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Argentina acaba de atravesar el umbral político hacia una nueva era. Las elecciones presidenciales del 25 de Octubre 2015 representan el rechazo hacia la rama peronista de Cristina Kirchner, que ha dominado el país desde el 2003, y significa probablemente el fin de su preeminencia política. Pero ¿apunta esto al fin del populismo en Argentina?
Por toda América Latina, y especialmente en Venezuela, el populismo como una forma de anti-liberalismo autoritario se está diluyendo. Una mayoría de votantes argentinos lo rechazó cuando Daniel Scioli (el candidato elegido por la presidenta) fue incapaz de asegurarse la presidencia en la primear vuelta. Esto significa que, por primera vez en la historia del país, los argentinos deberán votar en una segunda vuelta el 22 de noviembre. La trascendencia de ir a una segunda vuelta es inmensa. Los votantes quieren un cambio frente al populismo del pasado. Algunos peronistas parecen haber perdido sus votos, así llamados “cautivos”, y ahora están hablando de “entender el mensaje que enviaron las urnas” y el bipartidismo. Los argentinos tienen ahora la oportunidad de mejorar de manera sustancial la calidad de su democracia.
No es esto un asunto menor en un país que, bajo Juan y Eva Perón, reinventó el populismo moderno después de 1945, como versión autoritaria corporativista de la democracia, para luego acabar sufriendo una de las dictaduras más horripilantes del continente (1976-83). La democracia que emergió de aquella dictadura estuvo marcada por el estilo populista que, desde entonces, ha definido la cultura política argentina, especialmente en lo que se refiere a la política del partido peronista en el poder.
Las votaciones presidenciales fueron una elección entre dos universos políticos distintos: el populismo tradicional argentino frente a una participación más activa de los ciudadanos en las decisiones políticas. A pesar de ser el candidato del partido, Scioli no se identificó con el populismo, y menos aún lo hizo su principal oponente Mauricio Macri, alcalde de Buenos Aires, del centro-derecha. Así, el nuevo presidente tendrá ahora una oportunidad real de trascender la reciente experiencia populista. Y puesto que Europa ha presenciado también el ascenso del populismo, es ésta una elección que va más allá de la propia Argentina. Si los argentinos se acaban decidiendo por tomar una nueva dirección, los efectos se dejarán sentir en toda América Latina, y más allá.
La sola posibilidad de que esto ocurra representa una quiebra enorme con respecto al pasado reciente en Argentina donde, desde que sucediera a su último marido en el 2007, Cristina ha sido reina soberana. Incluso el mismo día de las elecciones, aunque no pudo presentarse a la reelección debido a la limitación de mandatos que figura en la constitución, Cristina siguió teniendo una enorme influencia.
Pero los inesperados resultados de las elecciones lo han cambiado todo. Por primera vez en muchos años, la sociedad civil –al subrayar la necesidad de un cambio más sustantivo y democrático- ha ido un paso por delante de los políticos. Tras más de una década en el poder, la hegemonía de la dinastía Kirchner parece finiquitada. La segunda vuelta está ya provocando que los candidatos vayan abandonando la idea de asegurarse mayorías absolutas y de dar un enfoque de márquetin a sus campañas.
Rápidamente, tras una votación en que el partido en el gobierno perdió incluso la provincia de Buenos Aires, la circunscripción más importante (su importancia política y económica se equipararía a una combinación de los estados de California, Texas, Alabama y Nueva York), los argentinos están valorando los nuevos reajustes del poder. Argentina se asemeja ahora al momento pre-Kirchnerista de 2003, cuando las opciones políticas se situaban entre el populismo y una democracia representativa de un tipo más horizontal que confrontativo.
En las elecciones del 2003, Néstor Kirchner se presentó a sí mismo como el candidato del cambio frente al neoliberalismo del anterior presidente peronista, Carlos Menem. Entonces, y con Scioli de candidato a vicepresidente, Kirchner defendió un país “más normal, más serio”. Pero una vez en el poder, Néstor acabó elevando el estilo populista anti-institucional de Menem hasta niveles nunca vistos. Transcurridos doce años, Argentina se enfrenta una vez más a la elección entre una democracia populista y una democracia representativa.
