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República del excremento: amor, violencia y patriotismo en El Salvador

Los poemas de Miroslava Rosales desgarran la plasticidad posmoderna del orden neoliberal, la necrópolis de platino y plástico impuesta a los países latinoamericanos por los regímenes locales y la penetración extranjera. Entrevista. English

Miroslava Rosales Arturo Desimone
26 junio 2017
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Es este país el boleto a la muerte,

la cárcel,

en deterioro progresivo,

para tu sexo devorado diariamente,

para tu corazón con 28 disparos,

para tu sinfonía nunca escuchada.

Nadie sabe tu verdadero nombre,

virgen vos en el carnaval de los lobos,

en este fétido hacinamiento,

en esta colmena de cocaína.

Serás un día

cadáver no identificado

Del poema ‘’Erika’’ por Mirsolava Rosales

Arturo Desimone: La República del Excremento, el título de su "antología personal mínima", se refiere a su país, El Salvador. El Salvador y Centroamérica se asocian, gracias a los medios de comunicación, con la violencia callejera, la criminalidad y la corrupción, a unos niveles extraordinarios hasta para criterios latinoamericanos. Son temas recurrentes en tus poemas. Pero a pesar de la decadencia, encontramos el amor.

Miroslava Rosales: El amor nos mueve, nos hace también pensarnos, cuestionarnos frente al otro, vivir en un estado de euforia a pesar de las duras circunstancias. Es el abismarse, la herida y la caricia. El amor ha sido, y continúa siendo, un animal difícil de domar.

AD: En tu poema “Destrucción” nos cuentas, con un humor que no es pura ironía, que el vientre de tu madre te dio refugio por nueve meses de balas, fuego y cuchillos.  ¿Te compararías con poetas que escribieron sobre sus experiencias como jóvenes durante épocas de guerra, produciendo una especie de género literario de los tiempos de guerra? ¿Podríamos considerar la literatura escrita por las víctimas de la “Guerra contra las drogas’’ una literatura de tiempos de guerra?

MR: Puedo decir que mi escritura ha estado determinada por mi entorno, y ha sufrido cambios significativos. Mi primer proyecto se concentró en la condición amorosa, la existencia, a partir de la metáfora del corazón. Luego, la realidad de mi país me fue afectando a tal punto que ya no podía darle la espalda a la realidad. Yo viví por 29 años en Soyapango, un municipio con altos índices de criminalidad. Es increíble el control territorial de las maras (organizaciones criminales transnacionales) y esto, no cabe duda, te afecta en tu diario vivir, en tu forma de relacionarte con los demás: desconfías de todos, los demás son sospechosos, y poco a poco te vas encerrando. Así que es una sensación de asfixia la que predomina. 

Hablar de que se vive una guerra en El Salvador es muy delicado. Pero, en verdad, desde hace muchos años, puede decirse que el Estado ha perdido el control frente a las maras, y que es algo que ha llevado a desplazamientos forzados de comunidades enteras, como en tiempos de la guerra civil.  

Ahora vivo en México y quiero escribir sobre las experiencias de los inmigrantes centroamericanos en este país. Sé que no es un proyecto sencillo. Son historias cargadas de dolor y muerte. 

Por eso me interesan los libros que se acercan al horror, a lo grotesco, al dolor, como, por ejemplo, Morgue y otros poemas, de Gottfried Benn, o que logran captar escenarios en decadencia como la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Master.

AD: En años recientes hemos visto surgir nuevos géneros literarios en el Norte de México y en Colombia, a partir de los narcocorridos. ¿Qué opinas de la narcoliteratura o las crónicas de la época de la “Guerra contra las drogas”?

MR: La narcoliteratura ha venido a desplazar la estética del realismo mágico como signo identitario. Pero me preocupa que siempre en América Latina se nos vincule con la violencia, la miseria, el atraso, el caos, porque esto solo abona el estigma y no desemboca en una real preocupación por transformar la realidad. Más bien, las representaciones de las violencias en la literatura, en muchos casos, sirven sólo como anzuelo para lograr atraer más consumidores deseosos de realidades “exóticas” y “turbulentas” – y esto no se traduce en una participación activa en los procesos de cambio que demandan nuestros países.

