empezaron a soplar en 2008, tenían tan sólo treinta y pocos años. Todos ellos han vivido así el grueso de su carrera política en la edad oscura del endeudamiento, el desempleo, las reformas estructurales (básicamente recortes en derechos laborales y gasto social) y austeridad fiscal por doquier.
Dejando la experiencia Italiana a un lado (puesto que el movimiento de protesta 5 Estrellas de Beppe Grillo es un caso muy particular, indisociable de la tóxica era Berlusconi, mientras que Renzi es más un social-demócrata pragmático que un izquierdista radical), a observadores y comentaristas les gusta comparar Syriza con Podemos como si fuesen dos caras de una misma moneda. Obviamente, esta comparación no es desmentida sino, por el contrario, bienvenida por ambos, tal como muestra el mencionado tweet de Tsipras la noche de su victoria electoral. Aún así, las diferencias son palpables, y es aventurado anticipar una abrumadora victoria de Iglesias en el ciclo electoral que se inicia en España: elecciones autonómicas en Andalucía adelantadas a Marzo; elecciones municipales y autonómicas en Mayo; elecciones anticipadas en Cataluña en septiembre; y elecciones generales para final de año. Este trepidante ciclo electoral puede resultar muy exigente para un partido recién nacido, cuyo principal objetivo es desalojar del poder a unos partidos tradicionales muy bien establecidos, muy bien organizados y muy poderosos como son el conservador PP y el socialista PSOE. En este momento, Podemos está siendo sometido a un implacable escrutinio por parte de los medios de comunicación, y todo el entusiasmo y las expectativas que levantan sus líderes están encontrando la feroz resistencia de lo que Pablo Iglesias llama “la casta”, que para él significa políticos y otra gente poderosa que ahora mismo ordenan y mandan en España. A partir de su sorprendente e inesperado resultado en las elecciones europeas de Mayo 2014 (donde quedó en cuarta posición y alcanzó el 8%, con 1.250.000 votos y 5 escaños) Podemos ha venido mostrando grandes perspectivas de voto en las encuestas, algunas de las cuales les dan incluso una victoria en intención de voto directo en las próximas elecciones generales. Así, la cuestión que todo el mundo se plantea hoy en España es la siguiente: ¿estará Podemos a la altura de las expectativas que genera, y podrá ganar la batalla?
Déficits estructurales y atribuladas clases medias
Podemos ha crecido sobre el terreno abonado de un país devastado por la Gran Recesión, donde la gente siente que ha llegado la hora de un cambio radical. Por primera vez desde la Guerra Civil, las clases medias españolas, las bajas pero también las altas, han retrocedido. Han experimentado la avería del ascensor social, han padecido el endeudamiento excesivo y el desempleo generalizado, y han visto amenazados sus derechos sociales por unas políticas de austeridad impuestas, no por su gobierno electo en Madrid, sino por organismos tecnocráticos no electos en Fráncfort y en Bruselas. Además, una vez que los años de crecimiento rápido, de dinero fácil y de crédito universal se desvanecieron hace tiempo, los déficits estructurales españoles se han hecho más evidentes que nunca.
La consolidación de la España de la post-transición fue elogiada como una historia de éxito en los años 90 y 2.000, y ello fundamentado en algunas verdades objetivas. Uno tiende a olvidarse de que hace tan sólo diez años España era el país de moda en la Unión Europea, presentado como el ejemplo de democratización más exitoso y aplaudido tanto por medios de comunicación, como por políticos y academia. Incluso un medio habitualmente tan sobrio como The Economist (26 de junio de 2004) se mostraba entusiasmado ante los logros del país: “En menos de 30 años, España ha emergido de la dictadura y del aislamiento internacional, ha construido una economía exitosa y establecido una democracia que funciona. Quizás ningún otro país europeo haya conseguido tanto, en tantos frentes, tan rápidamente”. Obviamente, España contaba con algunos méritos propios: el generoso flujo de fondos estructurales de la UE fue invertido con buen juicio, salvo algunas excepciones, en la construción de infraestructuras de calidad; un período de 16 años de gobiernos progresistas consiguió establecer un sistema de salud pública de primera calidad, un ejército moderno y una administración eficiente; un número creciente de PIMES pasaron a ser exportadoras netas y las grandes corporaciones multinacionales españolas en sectores estratégicos como la banca, la energía, las telecomunicaciones, la construcción o la moda se expandieron internacionalmente por Europa, América Latina y más allá. Pero algunos déficits estructurales en el mercado laboral y en educación, junto con fallas evidentes en sectores clave como el sistema financiero local (concretamente, un esquema insostenible de cajas de ahorro) no fueron abordados durante los años felices y acabaron por agravarse cuando la crisis golpeó el país con particular crudeza.
