
Trump, Bolsonaro, Modi y la agenda de la derecha global

La democracia ha sido considerada como la forma más legítima de gobierno al ser asociada a factores como igualdad, representación política, derechos civiles y participación ciudadana. Sin embargo, tendencias políticas que se contraponen a los sistemas democráticos en materia de derechos humanos, el respeto a la multiculturalidad y medio ambiente, se desarrollan sin cortapisas al interior de estos sistemas. En este escenario, expresiones de derecha como el nacionalismo hindú en India encabezado por el primer ministro Narendra Modi, el populismo conservador en Estados Unidos de Donald Trump o la derecha en Brasil a la que representa el mandatario, Jair Bolsonaro, surgieron al interior de democracias consolidadas. En conjunto estos regímenes plantean desafíos profundos a los valores que la democracia pretende enarbolar. Además, el respaldo a estos jefes de estado es preocupante pues revela que su pensamiento conservador está en sintonía con el de vastos segmentos de la sociedad.
Narendra Modi, quien se ha mostrado hostil hacia la minoría musulmana, logró la reelección para su segundo periodo como primer ministro en mayo pasado. Modi se ha mantenido en la escena política a pesar de la sospecha de su responsabilidad por comisión u omisión en los disturbios anti-musulmanes que tuvieron lugar en Gujarat en 2002, cuando era jefe de gobierno de ese estado y en los que murieron más de mil personas, la mayoría de ellos musulmanes. Su postura anti-islámica coincide con la de su partido, el Bharatiya Janata (BJP) apegado a una tendencia de supremacismo hindú por encima de las expresiones culturales de las minorías. Desde su primera gestión como primer ministro de 2014 a 2019, se incrementaron las agresiones contra musulmanes, en particular linchamientos contra los que se supone consumían carne de res, lo cual es tabú para la idea inflexible de lo “hindú” que el BJP busca apuntalar.
Asimismo, su segundo periodo se ha sellado con una postura belicista abierta respecto al asunto de Jammu y Cachemira, región a la que le ha revocado su estatus especial dentro de la federación india el pasado mes de agosto. Esto ha propiciado la escalada de hostilidades para la población cachemira de mayoría islámica, sitiada y en vilo en medio de las disputas entre dos países –India y Pakistán— que poseen armamento nuclear.
Por su parte, la victoria de Donald Trump en el 2016 fue contundente en el giro político hacia la derecha en un nivel mundial. Su ejercicio de gobierno, marcado por un fuerte autoritarismo, ha afectado de forma negativa temas cruciales como libertad de expresión, medio ambiente y los derechos humanos de los migrantes. Su irresponsabilidad ante la crisis ecológica mundial se reveló en el 2017 con la retirada de Estados Unidos del Acuerdo de París para hacer frente al cambio climático. Sin embargo, el aspecto más controvertido de su gobierno está en las políticas migratorias contra latinos y musulmanes en particular.

Como han señalado los especialistas, la idea de Trump de hacer a Estados Unidos grande otra vez se cimenta en una actitud postfascista (diferente al fascismo histórico pero con reverberaciones en el aspecto de animadversión racial) al buscar depurar a la población del país de inmigrantes no blancos. La persistente obsesión en la construcción o ampliación del muro en la frontera sur entre Estados Unidos y México; la política de separación de familias que cruzan la frontera; el hacinamiento de migrantes en jaulas en condiciones deplorables; la presión sobre México para que se convierta en un tercer país seguro son pilares de la política anti-inmigrante de Donald Trump, revestidos además de un discurso hostil que estigmatiza a los migrantes que llegan a buscar resguardo de conflictos bélicos, miseria y otras circunstancias en sus países de origen.
Jair Bolsonaro con la grandilocuencia de un discurso que reivindicaba la dictadura y que revelaba su sesgo racista, misógino y homófobo, logró ocupar la presidencia de Brasil en enero de 2019, teniendo como respaldo fundamental a la llamada Bancada do Boi, da Bala, e da Biblia, (buey, bala y biblia) del congreso brasileño. Dichos grupos de políticos agroindustriales, evangélicos, y cabilderos en el uso de armas tienen una agenda conservadora en temas sociales y económicos, coincidentes con la propia agenda del mandatario.
En el giro de timón de la política pública hacia los pueblos indígenas, destaca la postura de Bolsonaro con el intento de modificar las atribuciones de la Fundación Nacional del Indio (FUNAI) que la privaba de definir y demarcar los territorios indígenas, al pasar tal función a manos del Ministerio de Agricultura que privilegia el agro-negocio por sobre la preservación y protección de los grupos étnicos y su entorno. Lo anterior con el convencimiento de Bolsonaro de que reconocer las tierras indígenas es un obstáculo para la agroindustria. En este sentido, la indiferencia ante la catástrofe ecológica de las últimas semanas con los incendios descomunales en tierras del Amazonas coincide con la actitud indolente del mandatario de Brasil sobre los indígenas y sus territorios.
Estos escenarios revelan que la democracia se puede destruir desde dentro y más cuando hay sectores de la población que respaldan las políticas antidemocráticas de los referidos mandatarios. Escenarios de precariedad o aspiración económica han sido propicios para que discursos de odio surtan efecto, como lo demuestra la composición de las bases de apoyo en el caso de Trump o Modi y en especial en el tema de migración en el que una noción de inminente peligro se asocia a los recién llegados. Los efectos de los discursos de odio han derivado en tragedias funestas como la de El Paso, el pasado mes de agosto.
Así ideas de supremacismo blanco en Estados Unidos, de supremacismo hindú en India o el desprecio de los grupos étnicos en Brasil al vincularse con la visión de una economía y un paradigma de bienestar social que, en teoría, se vulnera con el arribo o atención a ciertos grupos, replantean la noción de derechos humanos y crisis humanitaria que quedan subordinados a una lógica financiera, misma que lamentablemente privilegia la acumulación de riqueza y el afán aspiracional como bienes supremos.
Por lo anterior, un gobierno de derecha no es solo una visión conservadora crítica de agendas progresistas sino que conlleva una actuación que lesiona los derechos humanos de grupos vulnerables y promueve crispación social con abiertas tentativas de anular cualquier expresión de solidaridad y empatía.
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