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“Soy trabajadora sexual y feminista”: la lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales en Argentina

La activista Elena Eva Reynaga se ha enfrentado a décadas de cárcel, abusos, y violaciones. Pero no se detendrá en su lucha para educar al mundo sobre los derechos de las trabajadoras sexuales. English

Sophie K Rosa
29 marzo 2019, 12.01am
Reynaga habla ante la Comisión Inter-Americana de Derechos Humanos, Washington DC 2017. Flickr/CIDH. CC BY 2.0. Algunos derechos reservados.

La primera vez que detuvieron a Elena Eva Reynaga fue en 1976, durante el golpe militar en Argentina. La detuvieron durante casi 100 días. Recuerda que su celda era “de 2 metros cuadrados con un inodoro, mejor dicho, una fosa, con cucarachas y ratas”.

Al enfrentarse a lo que describe como un constante acoso policial y una brutalidad diaria, Reynaga dejó de trabajar hasta los primeros años de los 80, “cuando la democracia volvió a nuestro país”, dice. “Pero, la democracia nunca volvió para nosotras”.

La criminalización del trabajo sexual en Argentina significó que, al ser detenidas, las trabajadoras sexuales tuvieron que enfrentarse a “21 días de cárcel, o a una ‘multa’ semanal de $700 para que no te detuvieran” dice.

Fue en la cárcel en 1994 donde Reynaga decidió organizarse políticamente por primera vez. “Estábamos hartas de la injusticia y la violencia policial, y vimos que no había organización ninguna de derechos humanos que nos fuera a defender, por todo este tema del trabajo sexual. Entonces, nuestra organización empezó a formarse en la cárcel”.

Esta organización se convirtió en el primer sindicato de trabajadoras sexuales en Argentina - La Asociación Mujeres Meretrices de la Argentina en Acción por Nuestros Derechos (AMMAR), que se afilió con el Central de Trabajadores en 1995. Desde entonces, se ha convertido en una fuerza política poderosa en el país, aunque Reynaga es sincera sobre los desafíos que han tenido que enfrentar.

“Yo no sabía escribir ni leer, no sabía que había que reservar citas para reunirnos con políticos”, dice Reynaga de sus primeros días de activismo. Entonces, fue golpeando las puertas de los legisladores del país. ¿Y cuando no quisieron responderte? “Llamé a más trabajadoras sexuales, y nos quedamos en la puerta hasta que nos la abrieran”.

Me detuvieron con frecuencia y me decían que dejara de meterme en el activismo porque me tendrían una trampa con 10 kilos de cocaína y me meterían una bala en el cuello.

Reynaga dice que las activistas querían asegurar que los políticos en el poder supieran de la represión y la violencia que vivían las trabajadoras sexuales - “sobre los sobornos a la policía, lo que nos pasaba dentro de las celdas, que muchas veces era sufrir violaciones”.

“Y justo cuando pensábamos que mantenernos unidas nos protegería de la policía, la represión empeoró”, ella recordó, “porque la policía empezó a ver que la formación de un grupo de mujeres iba en contra de sus intereses”.

“Me detuvieron con frecuencia y me decían que dejara de meterme en el activismo porque me tendrían una trampa con 10 kilos de cocaína y me meterían una bala en el cuello”.

Yo conocí a Reynaga en el Consejo Europeo en Estrasburgo el año pasado, donde habló como parte de un panel para el World Forum for Democracy de 2018. Ella abrió su discurso afirmando: “Soy mujer, trabajadora sexual, y feminista”.

Esa declaración resultó poderosa en el contexto de un panel y una audiencia que presentaron argumentos en contra del trabajo sexual y que despreciaron su experiencia.

Reynaga, trabajadora sexual en Argentina y España durante 35 años, era la única con experiencia directa en la industria sentada en el panel que ha intentado luchar contra la trata de personas. Dice que para ser más eficaces en esta lucha, tenemos que diferenciar entre el abuso, la trata y el trabajo sexual.

A pesar de esto, a lo largo de la discusión, los asistentes seguían vinculando el trabajo sexual con la trata, presentando erróneamente a las trabajadoras sexuales como víctimas que tienen que ser rescatadas, y a todas las víctimas de la trata como forzadas a trabajar en la industria sexual.

Los otros panelistas miraban sus celulares mientras hablaba Reynaga, y se referían a las trabajadoras sexuales como “prostitutas” – señalando, claramente, su posición, dado que los activistas de los derechos de las trabajadoras sexuales han esclarecido que el término preferido es ‘trabajadora sexual’.

Un panelista incluso aseguró que las trabajadoras sexuales sufren “un tipo de amnesia” relacionada con el trauma, y por tanto, no pueden ser voces autoritativas sobre sus propias experiencias.

Cuando hablé con Reynaga después del panel, ella relató una experiencia parecida con un miembro de la audiencia que declaró que las trabajadoras sexuales tienen un “trauma psicológico comparable a los que han sobrevivido una guerra”.

Tras reflexionar sobre esa anécdota, dice que son las experiencias deshumanizantes como la encarcelación y el abuso policial que son traumatizantes, no el trabajo en sí mismo.

Reynaga me contó que casi rechaza la invitación a hablar en el evento del WFD. La activista veterana está muy bien acostumbrada a que haya “gente no dispuesta a escuchar” a las trabajadoras sexuales, y esperaba que este espacio no fuera a ser muy diferente.

