
Manifestación pro-Palestina en Cali, Colombia. Wikimedia Commons. Todos los derechos reservados.
En noviembre de 1947, la comunidad internacional aprobó el despiece de Palestina para crear ahí dos Estados como posible solución al conflicto entre los nacionalismos judío y árabe.
Los latinoamericanos de la acotada ONU de entonces ―20 países, o cerca de la mitad de la cincuentena de su membresía total― se destacaron por su apoyo mayoritario a tal partición.
Trece de los 33 votos favorables fueron latinoamericanos. La región sobresalió más aun entre quienes evitaron tomar partido a favor o en contra de este plan: seis de 10 abstenciones fueron latinoamericanas. En la compañía de dos de los países más grandes ―Argentina y México―, Colombia fue uno de tales abstencionistas.
Con el tiempo, el nacionalismo árabe de Palestina y demás votantes no afirmativos de 1947 comenzaron a visualizar la partición como vehículo para la concreción del largamente postergado Estado de Palestina, en el marco de una buscada y hace tiempo comatosa solución biestatal del conflicto palestino-israelí.
A última hora de la presidencia de Juan Manuel Santos, Colombia dejó este mes de ser el único país sudamericano con asignatura pendiente respecto del reconocimiento a Palestina como Estado libre, independiente y soberano.
A última hora de la presidencia de Juan Manuel Santos, Colombia dejó este mes de ser el único país sudamericano con asignatura pendiente respecto del reconocimiento a Palestina como Estado libre, independiente y soberano, aun si bajo ocupación israelí.
Tal medida, sintónica con lo hecho por la vasta mayoría del concierto internacional, había quedado antes supeditada por Santos a un consenso palestino-israelí.
Es decir que estaba sujeta al visto bueno previo de quienes ya hace años se han mostrado proclives a la deglución de tierras palestinas que Israel ocupa desde 1967, más que a una paz consensuada, pese a la proclama de una solución biestatal por parte del premier israelí, Benjamin Netanyahu, en 2009.
En Bogotá, la ministro de Exteriores saliente, María Ángela Holguín, explicó el reconocimiento colombiano como un aporte de su país a la materialización de tal solución.
En sus palabras, si los problemas suscitados por el consenso ausente entre los directamente afectados por lo validado en 1947 siguen vigentes decenios después, el plan aprobado ―no necesariamente el concepto de división y reparto detrás de éste―, había sido precipitado, necesitado de “mayor consideración, estudio y esfuerzo.”
Ya el ex presidente Alfonso López Pumarejo, líder de la delegación de Colombia en la ONU de 1947, había contemplado infructuosamente la postergación hasta febrero de 1948 del voto de noviembre para buscar en el interín evitar la primera de ocho explosiones bélicas árabe-israelíes.
Sin excluir el eventual triunfo de la partición, López advertía que “los votos dados de mala gana y obtenidos mediante requerimientos fuera de lugar, efectuados a último momento,” ―en atención a presiones, coerciones y lubricaciones para sumar aprobaciones de ese plan― no serían gananciosos para el nacionalismo judío.
Antes del voto definitivo, este vaticinio y la moción colombiana a favor de absorber allende Palestina, no sólo en ésta, a sobrevivientes del genocidio nazi, nutrió temores sionistas que López se contaría entre los votantes opuestos a la partición. Paradójicamente, empero, a ojos árabes López era “marcadamente” pro-sionista.
A propósito de este presunto trasvestimiento de López, cierto es que durante su primera presidencia, la actuación de Colombia en materia de refugiados judíos del nazismo superó a más de uno de sus pares latinoamericanos y otros.
Un decreto habilitó la llegada de judíos faltos de documentación al habérsele denegado ésta por sus países de origen.
Un decreto habilitó la llegada de judíos faltos de documentación al habérsele denegado ésta por sus países de origen. Debiendo los beneficiarios tener buenos antecedentes y recursos para afrontar su período iniciático en Colombia, la medida naturalmente distó de ser la panacea para el colectivo judío.
Sin embargo, la información acopiada por una institución asistencial de tal afluencia muestra que los 3 mil judíos allí se duplicaron durante 1933-1943 con otros que Colombia ayudó a quitarle a la judeofobia eliminacionista del nazismo.
Nada de esto prueba el supuesto pro-sionismo de López, y en todo caso sería inesperado que tales detalles de su gestión fuesen conocidos por muchos.
No menos inesperado es que de mantenerse el reconocimiento a Palestina, cosa que Israel y los soportes de su gobierno desearían ver revertido, Colombia estará más fuertemente incluida entre los proponentes de la solución biestatal, elevando desde un ángulo enteramente impensado la pertinencia del Premio Nobel a la Paz que Santos se ganó en 2016 por razones ajenas al conflicto palestino-israelí.
Con un trasfondo del viraje de Colombia que también incluye su presencia entre los países que evitaron aprobar el reconocimiento estadounidense de Jerusalén como capital de Israel, los deseosos de impulsar la solución biestatal, lejos de declararse abofeteados por Colombia ―uno entre más de 130 otros Estados reconocedores de Palestina―, buscarían familiarizarse con el expertise colombiano acopiado en la búsqueda de lazos fructíferos con Washington, y ello a pesar del alegado rol de inversores estadounidenses en la escisión de Panamá, siempre que ello fuese de interés para el gobierno palestino.
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