Pero cuando la noche siguiente la Conmebol dio luz verde a los equipos de América de Cali y Atlético Mineiro para entrar al campo, nuevamente en el estadio Romelio Martínez, en Barranquilla, ya no podemos decir que sus acciones solo conllevan incompetencia. Ese mismo jueves, la Asociación Colombiana de Futbolistas Profesionales (Acolfutpro) ya había pedido que los partidos de la copa Libertadores no se realicen en el país hasta que se resuelva la situación. También informó que apoya las protestas y que está con la gente. "Nos unimos a esas voces que piden un país más justo, equitativo e inclusivo, en el que se nos garanticen a todos, sin distinción, las condiciones mínimas para vivir con dignidad", dijo en un comunicado.
Transferir juegos o incluso posponerlos no es algo tan excepcional. El 5 de mayo, por ejemplo, la Conmebol trasladó, a última hora, la sede del partido entre el Junior y el Fluminense de Barranquilla a Guayaquil, Ecuador, cuando los atletas de Fluminense ya estaban en Colombia.
Pero el partido entre el América de Cali y el Atlético Mineiro se celebró en Barranquilla de todos modos. Una vez más, 22 profesionales se enfrentaron deportivamente mientras los ciudadanos eran agredidos a escasos metros fuera del campo. Ambos equipos pidieron al árbitro uruguayo Andrés Cunha que diese por terminada la primera parte antes de tiempo. Cunha se negó y los jugadores tuvieron que, por su cuenta, matar el tiempo hasta el fin de la primera mitad. Los defensas y el portero de Cali tocaron el balón entre ellos frente a jugadores estáticos del Atlético. Sin embargo, los atletas acabaron regresando al campo 15 minutos después para disputar la segunda parte y concluir el partido.
En ese momento, la actitud de la Conmebol ya no podía interpretarse como otra cosa distinta que una actitud política. La Conmebol no sólo fue insensible, sino que también mostró connivencia. Demostró que antes prefiere apoyar al gobierno de Iván Duque y su represión sangrienta que respetar a la población colombiana. Sus dirigentes pueden haber creído que la celebración de los partidos de la copa Libertadores en los que participaron dos grandes equipos colombianos – dos equipos de dos de las ciudades más afectadas por la violencia policial , Cali y Barranquilla – desviaría el foco de las protestas. Si esa era la intención, le salió el tiro por la culata.
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