Tanto las clases acomodadas como las clases medias emergentes prefirieron pedir dinero prestado para comprarse coches alemanes y segundas residencias más que gastarse el dinero en educar a sus hijos para lidiar con los tiempos difíciles que se avecinaban. Y cuando la Gran Recesión se llevó por delante sus rentas y sus puestos de trabajo, se vieron atrapados por un elevadísimo nivel de endeudamiento. Empobrecidas de repente, fueron testigo de cómo una política de austeridad terca y despiadada, endurecida por la crisis de la Eurozona de finales del 2009, recortaba agresivamente salarios y servicios sociales. Las reformas estructurales impuestas por tecnócratas desde Bruselas, traducidas por un Partido Popular fiel a sus firmes convicciones neoliberales, liberalizaron aún más un mercado de trabajo fuertemente golpeado por un altísimo desempleo. En nombre de la competitividad, el presidente Rajoy llevó a cabo una devaluación interna en toda regla como único remedio posible para “devolver a España a la senda del crecimiento”. Los costes sociales de esta fórmula, tachados a menudo como el “austericidio” que trajo consigo el “precariado”, fueron desdeñados por los dos grandes partidos (e incluso, de manera ignominiosa, por las grandes centrales sindicales) como inevitables sacrificios que traerían asociada la recuperación y el crecimiento económico. La reacción ante estas durísimas medidas tomó forma de amplia movilización de la sociedad española, cuya punta de lanza emergió con toda su crudeza durante el movimiento de los Indignados del 15M, en Mayo de 2011. El atractivo del movimiento fue mucho más allá de los activistas de base para abarcar una buena porción de las clases medias empobrecidas. Eslóganes como “No nos representan” o “Rescataron a los bancos, pero no a las personas” encuadraron elocuentemente el conflicto e identificaron a sus culpables: el sistema financiero y la banca, la clase política sumisa y corrupta y, de una manera quizás más abstracta, la Europa “merkeliana”.
Un partido diseñado para ganar
El sufrimiento nunca sale gratis. Los pobres pueden aguantarlo todo (y una buena parte de la resiliencia de los españoles tiene que ver con el hecho de que España, hasta hace no muchos años, era esencialmente un país pobre), pero cuando estos pobres consiguieron, a fuerza de trabajo duro, emigración, ahorro y sacrificio, abandonar la pobreza y engrosar la clase media, ya no estuvieron dispuestos a empobrecerse otra vez sin plantar cara. Y eso es precisamente de lo que trata Podemos. Aún en el caso de que las dolorosas heridas empiecen a curarse bajo una frágil e incipiente recuperación económica, los españoles están indignados con la manera en cómo se han manejado las cosas y parecen estar dispuestos a darle a Podemos una oportunidad. Sus perspicaces líderes, profesores universitarios de ciencias sociales en su mayoría, han realizado un diagnóstico adecuado y han puesto en marcha una operación política bien diseñada cuyo objetivo es “asaltar” el poder, liderando un movimiento popular de protesta ya preexistente, aunque hasta entonces fragmentado. Una de las declaraciones más famosas y polémicas de Pablo Iglesias reza así: “El cielo se conquista por asalto”. Un estudiado look progresista – que incluye tejanos, camisa blanca con cuello desabrochado, incipiente barba tipo Jesucristo y larga coleta – junto con discursos cuidadosamente redactados, que usan metáforas de combate y escogidas referencias históricas, le dan el necesario arresto emocional para ganar la batalla de la retórica a sus aburridos y monocordes adversarios conservadores, tanto de la Derecha como de la Izquierda.
Los líderes de Podemos saben bien que, aunque sean percibidos como un partido de izquierdas, si quieren contar con alguna posibilidad de acceder al poder necesitan convertirse en un partido “catch-all”, es decir, un partido que aglutine a gente de toda clase y condición. Y en esto se distingue de Syriza, que es clara y expresamente un partido de la izquierda radical. Podemos busca el voto tanto de aquellos que están desencantados con la política, como de los que están furiosos con las políticas de derechas y de izquierdas, de aquellos que conservan su trabajo y de aquellos que lo han perdido, de activistas de base y de tuiteros compulsivos, de viejos y jóvenes, de ricos y pobres. Su objetivo principal es aglutinar una amplia mayoría, lo que en la práctica significa poner en pie un partido de clases medias que deje atrás el eje Derecha/Izquierda y ocupe la centralidad política, basando su discurso en el rechazo generalizado a la actual clase política dominante. Su intención es polarizar la escena política y presentar la batalla como un combate entre Podemos y el PP, dejando al PSOE de lado, en coherencia con una estrategia que busca conquistar el espectro político completo de la Izquierda. Y todo esto, hacerlo por el bien de “la gente”, un amplio concepto que engloba a todo el mundo. Inclusive si reclaman que no son sino expresión de un movimiento popular, como producto de manual de ciencia política han acabado reproduciendo la matriz de los partidos clásicos, que incluye una estructura jerárquica y centralizada encabezada por un líder fuerte y carismático, apoyado en un círculo de secretarios generales autonómicos. Su uso intensivo de las redes sociales y de los medios audiovisuales –incluyendo programas de debate en televisión hechos a medida- viene a confirmar su voluntad de impactar en una audiencia lo más amplia posible.
