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“General, su tanque es un vehículo poderoso. Arrasa bosques y aplasta a cien hombres. Pero tiene un defecto: Necesita un conductor. General, su bombardero es poderoso. Vuela más rápido que una tormenta y carga más peso que un elefante. Pero tiene un defecto: Necesita un mecánico. General, el hombre es muy útil. Puede volar y puede matar. Pero tiene un defecto: Puede pensar.”
- Bertolt Brecht
Angola no es una democracia. Cualquier análisis mínimamente serio e imparcial debe partir de la aseveración de que, en una democracia, los periodistas tienen libertad para llevar a cabo su trabajo sin ser acosados y los presidentes no permanecen en el poder 38 años y retrasan unilateralmente elecciones en función de su agenda particular. La naturaleza de un régimen no depende de que su líder sea mejor o peor que, por ejemplo, Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial o Robert Mugabe en Zimbawe. Tampoco depende del interés de algunos políticos por capitalizar la riqueza del 1% de la población, mientras la mayoría soporta pobreza y enfermedades en un país rico en recursos. Depende, eso sí, de los derechos civiles y políticos, cuyo estado en Angola es tal, según Freedom House, que el país no puede en ningún modo ser considerado un país libre.
El respeto por las normas democráticas y la dignidad humana no es algo a lo que se le puedan poner fronteras, contrariamente a lo que creen algunos. Los defensores de los derechos humanos, de la libertad de expresión y la libertad de prensa no se dedican a lavar cerebros. Luchan con el pueblo para que a todos los ciudadanos, sean portugueses o angoleños, se les respete el derecho a vivir plenamente su vida. Es un hecho que Angola es una autocracia en la que hay millones de personas que viven en la miseria porque unos pocos amasan miles de millones, y porque el señor Dos Santos es - o mejor dicho, era - un autócrata arquetípico. Y los hechos son los hechos, por mucho que se intenten tergiversar. Por desgracia, las dinámicas electorales pueden ponerlos del revés. En Angola, durante la última campaña electoral, algunos políticos han acusado a los defensores de los derechos humanos de ser agentes imperialistas, perdiendo así una magnífica ocasión de elegir mejor sus palabras o, como mínimo, de ocultar su desinterés por lo que les ocurre a quienes viven fuera de las lujosas comunidades valladas de Luanda.
¿Se separan los caminos?
Desde que Angola se independizó de Portugal en 1975, el país ha estado gobernado por un solo partido: el Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA) y ha conocido sólo dos presidentes: Agostinho Neto, el fundador del partido - hasta su muerte en 1979 - y, desde entonces, José Eduardo dos Santos. Después de casi cuarenta años en el cargo, hoy el Sr. Dos Santos ya no es presidente. João Lourenço, ex Ministro de Defensa, general de artillería y miembro de primera hora del MPLA, es ahora el nuevo presidente. Pero que nadie se lleve a engaño: el Sr. Dos Santos seguirá controlando su partido y sus allegados seguirán estando protegidos y a salvo: se han aprobado leyes que impiden que el nuevo presidente pueda destituir a los jefes militares y de las fuerzas de orden público en los próximos ocho años. En cuanto a su familia, les deja apañados: su hija, la mujer más rica de África, seguirá a cargo de Sonangol, la petrolera estatal, y su hijo, José Filomeno, seguirá controlando el multimillonario fondo soberano del país. Mientras la familia Dos Santos y su círculo continúen detentando el control de Angola, continuarán la corrupción y el nepotismo. Es difícil creer que Joao Lourenço esté dispuesto o que sea capaz de cumplir su promesa electoral de acabar con la corrupción si ello significa ir en contra de los intereses de su partido.
El cambio vendrá tarde o temprano y vendrá de abajo.
Mientras el Sr. Dos Santos permanezca en las bambalinas del poder y una reducida élite de familias sumamente ricas controle la economía del país, no puede esperarse que nada cambie en la cumbre. Pero el cambio vendrá tarde o temprano y vendrá de abajo. Angola es un país represivo y corrupto en el que el ex presidente logró mantener casi invisibles a los pobres, pero en el que uno de cada cinco niños muere antes de los cinco años, un tercio de la población vive bajo el umbral de la pobreza y miles no disponen de agua corriente, ni escuelas, ni hospitales, ni carreteras. Pero a medida que la crisis económica se fue desarrollando, se disparó la inflación, se desplomó el precio del crudo y se extendió el desempleo, lo invisible se volvió visible, los políticos internacionales que hasta entonces eran amigos fueron volviéndose menos amigos y cada vez son más los jóvenes angoleños – dos tercios de la población tiene menos de treinta y cinco años – que han venido desarrollando una conciencia política. Cada vez más, pocos son los que creen que pueda producirse una transición democrática en Angola sin una acción decisiva por parte de la gente.
¿Fraude electoral?
La Comisión Electoral de Angola (CNE) confirmó el 6 de septiembre a João Lourenço como nuevo Presidente. El MPLA ganó las elecciones, celebradas el 23 de agosto, con el 61,07% de los votos y obtuvo 150 escaños de un total de 220. La Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA) quedó en segundo lugar con el 26,67% de los votos, y la Convergencia Amplia para la Salvación de Angola (CASA-CE) en tercer lugar, con el 9,44% de los votos. Estas elecciones, sin embargo, han estado bajo un manto de sospecha desde mucho antes de que se celebrasen.
