
Nestor y Cristina de Kirchner. Demotix. Todos los derechos reservados.
Argentina vive en estos días el último apéndice de una inusual campaña presidencial, hasta ahora caracterizada por la ausencia de ideas o propuestas fuertes; repentinos giros en las plataformas económicas de los tres principales candidatos; y una cierta indiferencia de la sociedad civil respecto al propio debate electoral.
Semejante escenario parecería incomprensible dada la extrema polarización que ha caracterizado la vida política argentina en los últimos meses, cuyo momento más alto ha coincidido con la muerte del controvertido fiscal Alberto Nisman y el intento, por parte de la oposición de la derecha más radical, respaldada por los medios del grupo Clarín, de echarle la responsabilidad a la propia presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
En este sentido, el primer elemento a tener en cuenta para interpretar cómo se ha llegado a la situación actual es el affaire Nisman. En particular, vale recordar que las investigaciones han revelado las conductas “libertinas”, para decir poco, del difunto magistrado (fotografiado en compañía de jóvenes escorts llevando juguetes sexuales) y sus todavía más embarazosas conexiones con los servicios secretos estadounidenses e israelíes, las diputadas ultra-derechistas Patricia Bullrich y Laura Alonso y hasta los “fondos buitres” del financiero estadounidense Paul Singer, que protagoniza una feroz pelea judicial contra Argentina en el foro de Nueva York desde hace varios años. Como consecuencia, el caso Nisman ha terminado produciendo un paradójico efecto boomerang sobre la oposición argentina que lo había cabalgado y su capacidad de hegemonizar la agenda política electoral, y ha reforzado como nunca a la presidenta Kirchner, cuyos índices de popularidad han llegado a niveles record, nunca antes observados con referencia a los presidentes previos al final de sus mandatos.
A su vez, el renovado auge de Cristina ha impactado durísimamente a los candidatos a presidente, determinando que sus propuestas, en particular económicas, convergiesen hacia un patrón común continuista con la actual agenda político-económica del gobierno. Sin embargo, hasta aquel momento los candidatosm opositores se habían destacado por su corte liquidatario de la herencia kirchnerista y su manifiesta voluntad de un “cambio” que se identificaba con una recuperación, al menos parcial, de la tradicional agenda político-económica neoliberal de los años noventa. En este sentido, el caso más llamativo ha sido el de Mauricio Macri quien, partiendo desde una propuesta “republicana” y en favor de un estado mínimo, ha llegado hasta el punto de construir la primera estatua de Perón de la ciudad de Buenos Aires (bastión de la derecha anti-peronista) para intentar mostrarse como un candidato “no tan liberal, ni tan gorila”, como solía serlo en el pasado próximo.
El resultado de esta inesperada convergencia ha sido anestesiar la campaña y determinar, en consecuencia, una pérdida de interés en ella por parte de los electores. Sin embargo, ello no debe distraernos a la hora de analizar los probables escenarios futuros del país.
Aunque lamentablemente no es ninguna novedad, Argentina se encuentra hoy frente a un escenario económico difícilpara su economía, conocido en la literatura económica como el fin del ciclo de stop and go. Dicho sencillamente, las etapas de crecimiento sostenido de la economía nacional empujadas por la demanda doméstica y la inversión estatal (como la de la década kirchnerista) generan una fuerte presión sobre la balanza de pagos (vía importaciones) y se caracterizan por una tendencia creciente de la inflación (reflejo de la puja distributiva causada por la reducción del desempleo y, por ende, por el aumento de los salarios). Esto, a su vez, incentiva la fuga de capitales y el atesoramiento en dólares, amenazando el nivel de las reservas y determinando así continuas devaluaciones del peso (lo cual retro alimenta a la inflación etc.).
Mientras las exportaciones de materias primas agrícolas y el “súper-ciclo de las commodities” garantizaron un abundante flujo de dólares al Banco Central, el modelo de crecimiento fue exitoso. Sin embargo, la caída del precio de la soja, la crisis persistente de Europa y la recesión de Brasil han determinado una fuerte desaceleración de las exportaciones argentinas, amenazando la sostenibilidad del paradigma económico hasta hoy adoptado.
Históricamente, la respuesta frente a semejante escenario ha sido un fuerte ajuste fiscal, acompañado por una abrupta devaluación del peso. A pesar de las declaraciones oficiales y de las diferencias entre los principales candidatos (no menores, vale aclarar), podemos afirmar que esta idea de base es compartida por sus equipos económicos.
En el caso de Scioli, sus economistas de confianza (Miguel Bein y Mario Blejer) se declaran contrarios a una devaluación y buscan una salida en el endeudamiento externo (hoy a niveles extremadamente bajos) y la masiva emisión de bonos. Sin embargo, insisten que para poderlo hacer exitosamente es indispensable llegar a un acuerdo rápido con los fondos buitres y los mercados financieros, marcando una importante distancia con el gobierno actual. Por otro lado, declaran que Argentina tiene que volver pronto a un superávit primario, proponiendo a la vez una eliminación de las retenciones sobre las exportaciones agrícolas. Otra manera de decir que piensan en ajustar el gasto público.
En el caso de Macri, sus spin doctors (Carlos Melconian; Jose Luis Espert; Miguel Angel Broda) encarnan la más obtusa ortodoxia neoliberal de los 90 y proponen un fuerte ajuste fiscal, la eliminación del mecanismo de las paritarias salariales y una completa liberalización del mercado de divisas, acompañada por una fuerte devaluación.
Finalmente, Massa parece oscilar entre unas propuestas “sciolistas” (impulsadas por el ex-ministro de economía de Néstor Kirchner, Roberto Lavagna) y otras más bien “macristas” (formalizadas por el ex presidente del banco central Martin Redrado).
Más en general, la misma actitud caracteriza a los candidatos con respecto a los derechos civiles y humanos. Desde este punto de vista, es muy llamativa la desaparición completa del debate sobre el aborto y el muy poco énfasis sobre la necesidad de profundizar las investigaciones sobre los crímenes de la última dictadura cívico-militar, extendiéndolas a las responsabilidades del empresariado argentino.
Dicho más sencillamente, las plataformas de los principales candidatos a la presidencia argentina denotan la voluntad de terminar, en todo o en parte, con el modelo de gobierno kirchnerista y sus tradicionales banderas. En este sentido, los elementos objetivos observables hoy en día indican que el futuro próximo argentino se caracterizaría por el intento de “construir un país normal”, después de la anomalía K.
Sin embargo, como y si semejante resultado se obtendrá dependerá de algunas variables importantes, como la composición del próximo Parlamento y la actitud (favorable o no) de los sindicatos. Y también, de la capacidad del pueblo argentino de defender los avances conquistados en materia civil, democrática, social y laboral.
Acordándonos de Eric Hobsbawn y de su definición de la clase trabajadora argentina como la más combativa de América Latina, nos parece muy precipitado afirmar que, cualquiera sea el presidente electo, no parece probable que vayamos a ver una "restauración" en Buenos Aires.
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