
Foto cortesía de Lalineadefuego. Todos los derechos reservados.
Durante los embriagadores días de la Asamblea Constituyente finalizada con la proclamación de la nueva Constitución de 2008, se figuró mucho lo que sería la nueva economía de país – la del Buen Vivir. La economía de un nuevo mundo feliz: respeto por el medio ambiente, el combate contra la desigualdad y la posibilidad de salir de la pobreza serían los pilares de ese nuevo mundo. Uno de los motores de esa nueva economía, se dijo, sería el turismo – en particular, el turismo comunitario. Pero algo salió mal, y no sólo con la Constitución.
Para lograr que el turismo comunitario despegase resultaba esencial que el país hiciera esfuerzos por dejar atrás su dependencia del petróleo y otros proyectos extractivos. Se trataba de pensar de otro modo, de estimular nuevas formas de economía tales como las que parecían celebrarse en la nueva Constitución. No sucedió así. Claro está, hay carreteras nuevas y buenas, hay proyectos hidroeléctricos, hay nuevos hospitales todo necesario, pero insuficiente. Los grandes planes para construir una economía basada en el turismo, la tecnología, el conocimiento, la biodiversidad se quedaron truncos.
Seguramente, como se anunció, esos cambios requerían mucho tiempo, décadas, y tal vez estamos todavía en la primera etapa, cuando los grandes cambios soñados aún no se visibilizan. O quizás los sueños eran muy grandiosos y las posibilidades de realizarlos siempre mínimas, en un país pequeño cuyo peso económico y estratégico no basta. Quizá la culpa fue de los precios de las commodities, que subieron tanto que se esperaba que la lógica de estar sentado sobre un saco de oro iba a ganar siempre. Lo demás se quedó en el olvido. Era una oportunidad que no se podría ignorar. Quién sabe…
Lo que sí se sabe es que a pesar de la retórica oficial – salvo las campañas mediáticas durante el ‘super bowl’ en Estados Unidos – el pilar del turismo nunca gozó de una base sólida de apoyo estatal. No obstante, aun en ausencia del apoyo gubernamental, siempre hay gente y comunidades que creyeron en sus propios proyectos. Aunque muchos fracasaron por falta de viabilidad, capacitación, o apoyo institucional, otros tuvieron éxito a pesar de todo. Estos, se dijo, eran los ejemplos a seguir.
Mientras estos proyectos no se encontraran con la minería o el petróleo, no suponían un problema. Era el mejor de todos los mundos. Pero cuando esto sucedió, las grandes empresas y el estado llevaban todas las de ganar, mientras que los pequeños proyectos de turismo comunitario…
Huaorani Lodge: el nuevo mundo del turismo
Uno de los proyectos estrella, el ejemplo vivo de la nueva forma de hacer turismo fue Huaorani Lodge, una acomodación turística que abrió sus puertas en el 2008. Construido con el concurso de cinco comunidades Waorani , apoyado por instituciones como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Rainforest Action Network y la agencia de cooperación alemana GIZ, el Lodge fue la continuación de un proyecto turístico que recibió premios internacionales: “Amazon Headwaters with the Huaorani”.
Las comunidades escogieron la ubicación de la estructura y construyeron las cabañas, la agencia de turismo. TROPIC, que venía trabajando con las comunidades a lo largo de dos décadas, propulsó el proyecto a nivel internacional y las instituciones internacionales apoyaron con capacitación y financiamiento.
Desde el inicio de operaciones, Huaorani Lodge fue un éxito, loado y premiado a nivel internacional. Para la industria de ecoturismo responsable, el Lodge se convirtió en proyecto emblemático. Se referenciaba al proyecto en el mundo de la investigación académica por su modelo de consultas con las comunidades, por el hecho de que las comunidades indígenas eran propietarias de la iniciativa y la infraestructura, además de por qué representaba una alternativa de ingresos frente a las empresas petroleras y una oportunidad para los jóvenes, que así podían permanecer en sus comunidades y preservar la cultura. Para redondear, uno de los componentes más importantes del proyecto era el apoyo a la conservación de la naturaleza. El Huaorani Lodge fue el perfecto ejemplo de cómo podría funcionar un nuevo tipo de turismo solidario. En el modelo, todos los actores ganaban.
Según Andy Drumm, biólogo galés involucrado en el trabajo turístico con los Waorani desde 1994, el objetivo era doble. Por una parte, encontrar una forma de relación de este pueblo con el mundo occidental en la que ellos mismos controlasen la intensidad y el vínculo, dado que históricamente esta relación había sido tutelada por empresas petroleras, evangelistas o madereros. El segundo objetivo era encontrar una forma de proteger los bosques de la Amazonía. Parecía una solución perfecta.