El gobierno de Angola invitó a la Unión Europea como observadora apenas un mes antes de las elecciones. La UE, conforme a sus normas, solicitó al Gobierno angoleño la firma de un memorándum que garantizara el acceso de sus observadores a todo el territorio, imparcialidad en el recuento e independencia de las comisiones electorales encargadas de dicho recuento. El gobierno, a través de su ministro de Asuntos Exteriores, George Chikoti, rechazó esta petición, alegando que aunque invitaba a los observadores de la UE, Angola "no estaba dispuesta a recibir lecciones de nadie en materia de elecciones". La invitación, obviamente, no era más que una cortina de humo. Se hizo por presión de la oposición y de la sociedad civil, pero el gobierno limitó inmediatamente su alcance e implicaciones. El resultado fue que la UE envió finalmente un pequeño grupo de expertos - menos de diez - que por supuesto no pudieron elaborar un informe completo del proceso electoral.
Está claro que lo que no puede defenderse es la transparencia ni la legitimidad del proceso electoral.
La sospecha se mantuvo tras las elecciones. El 24 de agosto, al día siguiente de las votaciones, un funcionario del MPLA anunció que ya había finalizado el recuento de cinco millones de papeletas, de un total de nueve millones, y que el partido en el gobierno había obtenido el 66% de los votos. El 25 de agosto, un portavoz de la Comisión Electoral Angoleña (CNE) anunciaba, sin que hubiera todavía un escrutinio final en ninguna de las 18 provincias del país, que el MPLA había obtenido el 64,57% de los votos. Pero, según los partidos de oposición, sólo en Cabinda, Uíge y Zaire se habían contado los votos de acuerdo con lo que dispone la Ley Electoral y la Constitución. Y llegaban noticias de que en otras provincias habían desaparecido urnas y de que personas ajenas al proceso electoral habían participado en el recuento para intentar empatar los resultados definitivos con los provisionales declarados ilegalmente con anterioridad. Como era de esperar, tanto la Comisión Electoral como el Tribunal Constitucional rechazaron las alegaciones de presuntas irregularidades, acusando a la oposición de mala fe y defendiendo la divulgación anticipada de los resultados provisionales. Pero está claro que lo que no puede defenderse es la transparencia ni la legitimidad del proceso electoral.
Un autócrata menor
Independientemente de las acusaciones de fraude electoral, los resultados del MPLA resultaron ser notablemente peores que los de 2012, cuando el Sr. Dos Santos obtuvo el 72% de los votos - lo que demuestra que el MPLA, lenta pero inexorablemente, anda perdiendo apoyos, especialmente entre la juventud urbana. Dado que los jóvenes representan dos tercios de la población, parece sólo cuestión de tiempo que los angoleños se decidan poner fin de una vez a lo que ha estado ocurriendo en su país en las últimas décadas. Ya puede decir el Sr. Lourenço que no será un Gorbachov; tampoco será un Deng Xiaoping. Los problemas de Angola van mucho más allá de la corrupción que el Sr. Lourenço afirma estar dispuesto a atajar. La corrupción es sin duda un asunto muy serio en Angola, pero para encontrar al culpable sólo hay que mirar hacia arriba: al Sr. Dos Santos, a su familia y a sus generales. Y asumir que el Sr. Lourenço va a ser capaz o estará dispuesto a ir en contra de su partido y de su líder es mera fantasía. Desde la prevalencia de una pobreza extrema hasta una asistencia médica prácticamente inexistente, Angola está dándose cuenta ahora de los efectos de décadas de autocracia, cleptocracia y nepotismo. Conseguir poner a Angola en plena forma económica, sacar a millones de la pobreza y abrir las puertas a una verdadera democracia es una tarea enorme, muy por encima de las capacidades del Sr. Lourenço.
Algunos, a esto, le llaman imperialismo - pero para la mayoría de la gente, esto es democracia.
Posiblemente José Eduardo Agualusa, el escritor angoleño más reconocido y aclamado internacionalmente, lo ha clavado en su último libro publicado, La Sociedad de los Soñadores Involuntarios. En él, un manifestante llamado Hossi, en sueños, entra en el Palacio Presidencial de Luanda y se enfrenta al Presidente, que le pregunta qué quiere. El manifestante responde: ¡todo! Y, con un gesto, parte al Presidente en dos. Tras lo cual, un presidente más pequeño emerge de los restos del anterior. El manifestante le pregunta: ¿Por qué arrestó usted a jóvenes activistas? Y el pequeño presidente se encoge aún más. ¿Por qué guardó para usted lo que le pertenece a cada angoleño? Y el presidente continúa encogiéndose. ¿Por qué les tiene usted miedo? Y el presidente, ya diminuto, sigue menguando...
La transición en Angola ya está en marcha. Por fortuna para los angoleños -excepto para el Sr. Dos Santos y su entorno- no se dirige hacia donde quisiera el ex presidente. Para que la democracia pueda florecer en Angola, no hay que confiar en el Sr. Lourenço ni en su partido: el cambio vendrá de la mano de los revus, los jóvenes en las calles que quieren tener una vida digna, asistencia sanitaria adecuada, una prensa libre y elecciones también libres. Algunos, a esto, le llaman imperialismo - pero para la mayoría de la gente, esto es democracia.
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