La única sorpresa del diagnóstico positivo de Jair Bolsonaro para la Covid-19, fue que le tomó tanto tiempo contagiarse. Durante meses, el presidente brasileño se burló de las precauciones de salud, instando a sus compatriotas a volver al trabajo en su lugar. A pesar de la enorme cantidad de casos de infecciones y muertes en el país, Bolsonaro evitó los tapabocas, asistió a manifestaciones públicas de sus partidarios, negó las evidencias de que el virus representa una amenaza y defendió medicamentos no probados en vivo en televisión. En lugar de instar a la ciudadanía a que se preocupe o de expresar su simpatía por el escandaloso número de muertes, arrojó más información errónea sobre la seguridad de las personas sanas frente al virus.
El populista de la pandemia muestra pocos signos de cambio de rumbo. Por el contrario, la pandemia proporciona una bienvenida distracción de las investigaciones criminales acumuladas que amenazan su presidencia.
Aunque el presidente podría ganar algo de simpatía de su base por haber contraído el virus y haber sobrevivido, podría marcar el comienzo del fin de la administración más caótica de la historia de Brasil. La respuesta de su gobierno a la pandemia se ha caracterizado por la incompetencia, la imprudencia y la crueldad, y no hay ninguna señal de que la enfermedad haya cedido. Hoy, la respuesta nacional de Brasil está supervisada por un general del ejército en servicio activo sin experiencia en salud pública.
A pesar de que se han registrado más de 2,1 millones de casos notificados y 81.000 muertes – los expertos creen que las cifras podrían ser de 10 a 15 veces más altas – el gabinete de Bolsonaro todavía tiene que armar una estrategia coordinada que incluya pruebas serias y una estrategia de rastreo de contactos. Como resultado, Brasil registra el segundo número más alto de personas infectadas en el mundo, y podría superar a los Estados Unidos en los próximos meses.
En lugar de unificar al país y dirigir una respuesta coordinada, Bolsonaro ha tratado de descarrilar los esfuerzos de prevención, obligando a los 27 gobernadores y cientos de alcaldes del país a valerse por sí mismos. Algunos dirigentes estatales estaban recorriendo a los mercados internacionales en busca de equipo básico de protección, pero el presidente los denunció por pagar precios exagerados para conseguir máscaras, guantes y solución salina. El sistema de salud pública del país, que goza de gran prestigio y carece crónicamente de fondos, tiene a sus 300.000 profesionales de la salud sometidos a una gran presión y a los hospitales de algunas partes del país al borde del colapso. A pesar de la profundización de la crisis, Bolsonaro ha instado a las empresas a reabrir, garantizando que la crisis empeorará.
La respuesta del presidente Bolsonaro a la pandemia es una tragedia anunciada. Durante meses, el líder de Brasil desestimó la gravedad de la Covid-19, describiéndola en cambio como una leve gripe y una fantasía izquierdista. Se burló públicamente de las medidas preventivas adoptadas por los estados y ciudades, instando a los brasileños a dar prioridad a la economía en su lugar. Ignoró las órdenes judiciales de llevar una máscara, despreció el distanciamiento físico e instó a sus partidarios a invadir las instalaciones sanitarias para demostrar que la enfermedad era exagerada.
Al resistirse activamente a las medidas básicas de salud y alentar a la ciudadanía a evitar tomar precauciones básicas, puede haber condenado a decenas de miles a una pronta desaparición. La prensa brasileña ha expresado su indignación por la imprudencia e irresponsabilidad del presidente, incluso cuando sus defensores se reúnen en torno a él.
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