
Lenin Moreno, a la izquierda, en su inauguración como nuevo presidente de Ecuador en el Pleno de la Asamblea Nacional el miércoles, 24 de mayo de 2017. El ex presidente Rafael Correa, le da la bienvenida, en Quito. Foto: Gabriela Mena/ACG /SIPA USA/PA Images. Todos los derechos reservados.
Cuando pienso en Rafael Correa, y supongo que en Ecuador todos lo hacemos más a menudo de lo que deberíamos, la imagen que viene a la mente es la de un toro. Un toro fuerte, feroz e incansable, con muchísimo empuje. El problema, por supuesto, es que los toros también pueden ser peligrosos y destructivos; si uno se acerca demasiado a un animal tan grande en un espacio pequeño, es probable que resulte herido.
Ecuador es un espacio pequeño, y mucha gente ha resultado herida en los últimos diez años por la actitud de toro que ha asumido Correa para hacer las cosas. Y es cierto que consiguió hacer muchas cosas. Para el observador foráneo, es obvio que el país ha cambiado, y no sólo a nivel de infraestructuras. Tras un período tumultuoso de siete presidentes en diez años, Correa dio a los ecuatorianos la estabilidad política y un sentimiento de orgullo que nunca antes habían experimentado, con la probable excepción de la victoria militar sobre Perú en la guerra fronteriza de 1995. Esto no debe sorprender. Después del desastre económico de principios de siglo, cuando los niveles de pobreza se elevaron brevemente por encima del cincuenta por ciento, y parecía que la mitad de la población había emigrando, o por lo menos estaba considerando hacerlo, Correa estabilizó el país y lo puso en el mapa.
Llamar a Moreno débil no es más que pura arrogancia.
Pero volvamos a lo negativo. Confieso admirar a aquellos bendecidos con el impulso y la energía para hacer que las cosas sucedan, a la vez que reconozco que la capacidad de "hacer las cosas" suele ir acompañada de un deseo (presentado como necesidad) de pasar por encima de los desafortunados que se interpongan en el camino. Y esto se junta con una actitud negativa hacia los opositores políticos, que tratan de descarrilar el "proyecto". Durante los últimos diez años, muchos, en ambas categorías, han sentido el aliento del toro en la nuca.
En consecuencia, el candidato del partido del gobierno a las últimas elecciones presidenciales, Lenin Moreno, ganó apenas por muy poco, y lo hizo principalmente porque él no era Rafael Correa. Prometió un estilo de gobierno diferente. Y, después de los primeros dos meses, podemos decir que tenemos exactamente lo que prometió. Curiosamente, eso ha dejado a mucha gente insatisfecha dentro de la gobernante Alianza País. Moreno ha sido acusado de traidor, débil, mentiroso, neoliberal, vendido a la derecha y todo esto, por los que están en su propio bando, incluyendo el mismo ex presidente. Correa ha atacado activamente a su sucesor, a la manera de Trump, renegando diariamente y causando un gran daño, al seguir embistiendo en su propio corral.
¿Por qué? La razón básica tiene poco que ver con la ideología, aunque así es como ha sido vestida por muchos de los miembros del antiguo régimen. Llamar a Moreno traidor al proyecto requiere definir ese proyecto, lo cual podría resultar difícil, dado que una de las principales características del gobierno de Correa ha sido el pragmatismo. Llamar neoliberal a Moreno es olvidar lo que es el neoliberalismo, olvidar que el Acuerdo de Libre Comercio con la UE fue firmado por Correa (probablemente era inevitable), que Correa arrendó campos petroleros y propuso la venta de instalaciones hidroeléctricas (arrendamientos a largo plazo), así como la venta del nacionalizado Banco del Pacífico o la Compañía Aérea Nacional, Tame, lo que sería una bendición si fuera posible encontrar un comprador que pagase más de 100 dólares. Llamar a Moreno débil no es más que pura arrogancia.
La economía tampoco está en buena forma, y los bajos precios del petróleo significan que el gobierno ya no tiene la capacidad de alimentar la locomotora económica. Moreno podría haber sido más cuidadoso con algunos de sus nombramientos ministeriales, y no nombrar a personas que él sabía, o debería haber sabido, iban a ser un problema para muchos de sus compañeros del partido. Por otro lado, es probable que, en verdad, resulten muy pocos los cambios reales en las políticas gubernamentales heredadas. Ha sido evidente, por algún tiempo, que una gran cooperación con el sector privado iba a ser necesaria, y que tendría el precio de incrementar su influencia política. Es dudoso que el mismo Correa haya podido hacer mucho al respecto. Incluso preparó el terreno. La diferencia es que, sin duda, él lo habría vestido como algo heroico.
Esa palabra: Odebrecht
El escándalo relacionado con la empresa brasileña se ha convertido en aquellas cien mil moscas que acudieron al panal de miel.
