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Dos y dos son efectivamente cuatro

Puede que estemos enfrentando una crisis existencial y que los pronósticos no sean muy buenos. Pero no vamos a quedarnos callados. La democracia está en juego. English Português

Manuel Nunes Ramires Serrano
6 marzo 2017
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Donald Trump durante una rueda de prensa en la Sala Este de la Casa Blanca. Washington, DC. 16 de febrero de 2017. Riccardo Savi/SIPA USA/PA Images. Todos los derechos reservados.

Pero, una y otra vez, llega un momento en la historia en que al hombre que se atreve a decir que dos y dos son cuatro se le castiga con la muerte. El maestro de escuela es muy consciente de ello. Y la cuestión no consiste en saber qué castigo o recompensa aguarda la realización de este cálculo. La cuestión es saber si dos y dos son efectivamente cuatro.

― Albert Camus, La peste.

Puede usted decir que va a transferir poder del establishment a la gente, pero no basta decirlo para que sea cierto. Su secretario de prensa puede decir que la audiencia que obtuvo su toma de posesión fue la mayor de la historia, pero no por mucho alardear se consigue cambiar las cosas. Su consejero puede decir que inventarse una "masacre" fue un error de buena fe, pero todos sabemos que fue un intento deliberado de asustar a la gente para que aceptara la prohibición de viajar a los musulmanes. Puede usted pretender que perdió en número de votos porque hubo millones de votos ilegales, pero no hay absolutamente ninguna evidencia de fraude electoral.

Parafraseando el gran éxito de Carly Simon You're So Vain (1972), usted probablemente piensa que este artículo es sobre usted. Todos sabemos lo mucho que usted se preocupa por usted. Lo estupendo que usted se cree que es. Lo grande que usted cree que es su gobierno. Y lo malos que somos nosotros, los periodistas. Pero no, este no es un artículo sobre usted. Es sobre nosotros. Sobre un panorama más amplio. Hay civiles en situación de riesgo en todo el mundo por lo que usted dice. Hay refugiados que están huyendo de zonas de guerra que están siendo bombardeadas por su amigo Putin. La UE está tratando de luchar contra discursos populistas y nacionalistas similares al suyo que amenazan con poner fin a un período sin precedentes de 70 años de paz en Europa. Y a los trabajadores estadounidenses se les está engañando a pensar que la automatización y la globalización económica y financiera son cosas del pasado. Pero el mundo no se detiene para usted, por mucho que usted le dé al Twitter o por mucho que hostigue a los periodistas. Por eso quiero dirigirme a los demás, al resto - a todos nosotros - y comprometerme a no responder sólo a las preguntas fáciles. ¿Puede usted decir lo mismo?

Empatía para superar al clasismo

Se mire por donde se mire, está sucediendo: nosotros somos nosotros, ellos son ellos; están equivocados, tenemos razón; ellos mintieron, nosotros no; nos dijeron la verdad, nos dieron noticias falsas. Esto no nos lleva a ninguna parte. Por comprensible que sea criticar – yo mismo lo he hecho - a los que votaron a Trump, nos está saliendo el tiro por la culata. No necesitamos convencer a los que votaron a Hillary Clinton y a los que hubieran votado a Bernie Sanders de que estamos en el lado correcto de la historia. Lo que tenemos que hacer es convencer a los que votaron a Trump de que, sin querer, están en el lado malo. El 17 de febrero, los índices de aprobación de Trump estaban 21 puntos por debajo del promedio histórico, a mediados de febrero, de los presidentes recién elegidos. Su índice de aprobación entre los demócratas era de un 8%, mientras que, según Gallup, sólo el 35% de los que se autodefinen como independientes valoraban positivamente su desempeño en el cargo. Pero entre los republicanos, su índice de aprobación era de 87%.

No necesitamos convencer a los que votaron a Hillary Clinton y a los que hubieran votado a Bernie Sanders de que estamos en el lado correcto de la historia.