Una gran oportunidad
En las calles de Buenos Aires y en las de otras ciudades, todo el mundo se da cuenta de que están llegando cambios acelerados. Pero hay menos acuerdo en si estos cambios consistirán simplemente en una nueva colección de nombres y de caras que acceden al poder o bien serán una verdadera “revolución” en la manera de hacer política. Lo primero significaría que el legado populista de Cristina Kirchner se impone; lo segundo que el modo de gobierno polarizador, anti-institucional y caudillista de Kirchner se habrá marchado con ella.
Los dos candidatos, Scioli y Macri, han argumentado que actuarán de manera más colegiada y más respetuosa, tanto con el diálogo como con los límites institucionales. Existen parecidos tanto en sus políticas económicas como en la necesidad de tener mejores relaciones con los socios tradicionales de Argentina en Washington, Brasilia y Bruselas; y parece claro que habrá algunos cambios en política exterior y en las negociaciones con los acreedores internacionales. Pero para Argentina la cuestión clave es saber si un estilo populista “personalista” acabará perdurando o no.
Macri, hijo de un multimillonario, y él mismo empresario de mediana edad, llegó a la política después de un mandato exitoso al frente de uno de los clubes de futbol más grandes del país. Su campaña ha promocionado su personalidad de verbo amable y en el optimismo, más que poner el acento en sus ideas o programas. Ahora busca atraer a la izquierda no-peronista y a la derecha peronista (el 21% votó al candidato de oposición peronista, Sergio Massa, cuya transferencia de apoyos hacia los otros candidatos restantes resultará crucial en la segunda vuelta). Pero, ¿defenderá Macri una coalición multi-partido y una administración presidencial menos centrada en una sola persona?
En el caso de que gane, se verá en la necesidad de llevar a cabo un diálogo real con una cámara de representantes donde su partido estará en minoría. Pero aquí también podría, o bien acentuar el no partidismo, o bien continuar con el presidencialismo de Kirchner, que despreció e incluso acosó a los otros departamentos del gobierno. Un ejemplo es la presión que el anterior gobierno ejerció sobre el poder judicial para que detuviera la investigación sobre las graves acusaciones del fiscal Alberto Nisman, quien falleció en misteriosas circunstancias tras haber hecho acusaciones muy serias contra la presidenta. Para Scioli será especialmente difícil ignorar el poder de la presidencia a la hora de manejar la oposición interna dentro del partido peronista, y le resultará incluso más difícil manejar los deseos de su predecesora. Algunos de los discípulos de Cristina ya han criticado a Scioli, acusándolo de ser el responsable de los malos resultados electorales y de carecer de un compromiso pleno con el legado de Kirchner.
Inclusive unos días antes de las elecciones, Kirchner trató de establecer algunos de los parámetros de su legado. Le dijo a Putin por video conferencia que su posición geopolítica continuaría: relaciones afectuosas con Rusia, predilección por China y Venezuela, y posición favorable al controvertido pacto con Irán. En otros países, este comportamiento pre-electoral por parte de un presidente saliente sería escandaloso, pero en Argentina es tan sólo un nuevo ejemplo de la fusión entre la personalidad populista de la lideresa y los deseos con respecto a los intereses del país a largo plazo. Históricamente, los peronistas ven pocas diferencias entre las instituciones del Estado, el movimiento y el líder. Fiel a sus raíces peronistas, la presidenta nunca se vio a sí misma como una representante de la ciudadanía sino como una líder para quien las victorias electorales significaban la delegación del poder de la gente.
Quienquiera que sea el vencedor de las presidenciales, no contará en ningún caso con mayoría absoluta para poder en práctica ese estilo de “a mi modo o no hay modo” que Kirchner ha practicado a la hora de hacer política. Esto representa una gran oportunidad para la democracia argentina. Pronto, la era Kirchner habrá terminado, pero… ¿sobrevivirá la idea de democracia populista?
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