Ahora bien, en el caso de la poesía centroamericana, considero que existe una deuda en relación a las representaciones del mundo del narco y las pandillas. Todavía no detecto a un poeta que tenga un trabajo discursivo suficientemente desarrollado en este sentido, he leído algunos poemas que sí tratan de darle voz a estos mundos de violencias, pero creo que aún falta ahondar y pulir la propuesta estética para que no se quede en un discurso plano. Caso contrario sucede con la narrativa, y más contundentes han sido el periodismo investigativo, la crónica. Pienso, por ejemplo, en el trabajo de los periodistas de El Faro, que ya ha sido reconocido con varios premios internacionales. Sobra decir que no resulta nada fácil acceder/comprender los códigos que se manejan al interior de estos mundos: implica mucho riesgo, sobre todo porque el sistema judicial es sumamente corrupto y la posibilidad de verse amenazado de muerte no es en absoluto algo descabellado.

Mi trabajo poético se ha visto influenciado por estas realidades, es cierto, pero esto se ha debido, en gran medida, a mi entorno. Mi intención, desde un inicio, ha sido evidenciar el dolor de las víctimas, ayudar a preservar su memoria, a que no se apaguen sus voces. Por eso me interesa explorar esas historias que logran dar cuenta de la precariedad de la vida, y no solo reducirlas a la violencia. Uno de mis retos es lograr un equilibrio entre emoción y palabra para construir una propuesta estética sólida.

AD: La figura de Roque Dalton sigue siendo un icono para los jóvenes escritores salvadoreños. El poeta que se unió a la guerrilla y fue traicionado por sus propios compañeros, según su hijo Juan José Dalton. El pecado del padre ejecutado fue el de ser un poeta entre militantes y traer nociones muy bohemias y herejes a la lucha revolucionaria. ¿Qué significa Dalton para la poesía?

MR: El caso Dalton aún sigue irresuelto, es una herida abierta, y no sólo para la familia. Su cuerpo no lo tenemos, y esto podría ser una metáfora de la orfandad de la sociedad salvadoreña, del duelo postergado. 

La figura de Dalton me interpela con su vida, acciones y propuesta estética. Sobre todo, me invita a no reducir mis preocupaciones a los fenómenos estéticos, ya que procedo de un país donde la vida política es un fruto podrido. No es gratuito que mi segundo proyecto de escritura tenga un epígrafe suyo: “País mío no existes/ solo eres una mala silueta mía/ una palabra que le creí al enemigo”. 

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Creo que muchos poetas nacidos después del asesinato del Roque Dalton sí lo siguen teniendo como referente intelectual, aunque ahora ya no sea tan evidente en la escritura ni en la praxis política. Pero sí se sigue escudriñando y leyendo como un referente nacional.

AD: Leyendo poemas tuyos parece salir subrayado el tema de la vulnerabilidad muy intensificada de una mujer joven en un contexto de violencia perpetua y las guerras del narcotráfico que proliferan en Centroamérica. ¿Esa vulnerabilidad acerca uno a lo esencial en poesía?

MR: La poesía una forma de contestar, de presentarme ante un mundo que se cae. Pienso en El Salvador a diario, en esa Centroamérica herida y abandonada, al margen de los centros hegemónicos.

Te cuento una anécdota sobre este vivir bajo el miedo. Un día, frente a mi casa, dejaron un carro abandonado. Cuando pasa esto, casi siempre se asocia con el crimen. Y, en efecto, así fue. En el baúl habían dejado la cabeza de un hombre. Imagínese este hecho: una cabeza de alguien frente a tu casa. Nadie vio nada, nadie escuchó nada. La desaparición de personas y los cementerios clandestinos son una realidad cotidiana.

Usar una minifalda o un vestido algo poco corto en un país como El Salvador puede ser un atentado. Cualquier hombre te puede manosear en el bus, o en la calle. Quedarse callada es lo mejor que puedes hacer en un contexto como el salvadoreño, porque el tipo puede andar armado y darte un disparo a plena luz del día. 