“Fue cada vez más rentable”, manifiesta Jascivan Carvalho, actual gerente de la agencia TROPIC. “Al inicio no hubo ganancias a final de año como esperábamos, pero la ventaja era que el Lodge proporcionaba trabajo e ingresos para la gente de las comunidades”. Con el tiempo esto cambió. El proyecto fue reconocido varias veces a nivel internacional. Moi Enomenga, líder waorani y uno de los protagonistas del proyecto, ganó un premio de National Geographic por su labor de promoción de la protección del bosque amazónico. La fama del Lodge y el número de turistas se iba incrementando. Con la ayuda del PNUD se estableció una reserva de 50 mil hectáreas para consolidar el proyecto turístico como una iniciativa de conservación.
Nada es para siempre
En su afán por encontrar más petróleo para compensar el declive de los viejos campos petroleros del norte amazónico, el gobierno desplegó operaciones de exploración en los bloques petroleros ubicados en el centro y sur de la Amazonía. Si bien el bloque 21, donde se ubica el Huaorani Lodge, fue concesionado ya en 1995 y posteriormente entregado a la estatal Petroamazonas EP en 2010, la exploración nunca llegó a los territorios de las cinco comunidades. Fue una cercanía distante y bastante cómoda, se podría decir. Muchos se mostraron escépticos acerca de la presencia de petróleo en la zona, por lo que era fácil imaginar que no llegaría a ser una amenaza real.
Pero nada dura siempre y el desenlace posible y temido llegó en diciembre de 2015. Después de varias reuniones con TROPIC y negativas por parte de las comunidades, finalmente las comunidades de Quehueiriono, Nenkepare, Apaika y Wentaro aprobaron un convenio entre la Nacionalidad Waorani de Ecuador (NAWE) y la petrolera Sinopec, empresa china contratada por Petroamazonas para llevar a cabo la exploración sísmica en el bloque. Según este convenio, la petrolera acordó pagar 1.245.240 dólares a la NAWE, para su distribución entre las comunidades y para actividades de apoyo al desarrollo de las comunidades Waorani de las tres provincias: 50% a la firma y 50% una vez concluida la exploración. Sin embargo, según un reportaje de El Comercio, algunos reclamaron no haber recibido nada.

Eme, guía de turismo waorani, afirma no haber recibido ningún ingreso o beneficio de la empresa petrolera. Foto cortesía de Lalineadefuego. Todos los derechos reservados.
Se puede acusar a los Waorani de tener una visión cortoplacista pero, en su defensa, hay que tener en cuenta que su realidad cotidiana no es la de unos indígenas felices jugando en el bosque que les provee todo. El Estado es una figura ausente, fenómeno que se ha convertido en la raíz de muchos problemas y vulnerabilidades. Tal como menciona Moi Enomenga, por entonces Presidente de la NAWE, “la gente de las comunidades tiene necesidades de movilización, emergencias médicas, entre otras cosas. El contacto con el exterior es el avión, y el avión cuesta”. Además, los jóvenes no quieren quedarse atrás, les interesa el mundo exterior: las computadoras, los equipos, las motos… la vida moderna.
En suma, aceptaron el dinero. Quizás percibieron el acuerdo como una oportunidad en un millón. Como explicó Moi en un programa de televisión norteamericano, “Trabajamos con todos, con el petróleo, con el turismo, con lo que sea…” Es fácil de entender.
Finalmente llegaron los trabajadores y las maquinarias. La exploración sísmica produjo sus subsecuentes efectos de ruido, trastocaron la floresta y el Lodge se cerró. Al inicio, dice Sebastián Meneses, abogado de TROPIC, se negoció una zona de exclusión de 5.000 Ha. para proteger el negocio, el bosque alrededor del Lodge, y proveer un refugio para los animales. Pero sin previo aviso, dice, la extensión se redujo a 1.700 Ha: “Ni siquiera nos contactaron para enterarse de la operación turística, para definir espacios horarios, códigos de conducta y hasta las coordenadas de la zona de exclusión….”.
A partir de ahí, las opciones se redujeron. El problema, comenta Meneses, es que no hubo consulta con TROPIC. La petrolera desconoció el carácter societario del proyecto, jamás conversó con TROPIC, sino exclusivamente con los Waorani. “La empresa sabía que éramos socios del proyecto y sin embargo no consideró necesario dialogar”.
