
Dos hombres golpean una piñata de Donald Trump, durante una campaña para fomentar la participación de los ciudadanos americanos. Ciudad de México. 25 septiembre 2016. AP Photo/Marco Ugarte. Todos los derechos reservados.
La historia contemporánea de las relaciones de América Latina con su poderoso vecino del norte ha sido turbulenta, y no ha alcanzado nunca a desarrollar el enorme potencial que contiene su destino común.
Una larga historia de intervencionismo, una moral de doble rasero, y una actitud de superioridad y menosprecio han marcado las relaciones durante décadas. La enorme asimetría en peso económico y político, y la posición hegemónica del Estados Unidos sobre la región, han hecho que la defensa de sus intereses económicos y de seguridad haya pasado por encima de la de los valores compartidos de la libertad, la democracia y los derechos humanos. Esta actitud ha sido tradicionalmente fuente de importantes tensiones en el eje norte/sur.
Una larga historia de intervencionismo, una moral de doble rasero, y una actitud de superioridad y menosprecio han marcado las relaciones durante décadas.
Aunque realizar un análisis del posible resultado de las elecciones el día anterior corre siempre el riesgo de quedar obsoleto el día después, hemos considerado relevante recabar la opinión de algunos colaboradores de DemocraciaAbierta puesto que, independientemente del resultado, las preocupaciones de fondo permanecerán.
El ex presidente Carlos Mesa, desde Bolivia, comenta:
"Esta elecció, tiene una importancia especial para los latinoamericanos por la actitud del candidato Donald Trump con relación a la migración como aspecto específico y con relación a los latinoamericanos como aspecto general, pues Trump revive un estereotipo que vuelve a las visiones más conservadores de antes de la conquista de los derechos civiles. Esa mirada de superficie y cargada de prejuicios, puede ser muy nociva para una política global hacia América Latina.
Un elemento importante hoy es que la presencia de los mal llamados latinos en los EE.UU. -la primera minoría de esa nación- ha prolongado a América Latina en el corazón de su territorio, lo que obliga a sus gobernantes a modificar su percepción y su acción con relación a nosotros, o -posibilidad real- a profundizar la grieta entre ambos.
A primera vista, un triunfo de Trump hace difícil pensar en una evolución en la dirección marcada por el Presidente Obama en Cuba, y en otras cuestiones referidas a la necesidad de relaciones de integración económica menos asimétricas, la migración, la lucha contra las drogas, el tráfico de armas, el crimen organizado y el fortalecimiento de una vinculación respetuosa y de no injerencia en asuntos internos de nuestras naciones (en esta materia, la política exterior de Washington es distinta en América del Sur que en América Central y el Caribe).
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En caso de un triunfo de Hillary Clinton, es posible esperar una actitud más abierta, aunque el riesgo -salvo Cuba- es la continuidad de una relación estancada en una dominante indiferencia, que no contribuye a la composición de un clima de confianza y cooperación mutua entre la primera potencia del mundo y el hemisferio del que forma parte."
Por su parte, el analista Abel Gibert, desde Buenos Aires, advierte:
"Podría decirse que Sudamérica está tan ocupada de sus urgencias que la vista se nubla al observar el horizonte. Vemos cómo Venezuela intenta evitar una guerra civil, Colombia sacar a flote el acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC, y cómo Brasil está en el umbral de un nuevo experimento tatcheriano, que provocará turbulencias sociales. En Argentina, la derecha busca refundar otra vez el país a su imagen y semejanza.
Podría decirse que Sudamérica está tan ocupada de sus urgencias que la vista se nubla al observar el horizonte.
Las elecciones en los Estados Unidos parecen, en ese contexto, un asunto lateral, como si lo que allí está en juego no tuviese efectos puntuales al sur del río Bravo. Quizá sea México el más preocupado por el posible triunfo de Donald Trump. Una inquietud de ese tenor podría extenderse a Cuba. Pero después del martes, muchos líderes políticos y de opinión podrán empezar a avizorar los peligros que se vienen. Si gana Hilary, quizás todo siga igual, lo que no es en sí mismo benéfico ni auspicioso. Pero las cosas pueden ser mucho peores."
Es evidente que es en México donde la elección se vive más intensamente. En este sentido, el análisis de la profesora Gema Santamaría señala que:
"Independientemente de quién sea mañana el presidente de Estados Unidos, los sentimientos proteccionistas y anti-migrantes, potencializados durante este proceso electoral, permanecerán como telón de fondo del quehacer político estadounidense. En particular, los sentimientos anti-migrantes y la promesa de “retornar” a un Estados Unidos -por lo demás mítico- blanco, seguro, y homogéneo, tendrán sin duda consecuencias en México y el norte de Centroamérica.