“Es normal”, dice ella, refiriéndose al tono anti trabajo sexual del panel - “así que cada vez que nos encontramos en estas situaciones, nos esforzamos a organizarnos, a educar a la gente, para que más trabajadoras sexuales pueden mostrarse las caras, hablar”.

A sus 65 años, Reynaga continúa educando a la gente sobre los argumentos a favor de la despenalización del trabajo sexual, y sobre cómo la criminalización hace que la vida de las trabajadoras sexuales sea más difícil y peligrosa.

En 1997, el sindicato de trabajadoras sexuales AMMAR de Argentina se convirtió en miembro de la Red Regional de Mujeres Trabajadoras Sexuales de América Latina y el Caribe (RedTraSex), de la que Reynaga también fue cofundadora. En la actualidad, RedTraSex cuenta con miembros en 15 países.

Reynaga describe este recurso, llamado 'Un movimiento de tacones altos', como "un bello manual, es como nuestra Biblia".

"Siempre digo que para hacer todo lo que hemos hecho en estos 25 años, es porque me enamoré de la causa - porque cuando me enamoro, muy raramente.... me enamoro de una locura", dice la activista, describiendo algunas de sus victorias en la organización.

A mediados de la década de 1990, el nuevo gobierno local de Buenos Aires invitó a AMMAR a contribuir con su nueva constitución.

Fue entonces cuando el sindicato comenzó a presionar para que se erradicaran los códigos penales contra el trabajo sexual, y lo logró en 1998,con su derogación unánime.

Desde entonces, ninguna trabajadora sexual ha sido detenida por trabajar en la capital. "Desde allí comenzamos nuestra fuerte militancia, y empezamos a organizarnos en todas las provincias", añadió Reynaga. AMMAR está presente en 14 de las 23 provincias argentinas.

Otro logro, dice Reynaga, es el trabajo de AMMAR sobre el VIH y el SIDA. Le da importancia a la organización con las trabajadoras sexuales sobre la prevención y el tratamiento, y a la "formación con camaradas y con médicos" que contribuyó a una dramática disminución de las tasas de prevalencia.

La clave de la fortaleza del grupo es la diversidad de las mujeres que participan en él, aunque la construcción de la inclusión dentro de este movimiento ha requerido trabajo, añade Reynaga.

Ella también "tuvo que deconstruir [sus] preconcepciones", y recuerda el caso de una compañera activista que salió como lesbiana, hace 10 años, y algunos de sus compañeras no reaccionaron bien. "A partir de este momento, nos pusimos a trabajar en el tema de la sexualidad y la libertad".

En 2007, la red RedTraSex publicó una guía para trabajadoras sexuales y sus aliados sobre cómo construir movimientos justos y equitativos. Reynaga describe este recurso, llamado 'Un movimiento de tacones altos', como "un bello manual, es como nuestra Biblia".

Una parte de la guía trata sobre la identidad de género. No todos los movimientos feministas en Argentina o en el ámbito internacional son transinclusivos - pero AMMAR sí lo es.

"En el sindicato, nuestros compañeras transgénero son mujeres y punto", dice Reynaga. "Eso no es discutible".

Al recordar sus experiencias como trabajadora sexual, Reynaga dice que, para ella, el trabajo sexual "significa oportunidad, significa autonomía".

Después de casarse a los 15 años, como madre soltera a los 18, el trabajo sexual le permitió a Reynaga tener un hogar - y los medios para criar a sus dos hijos y construir su activismo.

"Se lo debo al trabajo sexual... Que mi nieta vaya hoy a la universidad, que traiga estudiantes para que me entrevisten, para que se sientan orgullosos".

La gente en América Latina considera que Europa es de “mentalidad abierta" - y el progreso en el tema de los derechos de las trabajadoras sexuales desafía esta idea.

Sobre el movimiento global para la despenalización del trabajo sexual, Reynaga dice que las demandas clave son comunes a través de las fronteras: que el trabajo sexual sea reconocido como trabajo, que estas trabajadoras tengan derechos y, lo que es más importante, que "se les escuche: no queremos que nadie hable por nosotros, somos capaces de hablar, de pensar y soñar por nosotras mismas".

Reynaga dice que, con demasiada frecuencia, la gente en América Latina considera que Europa es de “mentalidad abierta" - y el progreso en el tema de los derechos de las trabajadoras sexuales desafía esta idea.

Las trabajadoras sexuales en Argentina "ya no se andan con rodeos", porque "salen a protestar muy rápido, vamos a los medios de comunicación, informamos inmediatamente", dice. Antes me llamaban 'puta de mierda', ahora me llamo Señora Reina'.

Sin embargo, a ella también le preocupa que los recientes cambios en el clima político mundial y regional pueden afectar negativamente los derechos de las mujeres.

“Hay cosas hermosas que están sucediendo [en América Latina]", dice, "pero las democracias están retrocediendo de una manera muy seria con gobiernos como el de Bolsonaro, Macri, Ortega", nombrando a los líderes de Brasil, Argentina y Nicaragua, quienes, en su opinión, reflejan la mayor visibilidad y poder del fascismo en todo el mundo.

Advierte que la gente de estos países está ahora "perdiendo los derechos que ganamos - especialmente las mujeres, las mujeres siempre terminan pagando por la crisis".

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