A pesar de sus órdenes ejecutivas para detener la admisión de refugiados durante un período de 120 días y prohibir la entrada de ciudadanos de siete países de mayoría musulmana durante 90 días, de las dudosas relaciones de su círculo íntimo con Rusia, antes y después de las elecciones, y de su desprecio por la realidad, los votantes republicanos no han perdido su fe en él. Su índice de aprobación entre los republicanos había caído sólo tres puntos en ese mismo período. Lo cual ilustra perfectamente el problema: los demócratas y la mayoría de los independientes son conscientes de quién es el Sr. Trump y de las terribles consecuencias que su presidencia podría tener para los Estados Unidos y el mundo; pero los republicanos -al menos la mayoría de ellos - parecen estar satisfechos con su primer mes en el cargo. ¿Qué podemos hacer al respecto?

Podemos empezar reconociendo que hemos fracasado. Que también nosotros, los llamados progresistas y liberales, no somos quizás tan progresistas. Como expone brillantemente Ken Wilber en Trump y el mundo de la post-verdad, nosotros también adolecemos de clasismo. Nuestro desdén hacia las bases de apoyo del Sr. Trump - personas incultas, blancas, de clase baja, de extracción rural - no se discute. Consideramos que sus valores e ideas son algo que hay que superar, algo que ya no tiene lugar en el mundo de hoy: por ejemplo, el fundamentalismo religioso, las reivindicaciones nacionalistas o la desconfianza en la ciencia. ¿Era lógico que esperásemos a que votaran a una candidata que creía que esas ideas no tienen cabida en un mundo moderno y libre?

Podemos empezar reconociendo que hemos fracasado. Que también nosotros, los llamados progresistas y liberales, no somos quizás tan progresistas.

Claro que no. Al final, a pesar de tener los hechos, los valores y las políticas de nuestro lado, no ganamos. Perdimos porque nos comportamos con los partidarios del Sr. Trump un poco como se comporta el propio Sr. Trump: con arrogancia. Asumimos que lo teníamos todo controlado y que, por supuesto, un número suficiente de personas iba a votar al candidato que representaba la democracia. Que, por supuesto, los votantes no iban a votar a un candidato dispuesto a hacer cosas tales como construir un muro para detener la inmigración o promulgar una prohibición para mantener alejados a los musulmanes. Pero lo hicieron.

El comentario de Hillary Clinton llamando a los partidarios del Sr. Trump "un montón de deplorables" no le hizo perder las elecciones. Simplemente reflejaba lo que muchos demócratas, liberales e izquierdistas piensan sobre la base de apoyo del Sr. Trump. Como escribe Ken Wilber, citando a Jeremy Flood, autor de La revolución debe sentirse, “la izquierda fracasó porque la historia que estaba vendiendo no fue lo suficientemente potente como para superar esos resentimientos, por otra parte nada nuevos".

La cuestión no estriba en aceptar una narrativa racista, sexista y sesgada. Por el contrario: se trata de reconocer que también nosotros podemos caer en creer que somos superiores de alguna manera a muchos de nuestros conciudadanos, simplemente porque fuimos a la universidad y ellos no. Y que, al caer en esto, perdemos nuestra ventaja sobre los autócratas, los racistas y los populistas. Perdemos contacto con la democracia. La sustancia de la narrativa del Sr. Trump debe ser combatida a través de todos los mecanismos legales y pacíficos que tenemos a nuestra disposición. Pero lo fundamental de mantener un debate democrático, más allá de hacer posible una sociedad pacífica y unas políticas acordes con el ordenamiento jurídico, es su potencial para cambiar a quienes participan en él. Sólo discutiendo y escuchando lo que dicen los otros podemos mejorar nuestro sistema democrático. Y mejorar nosotros.

La sustancia de la narrativa del Sr. Trump debe ser combatida a través de todos los mecanismos legales y pacíficos que tenemos a nuestra disposición.

La empatía debe jugar aquí un papel clave. El astuto lema de Hillary Clinton - "El amor triunfa sobre el odio" - sólo puede funcionar si este "amor" está a disposición de todos los ciudadanos, sin que importe lo atrasadas que puedan parecernos sus ideas, y no sólo de aquellos que están de acuerdo con nosotros. A estas alturas, ya deberíamos haberlo aprendido. No ganamos nada hablando desde nuestros pedestales, dirigiéndonos a públicos que piensan exactamente como nosotros. Entender a los partidarios del Sr. Trump no es fácil, pero es absolutamente necesario ponernos en sus zapatos si queremos apartar al Sr. Trump de su cargo en 2020. La empatía puede, y debe, triunfar sobre todo tipo de ismos, vengan de donde vengan.

