democraciaAbierta: Opinion

¿Qué puede enseñarnos Portugal sobre la extrema derecha?

El reciente éxito de la extrema derecha en el mundo se debe a que el actual sistema liberal se ha autoproclamado una democracia plena.

Luis Gouveia Junior
Luis Gouveia Junior
26 febrero 2021, 12.01am
André Ventura, líder del partido de extrema derecha Chega, durante una manifestación en Lisboa, Portugal, el 27 de junio de 2020
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Paulo Alexandrino/Global Imagens/Atlantico Press/ABACA/ABACA/PA Images

Personalmente, tuve la mala suerte de vivir en Río de Janeiro cuando Jair Bolsonaro se convirtió en el diputado más votado en la historia del estado y en los Estados Unidos cuando Donald Trump ganó las primarias republicanas. Este año, viviendo en Portugal, la pesadilla parece volver. André Ventura, el nombre local de la extrema derecha, sigue ganando terreno a una velocidad impresionante. Su partido obtuvo el 1,29% de los votos en las elecciones legislativas de octubre de 2019, logrando elegir un diputado por primera vez. Poco más de un año después, André Ventura recibió el 12% de los votos en las elecciones presidenciales de enero de 2021.

Considerando las realidades sociales de cada uno de sus países, Trump y Bolsonaro siempre me parecieron tener discursos muy “vendibles” que serían fácilmente aceptados por la población. Ambas sociedades tenían problemas innegables y los dos futuros presidentes tenían respuestas a esos problemas. Bolsonaro era un capitán retirado del ejército brasileño, que propuso una respuesta contundente a la violencia y el crimen que azotan a Brasil. Trump era un outsider en un país que encontró en su elevado número de inmigrantes el enemigo perfecto que "les robaba oportunidades de trabajo". Ambas eran voces antidemocráticas y racistas que proponían respuestas simplistas a problemas sociales complejos.

En el continente americano parecía fácil comprender sus éxitos electorales. ¿Y André Ventura? Es importante contextualizar la situación social portuguesa.

Portugal es el tercer país más seguro del mundo según el Global Peace Index. Es uno de los países europeos que menos refugiados recibió. La población gitana (atacada por André Ventura) representa menos del 0,5% de la población del país. Antes de la pandemia, el país comenzó a recuperarse y a crecer económicamente. Incluso en relación a la acción contra el coronavirus, el gobierno portugués fue visto como un ejemplo a seguir durante la primera ola de la pandemia. Actualmente, tampoco hay grandes escándalos o investigaciones de corrupción sistémica en la política portuguesa.

Claro, Portugal tiene problemas sociales. El hecho que sea uno de los países más pobres de Europa es quizás el más evidente. André Ventura, sin embargo, no da ningún argumento nuevo ni sugiere algo que la derecha tradicional portuguesa (PSD y CDS) ya no proponga. El factor económico está lejos de ser un diferencial para André Ventura.

La pregunta que surge es ¿cómo logra la extrema derecha "vender" este discurso en condiciones tan adversas?

El problema es que este sistema “democrático” no solo es incapaz de responder a algunos de los deseos de la población, sino que también es incapaz de reflexionar sobre sí mismo

En este sentido, una posible explicación parece converger con los casos de Bolsonaro y Trump, y puede ayudar a comprender el surgimiento de actores antidemocráticos. La extrema derecha es tan exitosa porque es la única voz antisistema y los votantes están desilusionados con el sistema, especialmente por el sentimiento de estancamiento económico y social. La centralidad del discurso antisistémico no es nueva, Boaventura de Sousa Santos ya ha mencionado esta característica del caso portugués.

La novedad que pretendo aportar es que solo el argumento antisistema puede ser suficiente para que la extrema derecha gane terreno político.

En Brasil, fue imposible distinguir entre esa retórica antisistémica y la lucha contra la corrupción y el crimen. En Portugal, predomina la sensación que la extrema derecha está en contra de "todo lo que hay". Pero, ¿qué “hay”?