Las políticas migratorias y de deportación, de por sí endurecidas, podrían tornarse aún más severas bajo un electorado que continuará demandado muros. Esta elección dejará un Estados Unidos dividido y lastimado, entre dos campos que se perciben irreconciliables. Un Estados Unidos lastimado es un Estados Unidos proclive a asumir decisiones unilaterales, proteccionistas, o invasivas, en aras de recuperar la unidad. Confiemos en que el país de los pesos y contrapesos permita que prevalezca la democracia y la apuesta por la pluralidad."
Las políticas migratorias y de deportación, de por sí endurecidas, podrían tornarse aún más severas bajo un electorado que continuará demandado muros.
Por su parte, Alejandro Vélez, desde la capital mexicana, nos advierte de que:
"México está viviendo una década sangrienta. La catástrofe mexicana se hizo visible en el último período de Bush y continuó indemne bajo la carismática presidencia de Obama. La influencia de los Estados Unidos se ha dejado sentir con la Iniciativa Mérida, el fallido programa Rápido y Furioso, y la “securitización” de la frontera con Guatemala y Belice. El común denominador de estos programas es que están encuadrados en el paradigma de Homeland Security y en el del régimen global de prohibición de narcóticos.
En este sentido, la pregunta más importante que deberíamos hacernos desde México es cómo cambiarían estos paradigmas si Trump o Clinton ganara la elección. Por un lado, considero que ambos son “drug warriors” y que el régimen de prohibición tendría otros 4 años más de vida y de consecuencias fatales para México y otros países. Finalmente, creo que uno de los peligros de que “The Donald” gane la presidencia está en que puede llevar el modelo de Homeland Security —vigilancia masiva, militarización de la seguridad interna y guerras preventivas— demasiado lejos, mientras que Hillary lo mantendría más o menos como está ahora.
La pregunta más importante que deberíamos hacernos desde México es cómo cambiarían estos paradigmas si Trump o Clinton ganara la elección."
Finalmente, Breno Bringel, profesor e investigador del Instituto de Estudios Sociales y Políticos de la Universidad Estatal de Río de Janeiro, apunta lo siguiente:
"Aunque haya habido una profunda reconfiguración geopolítica desde el cambio de siglo en el mundo, que ha afectado tanto Estados Unidos como América Latina como región, me parece importante subrayar dos elementos, leídos habitualmente como aparentes paradojas, que también demarcan ciertas permanencias sistémicas.
Por un lado, está el hecho de que aunque Estados Unidos haya inaugurado en el escenario post 11-S una nueva etapa bélica plasmada en la “guerra contra el terrorismo” y haya desatado una brutal crisis del sistema financiero que se expandió desde sus fronteras hacia el resto del mundo, ha acabado por salir fortalecido de la crisis, manteniendo su centralidad como potencia capitalista. Por otro, la reivindicación de la autonomía y del carácter proactivo y potencialmente alternativo de la proyección global de América Latina observado en los últimos años no sólo ha estado muy marcado por una alianza coyuntural de gobiernos progresistas que se ha ido deshaciendo, sino que también ha reforzado su posición dependiente en el sistema-mundo, asociada a la permanencia de su posición de proveedora de materias primas a la economía-mundo.
Dentro de este escenario, el futuro presidente de Estados Unidos se encontrará con un mapa regional bastante distinto al de hace unos años, marcado hoy – y tendencialmente en los próximos años – por una fuerte polarización social; retrocesos en los derechos sociales conquistados históricamente; desestabilización política; fragmentación interregional; y por varios gobiernos inclinados a una relación más supeditada y menos conflictiva con Estados Unidos. Esta situación podrá ser leída por Hillary o por Trump de maneras diversas, aunque, en todo caso, con representaciones geopolíticas que seguirán viendo seguramente América Latina por su potencialidad comercial y como importante polo de contención de lo social. Sea como fuere, no podemos pensar las relaciones de Estados Unidos con América Latina sólo a partir de la óptica de los Estados y, en este sentido, una posible victoria de Trump – aunque desastrosa en el plano interno para buena parte de la población norteamericana (incluso la población migrante latinoamericana) – podría, sin embargo, reactivar con mayor fuerza el sentimiento antiimperialista y la potencia de los movimientos sociales de la región que han construido desde la lucha contra el ALCA en la década de los 1990 una serie de redes, espacios de convergencia e iniciativas que permanecen presentes en el imaginario colectivo."
Sea quien sea quien al final resulte electo presidente, es hora de que el vecino del norte cambie de actitud. Por múltiples razones (geográficas, económicas, demográficas, ideológicas) los Estados Unidos se juegan su futuro en América Latina. En cualquier caso, parece claro que la agresividad insultante de Donald Trump genera mucho más rechazo que la previsible dureza realista de Hillary Clinton.
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