
Nicolás Maduro y Xi Jinping durante la visita del presidente venezolano a Pekín el 15 de septiembre de 2015. Foto: @NicolasMaduro. Algunos derechos reservados.
Dos semanas atrás, el Secretario General de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, sorprendió al mundo con sus francas palabras sobre la posibilidad de una intervención militar para detener la continuada crisis humanitaria y política en Venezuela. Hablando desde la ciudad colombiana de Cucuta, ubicada en la frontera con Venezuela, el Secretario General declaró: “Con respecto a una intervención militar para derrocar al régimen de Nicolás maduro, pienso que ninguna opción debe descartarse”. (Aclaró luego que no se estaba refiriendo a ataques armados, agresión o intervenciones ilegítimas, sino solo a acciones de conformidad a los principios del derecho internacional)
Hace un año atrás, el escritor de democraciaAbierta, Matt Ferchen, Profesor Asociado en la Universidad Tsinguah en Beijing, publicó un agudo análisis de la crisis venezolana titulado “¿Puede China ayudar a arreglar a Venezuela?”.
En medio de una crisis política y financiera que ha resultado en migraciones masivas de venezolanos a lo largo de las Américas – el tipo de migración que en el pasado ha motivado intervenciones militares en otros lugares, tal como la invasión de Camboya por parte de Vietnam en 1978 – Ferchen intentó relevar la importancia de un actor que es usualmente olvidado cuando se discute el problema de Venezuela: China.
De este modo, sostuvo: “Considerando la poca fuerza que han tenido los esfuerzos regionales y multilaterales para lidiar con Venezuela, y a la vista de los préstamos masivos a cambio de petróleo que China otorga a Venezuela, el rol de Beijing debe ser entendido y escrutado de manera más cuidadosa”.
Durante los últimos años China ha transferido a Venezuela más de $60 mil millones en préstamos garantizados con petróleo, y decenas de miles de millones más en otros acuerdos de inversión.
En efecto, durante los últimos años China ha transferido a Venezuela más de $60 mil millones en préstamos garantizados con petróleo, y decenas de miles de millones más en otros acuerdos de inversión, los últimos de los cuales fueron conseguidos por Nicolás Maduro durante su última visita a Beijing el pasado 15 de septiembre, en el mismo día en que el Secretario General Almagro entregaba su advertencia a las autoridades venezolanas. Ferchen concluye que “los préstamos chinos han cargado a Venezuela con deudas y deberes de exportación de petróleo insostenibles”. ¿Qué sucederá si, y cuando, Venezuela no pueda cumplir sus compromisos financieros con China?
116 años atrás, en 1902, Venezuela se encontraba en un aprieto similar. Deudas impagas con los Imperios Británico y Alemán llevaron a estos dos colosos a establecer un bloqueo naval del país caribeño. Lo único que se interponía entre las tropas de desembarco europeas y las costas de Venezuela fue la oposición tajante del gobierno de Estados Unidos, por entonces liderado por Theodore Roosevelt.
De acuerdo a lo que luego sería conocido como el “Corolario Roosevelt” de la Doctrina Monroe, Roosevelt declaró en su discurso del Estado de la Unión de 1904 que “en el Hemisferio Occidental la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe puede forzar a los Estados Unidos, aunque reacio, en casos flagrantes de tal injuria o impotencia, a ejercer un poder de policía internacional”.
Hoy, incluso si Venezuela se declarase en imposibilidad de pagar, el escenario descrito sería difícilmente posible. No sólo ha sido abandonada esta diplomacia de las cañoneras tras la criminalización de la guerra de agresión durante el siglo XX, sino que los EE.UU. además han abandonado completamente su rol como líder del Hemisferio Occidental que pagaron tan caro por construir, habiendo sido los esfuerzos del Presidente Obama por reestablecer relaciones con Cuba un mero veranito de San Juan.
Durante las últimas décadas China ha asegurado varias cabezas de playa estratégicas a lo largo de las Américas.
En consecuencia, durante las últimas décadas China ha asegurado varias cabezas de playa estratégicas a lo largo de las Américas, incluyendo entre otros, en Nicaragua, donde un nuevo canal está siendo construido para poner fin a más de un siglo de hegemonía norteamericana sobre el paso entre el Atlántico y el Pacífico; en Chile y Perú, donde la presencia china en la industria minera se extiende rápidamente; y, por supuesto, en Venezuela, con la política de préstamos a cambio de petróleo que ha mantenido a un régimen moribundo respirando por algunos años más.
