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La recuperación de justicia en Guatemala tiene rostro de mujer

Las mujeres son las protagonistas del esfuerzo de devolución de los derechos hurtados y de la recusación de culpas que deben asumir los culpables verdaderos en Guatemala. English 

José Zepeda
6 junio 2018
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De izquierda a derecha, Emma, su madre y su hermana. En el pecho, la foto de Marco Antonio. Foto: Radio Media Naranja. Algunos derechos reservados.

El Tribunal de Mayor Riesgo C, condenó a 58 años de cárcel a tres militares retirados, y a 33 años a un soldado por la desaparición del menor Marco Antonio Theissen y el secuestro, torturas y violaciones a su hermana, Emma Guadalupe Molina.

En Guatemala, cinco mil niños desaparecieron durante la guerra civil que vivió el país entre 1960 y 1996. Los condenados son Manuel Benedicto Lucas García, Manuel Antonio Callejas Callejas, Francisco Luis Gordillo Martínez, y Hugo Ramiro Zaldaña Rojas.

Cuenta la historia que...

Érase una vez, en el país de los colores, una niña de 15 años que quería cambiar el mundo. En su cabeza revoloteaba la miseria, la injusticia, la revolución... Entonces, decidió repartir propaganda e información sobre las circunstancias en que vivían los suyos. Pero era el peor momento, y el ejército había puesto en marcha la táctica de tierra arrasada que significaba, literalmente, no dejar piedra sobre piedra.

Lo sufrido no puede borrarse. Emma Molina lo llama la "huella macabra" en su vida.

Las víctimas propiciatorias fueron, especialmente, miembros de la población maya ixil del departamento del Quiché. Emma Molina, militante de una organización guerrillera, el Partido Guatemalteco del Trabajo, fue detenida con propaganda política en las manos. Se la llevaron a la base militar de Quetzaltenango. Allí, miembros del ejército la torturaron, la violaron y la sometieron a todo tipo de vejaciones para destruirla física y emocionalmente.

Pero por esas cosas de la vida que suelen pasar por milagrosas, Emma Molina logró escapar al noveno día del cautiverio. Lo hizo caminando por la base y salió por una garita de control. Cree que los militares la confundieron con una prostituta. La fuga se cerró con Emma abandonando de Guatemala con destino a México.

La chica revolucionaria se sentía victoriosa, había conseguido burlar a sus captores. Pero seis meses más tarde, su mundo se vino abajo cuando se enteró que, un día después de su fuga, miembros del ejército llegaron a su casa. Como no la encontraron, se llevaron a su hermano menor, Marco Antonio, de catorce años, con una cinta adhesiva en la boca, como si temieran que el chico pudiera pedir auxilio en una tierra en que, dominados por el miedo, todos miraban hacia otro lado. O a lo mejor sus captores temieron que el niño pudiese pronunciar palabras que hirieran su sensibilidad. Marco Antonio nunca más apareció.

A partir de ese momento, la depresión invade a Emma para no soltarla durante más de tres décadas. En ese tiempo, en varias ocasiones piensa seriamente en suicidarse. No soportaba cargar con el peso de la culpa por la desaparición de su hermano.

Racionalmente sabía que no era responsable, pero eso no servía de nada. Tampoco ayudaba la generosidad de su madre, o de sus hijas María Eugenia y Ana Lucrecia, que le repetían incansablemente que no era su culpa. Fue más fuerte el grito interior que decía que Marco Antonio no estaba porque ella había huido.

Lo sufrido no puede borrarse. Emma Molina lo llama la "huella macabra" en su vida. Hay que imaginarse hasta que punto era fuerte su terror, que ni si siquiera tenía fuerza para sentir rabia u odio en contra de las personas que hicieron lo que le hicieron. El daño es profundo y permanente.

La destrucción de la dignidad fue a tal escala en Guatemala, que las víctimas llegaron a pensar que no merecían que se les hiciera justicia.

Los represores se encargan de inducir una culpa que no les pertenece a las víctimas. Y lo logran, porque no hubo nadie que dijese que las víctimas tienen razón, que dicen la verdad. Nadie que procesase a los responsables.

La destrucción de la dignidad fue a tal escala en Guatemala, que las víctimas llegaron a pensar que no merecían que se les hiciera justicia. Eso es lo que ahora ha cambiado. 

En palabras de la propia Emma Molina:

“Es hasta este proceso de justicia que logro deshacerme de la culpa. Es un país, es el Estado diciendo lo siento. Siento lo que les hicimos, los dañamos irreparablemente, vamos a tratar de reparar al menos colocando la responsabilidad, las culpas, sobre quienes las deben asumir.

En mi caso es tan profundamente sanador, tan reparador, que con eso ya me siento satisfecha con el proceso.

Más allá de la pena impuesta, de la lista de cosas que quién sabe si se van a hacer, la posibilidad de contar la verdad, de recibir solidaridad a partir de esa verdad, prevalece la oleada, la avalancha de amor de parte de miles de guatemaltecos. Eso es lo que repara.

Las injusticias deberían encararse de dos formas: una, poner la responsabilidad sobre quien la tiene; la otra, repararle el alma a una. Oír de parte de la gente, lo siento, estoy con usted, lamento que mi Estado haya hecho esto. Ahora tenemos una resolución jurídica que ordena al Estado que busque los restos de mi hermano. Con la solidaridad nacional e internacional vamos a seguir en este empeño toda la vida”.

El juez Pablo Xitumul de Paz, al dar lectura a la condena, dijo que los acusados son responsables de "violación y delitos contra los deberes de la humanidad”.

"Esto ofende a todos los seres humanos, por lo que no debe quedar en la impunidad", dice Xitumul y agrega que reclamar que no hubo guerra interna sino un "enfrentamiento entre guerrilla y ejército" es un argumento "insostenible", pues se involucró a la población civil para luego "atacarla sin misericordia, como lo hicieron".

Emma Molina que se opuso porfiadamente a presentar su caso ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, pero fue finalmente convencida por otras mujeres de que ella debía salir, con su propia voz, a decir la verdad.

El resultado de los procesos de Sepur Zarco, como ahora el de Emma Molina, fracturan la tradición de impunidad que reinaba en Guatemala.

En esa búsqueda de la persuasión tuvo una influencia deciksiva el caso de las mujeres de Sepur Zarco, que la inspiraron a hablar, a contar lo sucedido. Las abuelas de Sepur Zarco, perdieron el miedo, y fueron a los tribunales para contar su historia de esclavitud sexual y laboral en una humilde comunidad.

El resultado de los procesos de Sepur Zarco, como ahora el de Emma Molina, fracturan la tradición de impunidad que reinaba en el país centroamericano.

Thelma Aldana, Fiscal General, junto a la misión de Naciones Unidas, son partícipes del proceso de normalización democrática, de recuperación de la justicia en Guatelmala.

Hay ansiedad de justicia, que incluye el encarcelamiento de un expresidente, Otto Pérez Molina y de otros ex representantes del Estado. Eso es bastante, pero es insuficiente de cara a lo que todavía debe alcanzarse para restablecer la normalidad: las víctimas son víctimas y los delincuentes son delincuentes.

Son las mujeres, las protagonistas, aunque no exclusivas, del esfuerzo de devolución de los derechos hurtados, de la recuperación de la dignidad, del rechazo al miedo, de la recusación de culpas que deben asumir los culpables verdaderos.

 

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