Lo fundamental de mantener un debate democrático, más allá de hacer posible una sociedad pacífica y unas políticas acordes con el ordenamiento jurídico, es su potencial para cambiar a quienes participan en él.

Los verdaderos enemigos del pueblo

El Sr. Trump no sabe construir puentes. Pero sabe mucho de levantar muros. Y, al igual que la mayoría de autócratas, teme a la prensa. Por lo tanto, decidió atacarla lanzando acusaciones contra ella. La magnitud e intensidad de los ataques crecieron exponencialmente, a la vez que trataba de distraer a sus partidarios – al menos tanto como a él mismo - de la realidad. Pero el 16 de febrero, el Sr. Trump se soltó: en una rueda de prensa de 77 minutos, el Presidente de los Estados Unidos acusó a la prensa de actuar con deshonestidad, de difundir noticias falsas sobre los vínculos de los miembros de su gobierno con Rusia y de poner injustamente en entredicho su preparación para ser y actuar como presidente de la democracia ininterrumpida más antigua en el mundo. No contento con su exhibición, al día siguiente decidió ir aún más lejos. En un tweet – su instrumento preferido de pronunciamiento autocrático, como lo califica David Remnick -, el Sr. Trump declaraba que los medios de comunicación eran el "enemigo del pueblo americano".

Pero se equivocó. Los enemigos del pueblo americano - y de todos los pueblos del mundo - no son los manifestantes, los jueces, los periodistas, los activistas o los políticos que deciden sacrificar su carrera y su vida personal para cumplir con lo que consideran su deber para con la sociedad. Los enemigos del pueblo americano - y de todos los pueblos del mundo - son los autócratas como el Sr. Trump, el Sr. Putin y el Sr. Erdogan. Los que dividen a su país en lugar de unirlo. Los que desconocen lo que es gobernar una sociedad diversa y compleja. Los que, en última instancia, no están de acuerdo con el concepto de la libertad de prensa y, por lo tanto, con la democracia.

Los enemigos del pueblo americano no son los manifestantes, los jueces, los periodistas, los activistas o los políticos que deciden sacrificar su carrera y su vida personal para cumplir con lo que consideran su deber para con la sociedad.

Durante la rueda de prensa del 16 de febrero, se le preguntó al Sr. Trump "si al atacar las noticias falsas, no estaría socavando la prensa". Es difícil de entender su respuesta, pero el párrafo final dice textualmente así:

"Mire, yo quiero una prensa honesta. Cuando empecé hoy diciendo que es tan importante para la gente tener una prensa honesta, la prensa… el público ya no os cree. Tal vez yo he tenido algo que ver con eso, no lo sé. Pero no os creen. Si fueseis directos y realmente dijerais las cosas como son, como solía decir Howard Cosell… ¿no es cierto?”

Aquí, seguramente, el señor Trump tiene razón. El público ya no cree en los medios de comunicación. Y esto es culpa nuestra. Les hemos fallado. No porque fabriquemos noticias o nos dediquemos a difundir mensajes de odio - algo sobre lo que el Sr. Trump y sobre todo su jefe de estrategia Steve Bannon podrían dar una clase magistral -, sino porque subestimamos la capacidad del Sr. Trump de crecer sobre la base del resentimiento de aquellos hacia los que nosotros, progresistas, hemos sido incapaces de demostrar empatía. Y porque sobreestimamos nuestra capacidad de dirigirnos a los ciudadanos - especialmente a la base de apoyo del Sr. Trump - y explicarles que la democracia, la libertad y los derechos civiles no son palabras vanas.

El camino no será fácil, pero la lucha continua. Está justo empezando. Puede que estemos enfrentando una crisis existencial y que los pronósticos no sean muy buenos. Pero no vamos a quedarnos callados. La democracia está en juego y nadie puede mantenerse al margen de esta lucha. Punto.

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