Esta creciente presencia en el Hemisferio Occidental no es sino un capítulo más del plan chino de largo plazo para obtener la hegemonía global, en adición a sus inversiones extendidas a lo largo de toda África, y al ambicioso plan “One Belt One Road” para controlar las rutas internacionales de comercio entre Asia y Europa.
La posibilidad de que China intervenga militarmente en Venezuela como su acreedor parece alejada en el presente, debido al antiguo compromiso de China para con el principio de no intervención.
Y sin embargo, la posibilidad de que China intervenga militarmente en Venezuela como su acreedor parece alejada en el presente, debido al antiguo compromiso de China para con el – extremadamente práctico – principio de no intervención en los asuntos internos de otras naciones, así como por razones estratégicas.
Según Ferchen, al menos en el corto plazo, “China puede ver el caótico status quo en Venezuela como una apuesta más segura para recibir los pagos por sus préstamos y asegurar futuros embarques de petróleo – sin mencionar para preservar sus cercanos vínculos interestatales – que una transición hacia un gobierno diferente y posiblemente liderado por la oposición”.
Más aún, cualquier opción militar debe ser analizada con el mayor de los cuidados en atención a la prohibición del uso de la fuerza consagrada en el artículo 2(4) de la Carta de la ONU. Lo que antiguamente se conocía como “intervención humanitaria” hoy ha sido remozada por la comunidad internacional como la doctrina de la “responsabilidad de proteger”. Ambas nociones son en último término tributarias de la tradición de la Guerra Justa, la cual establece ciertos criterios que deben ser cumplidos antes de recurrir a la fuerza armada: justa causa, legítima autoridad, recta intención, último recurso y proporcionalidad.
Aplicando estos criterios a Venezuela, se obtiene que varios de ellos no son satisfechos. Es cierto, se han cometido crímenes de lesa humanidad en Venezuela por parte del gobierno, como lo ha denunciado recientemente la OEA. Esto ya equivale a una justa causa de acuerdo a los estándares internacionales.
Sin embargo, los demás criterios parecen débiles en el mejor de los casos. Incluso con la abierta oposición de Almagro al régimen de Maduro, sería apresurado concluir que la OEA – o cualquier otra organización internacional a ese respecto – ha dado su consentimiento como legítima autoridad para el uso de la fuerza en Venezuela. Además, una recta intención sólo puede determinarse ex post facto.
El poderío financiero de China podría influenciar a su deudor para que éste implemente las reformas necesarias para detener el caos político en el país y la crisis de migrantes en la región.
Los requisitos más problemáticos son los de último recurso y proporcionalidad, y ambos tienen que ver con la influencia que China ejerce sobre Maduro. En términos de proporcionalidad, los costos de intervenir militarmente en un país aliado de China sin el consentimiento de ésta última pueden ser catastróficos en el largo plazo, y exceder largamente los beneficios que podrían derivarse. En cuanto al último recurso, todavía existe la posibilidad de que el poderío financiero de China pueda influenciar a su deudor para que éste implemente las reformas necesarias para detener el caos político en el país y la crisis de migrantes en la región.
Al final del día, la solución a la crisis en Venezuela yace en China. Así como Rusia podría – pero no quiere – ejercer la presión necesaria sobre Assad para detener el baño de sangre en Siria, la clave para detener la crisis humanitaria y política en Venezuela la tienen los chinos.
De este modo, Ferchen concluye que “Beijing, en breve, debe tener una aproximación más responsable en su relación con Caracas”, como una de las primeras pruebas que China debe enfrentar para ganarse el título de un verdadero líder mundial. Un buen primer paso sería dejar de suministrar a Maduro hasta que éste dé garantías reales, no sólo de solvencia financiera, sino también de gobernabilidad.
Tal como la crisis de 1902 pasó a la historia como uno de los momentos en que la hegemonía de EE.UU. en el hemisferio Occidental fue puesta a prueba y salió triunfante, la crisis venezolana de 2018 puede ser una oportunidad valiosa para que China defina el tipo de liderazgo mundial que quiere conducir en el siglo XXI.
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