Por dos años impartí talleres de poesía en la cárcel de mujeres del país. Eso me permitió acercarme a realidades realmente duras y que no se conocen fuera. También, por un tiempo, acompañé a un fotógrafo estadounidense por el centro histórico de San Salvador, y fue así como pude establecer diálogo con prostitutas de la zona. Muchas de ellas vienen de Nicaragua, son sometidas al control de las pandillas y, por eso, terminan involucrándose en el tráfico de drogas, el narcomenudeo. ¿Qué se puede decir ante esto? La literatura no  ayuda en nada de manera directa.

AD: Has estado trabajando para promover el proyecto de una antología dedicada a Berta Cáceres, la activista medioambientalista de la tribu Lenca asesinada por el régimen hondureño por proteger a la naturaleza frente a los planes del empresariado que sabe que puede contar con el Estado a su disposición. ¿Qué efecto desearías que obtenga la publicación de esta antología para Honduras y para los países vecinos? 

MR: Quiero aclarar que esta antología en homenaje a Berta Cáceres es una iniciativa de la Unión de Escritores y Artistas de Honduras (UEAH), el Centro Académico Cultural Bolivariano Hondureño y el PEN Club de Honduras. Se trata de una iniciativa nacida al interior de Honduras. Cuando en la red de centro-americanistas O ISTMO nos dimos cuenta de tan importante labor en favor de la preservación de la memoria colectiva del pueblo hondureño, no dudamos en involucrarnos. Nuestra participación como red consiste en colaborar en la difusión de la convocatoria, así como en el cuidado de la edición. Por el momento, la antología se encuentra en la etapa de traducción de aquellos poemas que fueron enviados en inglés y francés. Lo que nos alegra es que, al cierre de la convocatoria, contabilizamos poemas de 22 países. 

Con esto esperamos que se logre reconocer aún más el trabajo de Berta Cáceres en defensa de la tierra en un país con enormes problemas de violencia.

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La familia de Berta Cáceres recibiendo una copia de la antología. 27 de abril. 2017. Fotografía cortesía de Jorge Miralda.

AD: ¿Los teólogos de la liberación siguen operativos en El Salvador?  ¿Cuál sería tu reacción al escuchar a alguien hablar de los teólogos jesuitas de la liberación, como Ignacio Ellacuría (teólogo nicaragüense nacido en el País Vasco en España, asesinado en 1989 por el terror de Estado), describiéndoles como poetas?

MR: Sí, podemos encontrar todavía teólogos de la liberación en El Salvador. Pienso en Jon Sobrino, que fue censurado en 2007 por la Congregación para la Doctrina de la Fe, por sus posturas problemáticas para la Iglesia Católica.

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Despierta Humanidad. Ilustración del libro.

Creo que, por mis preocupaciones políticas, me sería más “sencillo” aceptar la teología de liberación, por su opción preferencial por los pobres. En cambio, una institución como el Opus Dei me parece aberrante.

El poeta salvadoreño Jorge Galán escribe mucho sobre aquella época de la historia de El Salvador,  ha logrado contribuir - con su novela Noviembre - a la memoria de los jesuitas asesinados en 1989 por el ejército salvadoreño y poner de nuevo el caso en la opinión pública, el dedo en la llaga de una sociedad que aún no puede darle su lugar a las víctimas. Esto es tan delicado que le obligó a exiliarse en España.

Mi poesía no está influenciada por una visión religiosa, pero sí tiene un puente con la ética, lo espiritual, la naturaleza, las fisuras de la vida que no están enmarcadas en la racionalidad técnica.

AD: Por último, ¿puedes darnos nombres de poetas y autores de la región, de los países del Istmo, que te parece que el mundo debería conocer?

MR: Existen dos narradores centroamericanos muy destacados: Rodrigo Rey Rosa y Horacio Castellanos Moya. Pero, claro, hay otras propuestas estupendas: las de Claudia Hernández, Rafael Menjívar Ochoa, Denise Phé-Funchal, Jorge Galán, Javier Payeras, Alan Mills, Carlos Fonseca, Vladimir Amaya, Miguel Huezo Mixco, Mauricio Orellana Suárez, Jacinta Escudos, Warren Ulloa, Roxana Méndez, Róger Lindo. Aunque debo aclarar que algunos de los mencionados ya han logrado publicar en editoriales transnacionales y adjudicarse premios internacionales, por lo que no son unos desconocidos fuera de Centroamérica.

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