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Coincidiendo con la votación del Bundestag para aprobar el tercer rescate de Grecia (86.000 millones de €), sus humillantes e imposibles plazos de amortización de la deuda, de reminiscencias versallescas, están encendiendo una oposición cada vez más clamorosa desde varios sectores. Esta alianza de compañeros de viaje poco habituales, como el Fondo Monetario Internacional, la Casa Blanca, el Banco Central Europeo, así como contribuyentes y activistas en toda Europa advierten que el último plan de austeridad fracasará rotundamente sin una reducción sustancial de la deuda. Sin embargo, la canciller alemana Angela Merkel y varios gobiernos de la eurozona se niegan obstinadamente a considerar tal posibilidad.
Irónicamente, parece que la nueva propuesta del ministro de finanzas alemán Wolfgang Schäuble de una salida "temporal" de Grecia de la zona euro está ganando rápidamente terreno como única solución de compromiso que puede romper el impasse y conciliar los intereses dispares de todas las partes. De hecho, sus defensores argumentan que el retorno de la noción de este "Grexit de terciopelo" (que ya fue objeto de debate en 2012) a la mesa de negociaciones lo cambia todo al ofrecer al desgarrado pueblo griego una vía para salir de su desesperación y la oportunidad de recobrar su competitividad de golpe, así como de despejar el camino para una reducción significativa de la deuda.
Pero siendo él uno de los principales arquitectos de los cinco años fracasados de austeridad y contracción que han sembrado sufrimiento en el pueblo griego, ¿no debería este aparente acto de benevolencia de Schäuble ser recibido con una dosis mínima de cinismo?
Algunos analistas sostienen que la propuesta del ministro de un tiempo muerto para Grecia fuera de la zona euro es en realidad un intento encubierto de echar al país fuera de la unión monetaria de 19 miembros expresado en términos temporales, para que suene menos oneroso y más compatible con las complejidades legales que un Grexit supondría.
Sin embargo, la propuesta del ministro alemán representa de hecho un intento mucho más siniestro de dar un “golpe de estado” a fuego lento contra el pueblo griego.
En el caso que dicha oferta se hiciera de manera formal, Alexis Tsipras y el gobierno liderado por Syriza no deberían albergar ninguna duda de que el plan sale directamente del libro de recetas de la doctrina de choque, decodificado por Naomi Klein. Si se aprobara, la cuádruple motivación de este plan se revelaría de un año aproximadamente, cuando un Grexit temporal desencadenaría una serie de sucesos que resultarían en una catástrofe para la sociedad griega.
Estos cuatro objetivos son: primero (y contrariamente a los objetivos declarados de la propuesta), la rápida reinserción de Grecia en el euro con el fin de salvar la maltrecha legitimidad de la moneda única; en segundo lugar, silenciar la condena internacional ante el trato recibido por Grecia por parte de la Troika y el gobierno alemán; en tercer lugar, neutralizar rápidamente la amenaza del “buen ejemplo" que Syriza representa en términos de la posible articulación de un amplio proyecto anti-austeridad en Europa que podría extenderse a España, Portugal e Irlanda (donde hay elecciones entre octubre 2015 y abril 2016) y más allá; cuarto, la profundización de las medidas de austeridad en Grecia como parte del proyecto neoliberal.
Si la perspectiva de lo que antecede se le antoja aterradora y alarmista, piense que se basa en hechos reales de la economía mundial de los últimos diez años. He aquí por qué.
Un puño de hierro en un guante de seda
Aunque la economía mundial se tambalea una vez más al borde de una gran crisis de deuda, la historia reciente está llena de ejemplos de países que sufren colapsos económicos dramáticos, pero que se recuperan pronto y experimentan crecimiento y prosperidad sin precedentes.
La fórmula siempre combina lo siguiente: declaración unilateral de impago de la deuda, negociación de recortes significativos del resto de la deuda y ejecución de programas económicos keynesianos o incluso socialistas, y redistribución de la riqueza con el fin de estimular la demanda interna y proteger a los más vulnerables. Es también crucial la retirada de ataduras con divisas fuertes o la devaluación masiva de la moneda nacional, con el fin de inducir una recuperación liderada por las exportaciones y las inversiones, que favorezca que los ingresos provenientes del extranjero fluyan de nuevo hacia las arcas estatales. El incremento de los aranceles a la exportación y la persecución de la evasión fiscal por parte de las empresas también cuentan para ayudar a crear un superávit comercial y fiscal que pueda impulsar una rápida expansión económica.