Carvalho es más directo. “Algunos pueden pensar que esto es nada más que un asunto para buscar una recompensa, que se trata solo de dinero y, claro, el Huaorani Lodge sí es un negocio. Pero lo que hay que tomar en cuenta es que hemos invertido tiempo y dinero en el proyecto precisamente porque es más que un negocio. Empezamos trabajando con los Waorani hace más de veinte años porque creíamos, y seguimos creyendo a pesar de todo, que el turismo representa una de las pocas alternativas que tienen las comunidades amazónicas para preservar su propia cultura y el bosque tropical que forma parte esencial de ella. Y creo sinceramente que tuvimos razón. Es el trabajo de todos crear las condiciones en las que las culturas ancestrales puedan florecer.”
Lo que no queda claro es si las dos partes están perjudicadas por la actuación de una petrolera contratada por una empresa estatal, ni por qué el Estado solo asume la responsabilidad por el perjuicio a una de ellas. Parece poco lógico. La sospecha es que las petroleras siempre prefieren ‘negociar’ con los ‘indios’ de la Amazonía, porque históricamente han mantenido una relación desigual con ellos y por tanto les resulta más fácil y menos costoso.

El avión es la forma de contacto más viable para en estas comunidades. Foto cortesía de Lalineadefuego. Todos los derechos reservados.
¿El fin del camino?
Se pensaba que el cierre de Huoarani Lodge iba a ser temporal, pero la realidad ha sido que, en el conflicto entre petróleo y ecoturismo comunitario, nunca tuvieron las de ganar. El Lodge y el proyecto se esfumaron en el olvido. Con los trabajadores de la petrolera por todos lados, ya no se podía atraer clientes a un proyecto cuyo propósito era proporcionar una alternativa al petróleo. Ahora el objetivo es ver si sería posible abrir el Lodge de nuevo. Pero hay complicaciones.
Uno de los obstáculos es el mantenimiento. Carvalho explica que, al inicio, esperaban que las mismas comunidades se hicieran cargo del mantenimiento del Lodge, pero esto no funcionó como esperaban. Y como pasa con todo en la Amazonía, en particular con infraestructuras hechas de madera y otros materiales orgánicos, es que sin atención constante, éstas empiezan a descomponerse.
Además, durante los ocho meses de presencia de trabajadores de la empresa sísmica en la zona, se registraron pérdidas de materiales y equipos, y entonces empezaron a pensar que quizás el cierre no iba a ser temporal. Tras varias reuniones entre los principales actores, la situación todavía no se resuelve.
“Lo ideal sería volver a abrir el Lodge”, dice el gerente de la Agencia. “Esperamos que con la cooperación de todos los involucrados, esto sea posible. Pero, para hacerlo, hay que reparar los daños y recuperar la presencia perdida en el mercado internacional. Lo que nos parece absurdo es esperar que nosotros corramos con los costos, cuando nosotros somos los perjudicados. Y hasta ahora el Ministerio de Ambiente de Ecuador (MAE) no coopera”.
Una carta del Ministerio de Ambiente declara que La Agencia TROPIC tiene una relación con la NAWE (y de ahí, se supone, con el proyecto mismo) pero no está dentro del ‘área de influencia social directa’ – una posición que en el mejor de los casos parece ‘ingenua’. Es evidente que, como organización regional, la NAWE tiene que responder a muchas necesidades, principalmente por la ausencia del Estado, una ausencia que en verdad es la raíz del problema. Es igualmente evidente que su trabajo no es el turismo y que no va, ni tiene la capacidad de operar un proyecto como Huaorani Lodge. Lo que parece haber escapado la atención del MAE, dice Carvalho, es que la operación del Lodge consta de dos partes, TROPIC y las comunidades, y que “las dos resultan imprescindibles para que el proyecto funcione”.
Por desgracia, el problema que afecta al Lodge no es algo único: es el mismo conflicto que se evidencia actualmente en Intag y otros lugares del país. La causa fundamental es que los proyectos sostenibles como el turismo comunitario, que representan una apuesta por un futuro más sano, una vida más sana, son considerados de menor importancia y, por consiguiente, prescindibles.
Por eso cabe cuestionar las prioridades y preguntarnos qué lecciones se pueden sacar de del caso. ¿Proteger las culturas y el medio ambiente está bien, el turismo comunitario está bien, pero si hay conflicto con las empresas mineras, las petroleras, las palmeras, las floricultoras, con la fábrica de Coca Cola, ¿ya no? Si el estado y las petroleras pueden irrumpir sin control y perjudicar el negocio de un proyecto tan emblemático como el Huaorani Lodge, que ha recibido tanto apoyo internacional, ¿qué posibilidades tienen otros proyectos?
Este artículo fue publicado previamente por Lalineadefuego.
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