Por un lado, Cuba, que fue expulsada de la OEA en 1962, ha reiterado en varias ocasiones su voluntad de asistir al evento, pero sólo fue invitada a las dos últimas cumbres, en Ciudad de Panamá, en 2015, y en Lima, en 2018. En el caso de Venezuela, que todavía sigue siendo formalmente un miembro de la OEA, para la cumbre de 2018 fueron invitados representantes del gobierno interino encabezado por Juan Guaidó, el cual es reconocido como el presidente legítimo del país por esta organización. Y en el caso de Nicaragua, a pesar de la crisis democrática que aqueja al país desde hace décadas, su reciente deriva autoritaria ha hecho que esta sea la primera vez que no será invitada al evento.
Sin embargo, podrían ser más las sillas vacías en la cumbre de Los Ángeles. En respuesta a la exclusión de estos tres países, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, anunció que no asistirá personalmente al evento a menos de que todos los países de la región sean invitados, a lo cual se sumaron los presidentes de Bolivia, Guatemala y de buena parte de las naciones del Caribe. Los mandatarios de Argentina, Chile y Honduras no han suspendido su participación, pero han llamado a que la cumbre sea “lo más amplia posible”.
Una prueba de fuego para Biden
La Cumbre de las Américas es un escenario clave para que la administración de Joe Biden concrete la promesa de retomar el liderazgo de su país en los espacios multilaterales, y para recuperar el terreno perdido en los últimos años ante China, Rusia y otros actores globales en su “patio trasero” – vale la pena recordar que el expresidente, Donald Trump, canceló su asistencia a la Cumbre de Lima en 2018, y envió en su representación al vicepresidente, Mike Pence.
Como muestra de la voluntad estadounidense de recuperar el liderazgo regional, la Casa Blanca escogió a Los Ángeles como sede del evento: una ciudad donde más del 50% de la población es hispana, que tiene estrechos vínculos con México y otros países del hemisferio, y que es un microcosmos de la conexión cada vez mayor entre la política interior y exterior estadounidense.
Estas características también llevaron a que Miami fuera elegida como sede de la Cumbre de 1994. Pero hoy, los vientos que soplan en la región parecen mucho menos favorables a los intereses de Washington.
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