Por ejemplo, Argentina dejó de pagar 93 millones de dólares de deuda en 2002 y devaluó un 70 por ciento su moneda tras cancelar la paridad del peso con el dólar. También negoció la reducción de dos tercios de su deuda pública y se convirtió en la economía de más rápido crecimiento del hemisferio occidental en 2003-2007 bajo la dirección de un gobierno, el de Néstor Kirchner, declaradamente anti-neoliberal.
Mientras, en 2008, el presidente Correa declaró “ilegítimo” un 70 por ciento de su deuda, no haciendo frente a una parte de esta deuda y luego recomprando bonos a un tercio de su valor, lo que borró miles de millones de dólares de su pasivo. Buscando una reconstrucción socialista de la sociedad, Ecuador ha logrado desde entonces un espectacular "milagro económico" que le ha permitido sortear las olas de la crisis mundial.
En Europa, en 2009, ante una de las peores crisis financieras de la historia, el gobierno de Islandia superó su colapso bancario devaluando la corona un 50 por ciento, negándose a aplicar las medidas de austeridad y dejando que los bancos quebrasen. También amortizó los créditos al consumo y condonó el endeudamiento de los hogares superior al 110 por ciento del valor de la vivienda. La economía está en auge otra vez y el desempleo ha bajado al 4 por ciento.
Suena bien ¿verdad? Pero aquí está la cosa.
En los tres casos, estas milagrosas historias de éxito económico tuvieron unos costes muy altos a corto plazo: un primer año después del impago de la deuda increíblemente doloroso para los ciudadanos. En cada caso, al precipitarse el valor de la moneda, se disparó la inflación, la industria se detuvo porque los bienes de capital de importación necesarios para la producción se volvieron prohibitivos para las empresas y el desempleo fue en ascenso. El precio de muchas importaciones necesarias, como los medicamentos, se situó fuera del alcance económico del consumidor medio. En Argentina, por ejemplo, en los doce meses siguientes al default y al abandono de la paridad con el dólar, se mantuvieron los controles de capital, se desplomó el crecimiento en un 25 por ciento y millones de ciudadanos se hundieron en la pobreza, que llegó a 54 por ciento.
Imagínense si este escenario se repitiera en Grecia.
Todos los factores clave que permitieron a Argentina, Ecuador e Islandia experimentar un renacimiento socioeconómico están presentes. Las posibilidades de que el país se beneficiase de la misma manera de un Grexit permanente es enorme, si volviese a una moneda débil como el dracma. Esto permitiría que sus pequeñas pero potencialmente lucrativas industrias nacientes (queso, algodón, pesca) prosperasen, y que sus sectores predominantes (turismo, derivados del petróleo y transporte marítimo) presentasen ganancias extraordinarias. China y Rusia están dispuestas a invertir miles de millones para ayudar a ampliar su capacidad productiva y dado que las exportaciones griegas a estas dos potencias sólo representan actualmente el 3 por ciento del total, el potencial de demanda es enorme. Por otra parte, Grecia se beneficia también del hecho de que tiene un gobierno, el de Syriza, que (como en los tres estudios de caso), gestionará la recuperación económica priorizando las necesidades de la población por encima de los intereses del capital.
Pero un Grexit de terciopelo (en lugar de uno permanente junto con una declaración de default unilateral que emanciparía al país de la carga de la deuda y restauraría su soberanía económica), sería el peor de los mundos posibles para Grecia, precisamente porque después de este angustioso primer año, el pueblo griego estaría de rodillas, pidiendo volver al euro a cualquier precio. A falta de que este ingrediente esencial – dejándole tiempo a la recuperación económica hasta 2017 – sería comprensible que los griegos, calados por la proverbial tormenta, se precipitasen a buscar refugio en lugar de aguantar para poder presenciar el arco iris al final.