La verdadera cuestión aquí es, probablemente, la falta de interés de Moreno por jugar a ser Medvedev, con Correa haciendo de Putin. En respuesta a las críticas de Correa y, para ser justos, dada la necesidad que tiene de consolidar sus índices de aprobación y la consiguiente capacidad de gobernar, Moreno le ha devuelto el golpe. En el proceso, se ha distanciado del ex presidente y ha cometido la herejía de sugerir que no todo era brillante y bonito en la casa que construyó Correa. Al criticar al ex presidente con sus propios propósitos políticos, y también debido a un genuino desacuerdo, Moreno pudo haber comprometido gravemente las posibilidades del ex presidente de volver a postularse en 2021. Correa, y aquellos aliados políticos que se beneficiarían con su regreso, no están del todo contentos con la crítica, por no decir más. Esto es pura especulación, por supuesto pero, para ser honestos, es difícil encontrar otra razón plausible para la avalancha de hostilidad contra Moreno por parte de Gabriela Rivadeneira y Marcela Aguiñaga: respectivamente Ex-Presidente y Vicepresidente de la Asamblea Nacional.
Luego está esa palabra: Odebrecht. Para continuar con las metáforas de animales, el escándalo relacionado con la empresa brasileña y sus prácticas corruptas y corruptoras se ha convertido en aquellas cien mil moscas que acudieron al panal de miel. Mantener tapados los escándalos de corrupción en Ecuador en los últimos diez años ha sido posible gracias a amenazas y promesas. Sólo los rumores sobrevivieron a la presión. Se dijo que Correa y Glas habían estado involucrados en una pelea sobre la corrupción del propio Glas. Pero, ¿quién sabía con certeza si eso fuera cierto? Era sólo un rumor. Pero Odebrecht no es un rumor, sino otra cosa muy distinta: un escándalo internacional, en el que los actores internacionales tienen interés en asegurarse de que los casos sigan abiertos. El mismo sonido de la palabra debe provocar escalofríos en la columna vertebral de muchos de los implicados.
Dos ministros han caído, y la soga está apretando ahora lentamente el cuello del vicepresidente, Jorge Glas y su tío Ricardo Rivera que parece ser el eje de la trama. Las grabaciones realizadas por José Conceição Santos, anterior representante de Odebrecht en Ecuador, de las conversaciones entre él y el Contralor del Estado Carlos Polit, actualmente fuera del país y que probablemente no regresarán, mencionan que Glas pidió dinero por todos los contratos de Odebrecht. Las piezas empiezan a encajar. Para complicar el asunto, hay otros casos de corrupción que parecen implicar al Vicepresidente. Hasta ahora, los partidarios de Correa-Glas parecen creer que el simple hecho de manifestar su apoyo a Glas y culpar de todo a una campaña para desacreditarlo, hará que todo desaparezca. Pero no lo hará. La negación sólo empeorará las cosas.
El Vicepresidente, casi seguro de que Lenin Moreno estaba a punto de despojarlo de sus funciones, lo atacó en una carta abierta, lo que, por supuesto, hizo su destitución aún más probable. Negarlo todo ha sido la táctica elegida por Glas, y aunque es un hecho que aún no se ha encontrado evidencia, como Moreno ha dicho recientemente, el dedo acusador señala hacia él. Y es un dedo muy grande. El Fiscal General está bajo presión para formular cargos, pero para someter a Glas a un proceso penal o a una destitución, la Asamblea Nacional tendría que dar luz verde. Eso sólo parece posible en el caso de que el propio partido del Vicepresidente lo apruebe. Si lo hace, el protegido de Correa se verá en una posición sumamente incómoda. Pero si, por el contrario, no lo hace, toda la estructura, a excepción del presidente Moreno, sufrirá un duro golpe a una credibilidad que ya está muy resentida por tanta tensión acumulada. Como dijo un comentarista local, el cinismo se convertirá en el lema del partido.
Pegarse un tiro en el pie es una cosa, pero apuntar el arma a la cabeza es otra bien distinta.
Si Glas es culpable o no, y sería difícil encontrar a una docena de personas fuera de la estructura de Alianza País que piensen que no lo es, la principal pregunta es por qué Rafael Correa insistió en situar al actual Vicepresidente en la boleta electoral. Glas comprometía claramente la campaña, y Moreno probablemente habría ganado con otro compañero de lista. Entonces, ¿por qué hacerlo? ¿Por qué insistir, en contra de los deseos de muchos de sus propios correligionarios, incluyendo a Moreno quien, en las primeras etapas, supuestamente se negó a postularse si Glas figuraba en la boleta?
Según una teoría, el plan era encontrar una forma de deshacerse de Moreno para que Glas, como Vicepresidente, pudiera ascender en la línea sucesora. Otra teoría implicaba que se encontraría una manera de instalar en la presidencia a José Serrano, el actual Presidente de la Asamblea Nacional y anterior Ministro del Interior en el gobierno de Correa. Ambas ideas parecían plausibles, pero cualquiera que sea la realidad, la primera es ahora imposible y la segunda es improbable, dado que Serrano parece estar claramente del lado de Moreno.
Es evidente que insistir en Glas, y seguir haciendo frente a revelaciones continuas, ha resultado de facto ser el tiro en el pie que muchos imaginaron que sería. El resultado podría ser un desastre para Alianza País, e implica una gran reconfiguración de la escena política. Se está pidiendo unidad en el partido pero, a menos que el acuerdo consista en permitir que se procese a Glas, poco o nada se ganará. Pegarse un tiro en el pie es una cosa, pero apuntar el arma a la cabeza es otra bien distinta.
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