Pero una vez puesto en marcha el partido, y conseguida la notoriedad universal de su líder, que aparece permanentemente en los medios de comunicación, el reto está ahora en continuar la ascensión y al mismo tiempo evitar los riesgos de quemar la imagen a causa de una sobreexposición excesiva. Las atribuladas clases medias, exhaustas por siete años de crisis económica sin precedentes y atrapadas en numerosos conflictos surgidos del desmantelamiento del estado del bienestar y la codicia de bancos y cajas de ahorros, se muestras prestas a darle a Podemos una oportunidad. Los inadmisibles casos de corrupción que afectan a los grandes partidos políticos, sumados a su incapacidad manifiesta de dar respuesta a las ansiedades crecientes de los ciudadanos, hacen el resto.
“El momento es ahora”, dijo Pablo Iglesias ante una congregación entusiasta en la Plaza del Sol, en el mitin final de la exitosa y masiva “Marcha por el cambio” el 31 de Enero en Madrid. Los líderes de Podemos son conscientes de que las condiciones sociales y políticas son ahora inmejorables para culminar la marea del cambio, pero que no duraran para siempre. Es cierto que los partidos conservador y social-demócrata parecen paralizados ante la idea de perder el poder y tienden a aferrarse a los viejos mecanismos en vez de experimentar, pero sus poderosas y bien engrasadas maquinarias sin duda se activarán ante una batalla electoral que, esta vez, consistirá en dilucidar si pueden o no mantener una hegemonía de la que han gozado los últimos cuarenta años. Si Podemos consigue acabar con el sistema bipartidista español y logra sacudir los esquemas mentales obsoletos que dominan los partidos tradicionales, su contribución a la democracia en España habrá sido sin duda importante. Por otra parte, si logran finalmente alcanzar el poder, ya sea municipal, autonómico o nacional, se verán obligados a transigir y a tomar decisiones menos que óptimas, pagando así el precio del ejercicio democrático del poder y acaso presenciando, como otros hacen ahora, el principio de su propio declive.
Cambiar el sistema desde dentro
El caso de Syriza en Grecia, si bien muy diferente al de Podemos en muchos aspectos, inclusive el hecho afortunado de que España consiguió evitar un rescate en toda regla de la Troika, tiene también semejanzas fundamentales, entre las que no es menor la reclamación, oída en toda Europa, de la necesidad actual de “recuperar la soberanía“, de la urgencia patriótica de “recuperar el país” para devolvérselo a “la gente”. Hoy parecería que hay muchos dispuestos a apoyarlos, ni que sea para mejorar la esclerótica democracia europea, aunque sólo a condición de que ello no signifique la vuelta al populismo letal y al nacionalismo fanático que destruyó Europa por dos veces durante el siglo XX.
La suerte del gobierno de Alexis Tsipras, y la manera en que maneje las contradicciones sistémicas a las que deberá hacer frente, resultarán una referencia inevitable para muchos votantes potenciales de Podemos. Algunas de esas contradicciones ya han empezado a emerger, desde la formación de un gabinete únicamente masculino, a una indigerible coalición con un partido de derecha nacionalista/populista radical. Seguramente será necesario mucho entusiasmo y buena voluntad por parte de mucha gente para que el tweet de Tsipras se convierta en realidad. Esa noche, para muchos en el sur de Europa, la euforia (del griego euphores: bienestar) era el sentimiento generalizado. Su “Primero, tomaremos Atenas” es ya un hecho, pero, siendo realistas, el “luego, tomaremos Madrid” es mucho más incierto. Quizás esta vez, en contra del pesimismo proverbial de Leonard Cohen, valdrá la pena asumir el aburrimiento que significa intentar “cambiar el sistema desde dentro”, que es lo que precisamente intenta hacer ahora la izquierda “radical” de Syriza.
Ni Syriza ni Podemos manifiestan intención revolucionaria alguna, a pesar de lo que algunos medios derechistas, agitadores de la bandera del miedo, quieren hacernos creer. Ya en Julio de 2013, el hoy ministro de finanzas griego Yanis Varoufakis firmó como co-autor, en versión reactualizada 4.0., algunas recomendaciones políticas para salir de la crisis del Euro que, bajo el título general de “Propuesta modesta”, sólo pretendía “europeizar” la solución: “Proponemos que cuatro áreas de la actividad económica se europeícen: bancos con necesidad de inyecciones de capital procedentes del Mecanismo Europeo de Estabilidad; la gestión de los fondos soberanos; el reciclaje de ahorros europeos y globales hacia inversiones socialmente productivas; y la financiación inmediata de programas básicos de emergencia social”.
Esto es lo que quizás Grecia necesita ahora: un Plan Europeo de Emergencia para afrontar una perversa crisis que no sólo es financiera, sino sobre todo es social y humanitaria. ¿Hemos tenido que recorrer todo este camino para darnos cuenta de que la solución es una Europa más humana? Llámenlo radical, si ustedes quieren, una amenaza al establishment, pero en mi opinión se trata de algo razonable, incluso factible, a poco que los jóvenes líderes en Atenas, Roma y Madrid, consigan convencer a los actores políticos en Fráncfort, Bruselas y Berlín, de que vayamos juntos en esto.
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