La Troika ofrecería entonces, como “salvación”, a mediados de 2016, una vuelta temprana a la moneda única, a cambio de un programa de austeridad tremendo. El gobierno griego no tendría más remedio que ceder a la voluntad popular, a pesar de que la oferta de volver a la zona euro probablemente conduciría a un escenario que haría que la crisis humanitaria en Grecia de los últimos cinco años pareciese un paseo por el tranquilo parque ateniense de Pedion Areos .
El resultado sería el silenciamiento de los detractores de la Troika y, lo más importante, elo aplastamiento decisivo de cualquier esperanza de articular un modelo alternativo anti-austeridad en el corazón de Europa.
Doctrina de choque para Grecia
En La doctrina de Shock. El auge del capitalismo del desastre, Naomi Klein argumenta que las políticas libertarias de libre mercado han adquirido importancia en algunos países desarrollados debido a una estrategia deliberada en la que los líderes políticos y empresariales han aprovechado las crisis para implementar controvertidas políticas neoliberales mientras los ciudadanos están demasiado distraídos emocional y físicamente por las catástrofes o convulsiones como para montar una resistencia efectiva. ¿Podría ser que la oferta tentadora de Schäuble de salir temporalmente de la zona euro fuese en realidad una artimaña para el desarrollo de este plan maestro?
Las evidencias señalan contundentemente que la estrategia de la doctrina de choque para Grecia se está produciendo en tres etapas que implican mantener deshonestamente el país en un permanente estado de crisis.
Es importante reconocer que durante la primera fase (2010-2015) la economía griega no fracasó por su cuenta. Se la hizo fracasar. Resumiendo: las instituciones financieras sabotearon el gobierno griego y lo empujaron deliberadamente hacia deudas insostenibles para que los oligarcas y las corporaciones globales pudiesen aprovecharse del caso y la miseria consecuente. Por ejemplo un análisis muy citado de una ONG británica, Jubilee Debt Campaign, reveló que por el menos el 90% del rescate griego fue a parar a los acreedores, y sólo una mínima fracción alcanzó finalmente a la gente. Según esta misma ONG, el Banco Central Europeo pretende obtener entre 10.000 y 22.000 millones de euros de beneficio a partir de los préstamos a Grecia, y ha actuado exactamente como un fondo buitre, comprando deuda barata durante la crisis, negándose a participar en una reestructuración de la deuda, y exigiendo el pago de beneficios exorbitantes. Mejor ilustración de una actitud mafiosa que ésta sólo puede encontrarse en la serie de “El Padrino”.
La segunda parte del tratamiento de shock a Grecia sólo se produjo a principios de Julio. Cuando ya Merkel parecía bendecida por su ministro de finanzas para autorizar una propuesta de Grexit temporal, el hecho de que se echara atrás tan rápidamente parece una argucia negociadora útil, pero demasiado sospechosa. En medio de la confusión reinante y ante unos medios amenazando con el fin del mundo en el caso de que Grecia no aceptara finalmente el memorándum, el truco funcionó. La perspectiva de una expulsión permanente de la Eurozona aterrorizó al señor Tsipras hasta la sumisión y la firma del trato que impone más autoridad.
La tercera y última fase será la propuesta “expulsión temporal” de la Eurozona que quizás esté esperando en los próximos meses. Una población griega mareada y desesperada se prepara enseguida para cualquier medida de austeridad que se le pida a medida que la profecía de Klein se convierte en realidad una vez más. La perspectiva de un “Grexit aterciopelado” que ha sido actualizada estos días como vía para facilitar un final de la tragedia Griega más justo y más aceptable no es sino un caballo de Troya.
Tenemos que tener el coraje de decírselo al pueblo Griego. Pero debemos ir aún más allá e insistir –hasta que se lo crean– que si el rescate para mantenerlos dentro de la unión monetaria representa lo que el exministro de finanzas Yanis Varoufakis ha descrito como “el mayor desastre de gestión macroeconómica nunca visto”, una salida temporal del euro será aún peor. Sólo un default, junto con el rechazo por parte del gobierno griego de lo que es una deuda ilegítima, ilegal y odiosa y un Grexit permanente con restauración del dracma puede proporcionar a Grecia una línea de vida hacia la resurrección. Es una posibilidad real. Las experiencias de default de Argentina, Ecuador o Islandia así lo demuestran.
Pintura mural en Buenos Aires. Fotografía: Francesc Badia. Todos los derechos reservados.
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