Si no fuera por la espesa capa de smog que se cierne sobre la capital del país, que en su día fue la ciudad más contaminada del mundo y que lucha por descender en la lista, la pareja estaría siempre a la vista; la visibilidad es mejor desde Puebla, sobre todo desde la cima de Cholula, donde se erigió un templo católico sobre la pirámide del Tlachihualtepetl en el año 1500.
Se cree que antes había 18 glaciares a lo largo de la Cordillera del Sol, sobre la que el sol se eleva para contemplar la gran y antigua ciudad de Tenochtitlan, como se llamaba la capital antes de la invasión española en el siglo XVI. A principios del siglo XXI, sólo quedaban tres glaciares, y ahora, sólo dos. En 2018, el glaciar de Ayoloco se quedó sin nieve, y hace una semana, en abril de 2021, geofísicos de la Universidad Autónoma de México (UNAM) anunciaron oficialmente su muerte.
Los glaciares son una importante fuente de agua dulce y de regulación del clima, y no se puede subestimar la gravedad de esta pérdida. Ayoloco era el mayor glaciar del Iztaccíhuatl; sin él, la princesa azteca ha perdido su blanco vestido de novia y ahora sólo está cubierta de roca gris y dentada. Hace cinco días, investigadores de la UNAM subieron a la cima y colocaron la siguiente placa, una admisión de culpa colectiva expresada en palabras sencillas, dirigidas "A las generaciones futuras":
“Aquí existió el glaciar Ayoloco y retrocedió hasta desaparecer en 2018. En las próximas décadas los glaciares mexicanos desaparecerán irremediablemente. Esta placa es para dejar constancia de que sabíamos lo que estaba sucediendo y lo que era necesario hacer. Sólo ustedes sabrán si lo hicimos”.
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