Cada dos años, Latinobarómetro conduce su informe sobre la salud democrática de las naciones latinoamericanas y, encuesta tras encuesta, nos muestra que el apoyo a la democracia en la región es bajo.
El reporte de 2020 no es diferente. La confianza en la democracia desplomó en Ecuador y Colombia, bajó en otros tantos países, como Venezuela, Panamá y Argentina, y aumentó en una larga lista que incluye a Brasil, El Salvador y Guatemala, países con presidentes acusados de un creciente autoritarismo.
Aunque el informe no es esperanzador, tampoco es sorprendente. Los últimos 24 años de encuestas de Latinobarómetro nos muestran que los latinoamericanos nunca han apoyado con fuerza a la democracia. En el por qué, puede estar la clave para mejorar y buscar formas más eficientes de proteger a nuestras instituciones democráticas.
Las etiquetas autocráticas no son un problema
Entre los 18 países incluidos en el reporte, representando a más de 600 millones de personas, en apenas seis – es decir, un tercio – el apoyo a la democracia es superior al 50% (Uruguay, Costa Rica, Chile, Bolivia, Argentina y Venezuela; en República Dominicana, el apoyo está justo sobre el 50%). Menos de la mitad de la población en dos tercios de América Latina, cree que la democracia es el mejor sistema de gobierno.
Y aunque esos números se han mantenido más o menos estables desde 1996, cuando Latinobarómetro empezó a medir el índice, en todos los países salvo dos (Venezuela y Chile), el apoyo a la democracia es menor hoy que en 1996, según el reporte.
El debate sobre democracia es importante y tiene que existir. Pero es importante entender que enfocarse semánticamente en la dicotomía entre democracia y autoritarismo, no es el camino para convencer a la ciudadanía de apoyar a sus instituciones democráticas.
Como lo demostró el -sorprendentemente- popular presidente de El Salvador, Nayib Bukele, al autodefinirse recientemente el “dictador más cool del mundo mundial” y actualmente el “emperador de El Salvador” en la bio de su Twitter, a los latinoamericanos esas etiquetas no les importan. El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, también lo deja claro cuando se autodefine “genocida” con ironía en interacciones con sus seguidores. “Ahora soy el que mata a mucha gente, ¿cómo se dice? ¡Genocida! Ahora soy un genocida”, dijo en abril de este año.
Bajo éxito democrático vs. éxito relativo de populistas
Una de las razones de esta confianza se debe a la ineficiencia de los gobiernos democráticos para abordar algunos de los problemas más urgentes de América Latina, como la desigualdad, la violencia y la corrupción. Llama la atención que el apoyo a la democracia en América Latina, tuvo algunos de sus números más altos a principios de los años 90, cuando la atmósfera era de esperanza tras las dictaduras militares de las décadas anteriores. Con la excepción de algunos picos de apoyo alrededor de 2010, coincidiendo con el boom de las commodities que impulsó el crecimiento económico en la región, el apoyo democrático ha bajado.
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