Pero mientras estaba en debate este cambio radical, los derechos de muchas personas en estos ámbitos, especialmente mujeres, adolescentes y niñas, eran vulnerados. Sus casos fueron judicializados, como ocurrió en 2005 cuando la Corte Suprema de Chile determinó que una mujer lesbiana perdiera la custodia de sus hijas. Y, frente a la inacción y falta de garantías del estado chileno, hubo quienes tuvieron que recurrir a la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Como resultado de las luchas emancipatorias que mujeres y feministas han venido dando por décadas, finalmente se logran consolidar estos derechos en la nueva Carta Magna. Es posible afirmar, entonces, que existe una progresiva conformación de los derechos individuales que ha invadido lo privado, restándole a lo familiar el peso que tuvo en otros momentos históricos como frontera inexpugnable de lo público.
El surgimiento de los derechos sexuales y reproductivos es una expresión de las reivindicaciones de los movimientos de las mujeres y feministas en el mundo. A partir de 1980, la comunidad internacional llegó a nuevos consensos sobre el reconocimiento de estos derechos como parte integral de los derechos humanos. Chile se pone hoy al día de tal reconocimiento.
En tanto derechos humanos, los derechos sexuales y reproductivos se erigen sobre el principio de igualdad de todas las personas. Estos dan sustento a la construcción de una sociedad democrática y pluralista, que se basa en el reconocimiento de la diversidad, con igualdad de oportunidades. Esto es lo que argumenté al presentar, como experta, un documento propositivo ante la Convención Constituyente.
Si la nueva Constitución es aprobada, deberá traducirse en una amplia cantidad de leyes para su puesta en práctica. Sin embargo, en la actual composición del Congreso hay una mayoría conservadora que hará muy difícil que estos derechos resulten efectivamente ejercidos por el pueblo chileno.
Chile tiene una dualidad política un poco extraña, consecuencia de los complejos procesos desatados a partir de octubre de 2019, cuando estallaron las protestas sociales contra la desigualdad que sacudieron el sistema político. En 2021, fue elegido un gobierno de corte progresista, pero también un Congreso donde están equilibradas prácticamente a la mitad las fuerzas políticas de oposición y las que apoyan al gobierno.
Pero ante los derechos sexuales y reproductivos esa correlación se desequilibra más aún hacia los conservadores, como quedó demostrado en la feroz campaña de desinformación en favor del rechazo a la nueva Constitución en el plebiscito. La campaña fue encabezada tanto por la derecha como por algunas fuerzas de centroizquierda que apoyaron al presidente Gabriel Boric en la segunda vuelta presidencial, y que habían sido la base de los cuatro gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia (1990-2010).
Incluso si la Constitución es aprobada, quedará mucho por hacer.
Las mujeres activistas deberán liderar campañas potentes y concertadas por las leyes que deberán pasar por el Congreso para implementar los derechos sexuales y reproductivos – y persuadir a las organizaciones de la sociedad civil que las respalden. Esto requerirá influir sobre los medios de comunicación y sobre las bases sociales que apoyan a las y los parlamentarios, exigiéndoles que se pongan a la altura de los preceptos constitucionales y, sobre todo, de los derechos de las mujeres chilenas, conculcados por tanto tiempo.
Este será el gran desafío: garantizar mediante la ley los principios jurídicos establecidos en la Carta Magna. La nueva Constitución, si bien fundamental, es el primer paso de un largo camino.
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