La única respuesta posible es la democracia liberal. En todo el mundo, la democracia liberal ciertamente ha perdido apoyo. En Europa, las tasas de abstención electoral siguen siendo muy altas. En América Latina, Latinobarómetro ha identificado consistentemente que menos personas ven la democracia como la mejor forma de gobierno. En Brasil, algunos partidarios de Bolsonaro incluso comparten la nostalgia por el pasado autoritario.

El problema es que este sistema “democrático” no solo es incapaz de responder a algunos de los deseos de la población, sino que también es incapaz de reflexionar sobre sí mismo. La democracia liberal todavía quiere creer en su triunfante victoria en "el fin de la historia". Y el que gana no pregunta ni da respuestas. Simplemente dice.

Sin embargo, los problemas sociales no dejan de existir y la gente sigue anhelando soluciones. Las fuerzas policiales continúan actuando de manera diferente según el color de la piel; los casos de corrupción están encubiertos; las mujeres todavía tienen que luchar por su emancipación; las nuevas generaciones están desempleadas y sin expectativas profesionales. Mientras tanto, la globalización neoliberal avanza junto con la acentuación de las desigualdades sociales y la crisis ambiental. En todo el mundo, el hambre y la pobreza no han cesado, ni las guerras.

En este entorno caótico, la democracia liberal permanece en silencio. No tiene respuestas. A nivel político, el centro juega su papel de mantener las cosas como están. Los liberales siguen anestesiados por la victoria sobre el bloque comunista, sin ver la necesidad de reestructurar su sistema global para evitar retrocesos; la izquierda acepta la derrota de su utopía y pierde así su razón de ser como voz transformadora.

Entre los movimientos sociales surge una paradoja. Frente a la extrema derecha, feministas, ambientalistas, movimientos negros, activistas de derechos humanos, se han convertido en defensores del sistema liberal-democrático. Un sistema que tiene dificultades para dar paso a las banderas políticas de algunos de estos movimientos.

Si no se produce un cambio retórico, los movimientos democráticos seguirán defendiendo lo indefendible: una democracia que no es completa

Es gracias a este contexto que la gente empieza a buscar respuestas con cualquier voz que ataque al sistema. Hoy, los populistas y la extrema derecha desempeñan ese papel en exclusividad. Estos movimientos son los únicos que tienen el valor de criticar la “democracia” y el sistema. Mientras tanto, la aceptación de la democracia liberal por parte de los movimientos sociales y las fuerzas progresistas, hace que estos movimientos sean meramente reactivos frente a la amenaza democrática.

Este artículo, sin embargo, busca ir más allá de simplemente explicar el problema. Busca preguntar, y porqué no, responder. Y la pregunta fundamental es: ¿vivimos en democracia?

El aclamado politólogo Robert Dahl da una respuesta abrumadora: no, vivimos en una poliarquía (gobierno de muchos). En esta visión, el modelo “democrático liberal” tiene aspectos democráticos, pero no es la versión final de la democracia. El gobierno de todos, para todos, es todavía algo por lograr.

Dahl desarrolla una serie de aspectos que serían necesarios para que exista un sistema verdaderamente democrático. En este análisis, por razones prácticas, no profundizaremos en estos aspectos. La mera cuestión conceptual es lo que nos interesa. La idea de poliarquía nunca ha llegado a las masas, incluso si está muy extendida en la academia. Al llevar este concepto al debate político, la democracia puede volver a ser un objetivo a alcanzar y no una realidad.

Evidentemente, se deben realizar una pluralidad de acciones para evitar el avance de fuerzas antidemocráticas. El cambio conceptual y psicológico debe ser el primero. Los movimientos sociales deben tener nuevamente la alternativa de mirar el sistema que existe y decir que la democracia liberal no es su objetivo final. Si no se produce un cambio retórico, los movimientos democráticos seguirán defendiendo lo indefendible: una democracia que no es completa.

El caso portugués muestra que la gente está cansada del sistema político y económico, que parece incapaz de abrir perspectivas para quienes no sienten la caricia de la “mano invisible” del mercado. Diferenciar la poliarquía liberal de la democracia plena es solo el primer paso para liberar a los movimientos progresistas de sus cadenas, para que puedan crear una alternativa a la extrema derecha que sea proactiva y no meramente reactiva.

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