Cada vez son más las mujeres reconocidas internacionalmente por su lucha en defensa de la naturaleza y contra la extracción depredadora de recursos que está cambiando catastróficamente el ecosistema latinoamericano, y el clima.
El liderazgo de la lucha ambiental de las mujeres en las comunidades se explica en parte por su visión holística del entorno y de su integración con la naturaleza, enraizada en cosmovisiones ancestrales que ven una continuidad directa y sagrada entre la especie humana y las demás especies vivas del planeta.
Este año, Alessandra Korap (Aldea Munduruku, Itauba, Pará, 1985), es una de los seis galardonados con el Premio Goldman de Medio Ambiente por su activismo de base. Gracias su trabajo a favor del territorio indígena Munduruku, poderosas empresas mineras como Vale y Anglo American se han visto obligadas a renunciar a proyectos de exploración en la región que habita.
Cuando Korap nació, a mitad de los años ochenta, su aldea, ubicada en la región del Medio Tapajós, uno de los grandes afluentes del Amazonas, era un lugar preservado y prístino gracias a que había permanecido aislado de la explotación de recursos naturales a gran escala que se fue comiendo el territorio durante décadas. Pero a medida que la joven Korap fue creciendo, la ciudad de Itaituba crecía y su radio de influencia se acercaba peligrosamente cada vez más a su hogar.
La construcción de dos grandes autopistas federales a través de la selva permitieron que miles de colonos, madereros y mineros, legales e ilegales, llegaran a la región, invadiendo también territorios indígenas.
La llegada de personas foráneas supuso un desafío para el pueblo Munduruku, conformado por 14.000 personas y que se extiende por la cuenca del río Tapajós en los estados de Pará y Mato Grosso. Con ellas llegaron los mineros, las dragas, la deforestación causada por las plantaciones de soja y la construcción de una vía férrea y un puerto de carga en Santarém para su exportación industrial. El pueblo Munduruku vio cómo el ecosistema en que había habitado desde tiempos ancestrales era destruido y su tierra era devastada.
Pero la joven Korap, junto a otras mujeres de su comunidad, decidieron resistir la devastación y encargarse de defender su territorio. Ante la pasividad relativa de los hombres de la comunidad, decidieron romper el tradicional monopolio masculino del liderazgo indígena Munduruku, y se organizaron para hacer manifestaciones, protestas y para presentar evidencias de crímenes ambientales a la fiscalía y a la policía brasileña.
Korap es maestra de profesión, lo que le ayuda a difundir su labor entre los jóvenes y entre otras comunidades a través de la Asociación Indígena Pariri Munduruku, que reúne a diez aldeas de la región del Medio Tapajós. Pero fue entre 2014 y 2015, con la llegada de los megaproyectos mineros a la región, cuando apreciaron la aceleración de la deforestación y de la urbanización descontroladas.
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