
El presidente ecuatoriano Rafael Correa (C) y el candidato del partido gobernante ecuatoriano Lenin Moreno (D) asisten a la ceremonia de cambio de guardia en Quito, Ecuador, el 3 de abril de 2017. Xinhua / SIPA USA / PA Images. Todos los derechos reservados.
Cuando la primera ronda de las elecciones presidenciales en Ecuador, un amigo mío que hacía de comentarista en uno de los canales de televisión nacionales dijo que una segunda vuelta le daría más legitimidad al ganador. No estuve de acuerdo con él. Se lo dije y le apunté que a mí me daba la impresión de que un resultado reñido, sobre todo si el que se alzaba con la victoria era el candidato del gobierno, podía desencadenar una campaña de desestabilización del nuevo gobierno similar a la que llevamos asistiendo en los últimos años en Venezuela. El resultado podía llegar a ser, sugerí, el peor de los mundos posibles.
Ahora, tras la segunda vuelta del 2 de abril, viendo a Guillermo Lasso, el candidato perdedor (al menos hasta que no se demuestre lo contrario), avivando su retórica y prometiendo no aceptar el resultado porque, según él, Lenin Moreno "no ganó", a la vez que sus partidarios bloquean carreteras, queman neumáticos y piden a las fuerzas armadas que intervengan, siento como si estuviera viendo una película de la que ya conozco la trama. Debo decir, por respeto a la opinión de mi amigo, que si Moreno hubiese ganado en la primera vuelta por un estrecho margen, o quizás por cualquier margen, el guión probablemente habría sido el mismo. Nada de lo que está sucediendo en las calles de Ecuador es fortuito.
Supongo que el conflicto estaba servido cuando, después de ver los resultados de una encuesta a pie de urna realizada por la empresa CEDATOS, Lasso se proclamó presidente. O fue una temeridad o, lo más probable, se trataba de un movimiento bien calculado cuyo objetivo era sentar las bases para las protestas si no ganaba en el recuento final que, al fin y al cabo, es lo único que cuenta. El único resultado final que hubiese contado para el candidato banquero era haber ganado; en cualquier otro escenario, las protestas y las acusaciones de fraude eran inevitables.
Locos sondeos
Uno de los elementos preocupantes de la encuesta de CEDATOS es que Lasso es cliente de la empresa, hecho que en sí mismo no tiene por supuesto por qué implicar parcialidad, aunque desde luego no ayuda a que se perciba lo contrario. Otros dos sondeos a pie de urna le dieron también la victoria a Lasso (uno de ellos, de la empresa Market, francamente cuestionable; el otro era de Informe Confidencial, uno de cuyos dueños, Jaime Durán Barba, asesora en cuestiones de estrategia a Mauricio Macri en Argentina), mientras que el sondeo de Perfiles de Opinión, empresa que suele favorecer a los candidatos de Alianza País (el gobierno es cliente suyo), daba como ganador a Lenin Moreno. A los encuestadores se les cree si a uno le conviene y si se está dispuesto a asumir el riesgo que conlleva hacerlo, como la propia Alianza País ha podido comprobar en más de una ocasión.
Por otra parte, no hay duda de que, para cualquier observador, los resultados de las encuestas a pie de urna resultaron sorprendentes - incluso tomaron por sorpresa a la candidatura de Moreno, que prometió aguardar al recuento final. La razón de la sorpresa fue que, tan sólo diez días antes, todos los encuestadores, incluso CEDATOS, pronosticaban una victoria de Moreno por un margen de al menos cuatro puntos. Y aunque por supuesto las cosas pueden cambiar en el plazo de una semana, parece dudoso que pudiesen cambiar tanto como para darle la vuelta a las encuestas. Pero las dudas no parecían preocupar a Lasso ni a la mayoría de los principales canales de televisión nacionales, casi todos fervientemente contrarios a Lenin Moreno y, sobre todo, a Rafael Correa y al partido de ambos.
¿Hubo fraude? Imposible saberlo sin el recuento que Alianza País ha aceptado ya parcialmente. Dadas las declaraciones de los dirigentes del partido perdedor – aseguran que han revisado cerca de 4.000 actas y que han hallado irregularidades -, lo más probable es que la acusación de fraude sea una estrategia y que, por muchos votos que se recuenten, la oposición nunca quedará satisfecha. Pero el fraude no es en absoluto descartable: tras la primera vuelta hubo reclamaciones aparentemente legítimas que no llegaron nunca a investigarse. Lo que estas irregularidades a las que alude la oposición significan en términos de redistribución de votos es pura conjetura. Los recuentos parciales que se han llevado a cabo en Pichincha, la segunda provincia más poblada del país, confirman el resultado final de las elecciones. La oposición mantiene, sin embargo, que lo único que le vale es un recuento voto a voto. Pero con los resultados finales ya proclamados, le quedan pocas posibilidades de que el CNE o los tribunales acepten sus reclamaciones.
La gente se cree lo que está dispuesta a creer
El problema no es simplemente el de un posible fraude, sino también de que la mayoría de los ecuatorianos quieran creer que el Consejo Nacional Electoral (CNE) puede ser parte del fraude. Una serie de acciones sumamente cuestionables a lo largo de los últimos años, especialmente la descalificación por parte del CNE de las firmas recogidas en apoyo a la celebración de un referéndum sobre la explotación petrolífera en el Parque Nacional Yasuní, han pasado factura. El resultado es que la reputación del Consejo, cuya composición dominan los miembros afines al partido del gobierno - como en casi todos los organismos estatales -, dista de ser intachable. Las personas que protestan en las calles no son todos, por lo tanto, partidarios de Lasso, sino que un porcentaje considerable, imposible de evaluar, son personas que simplemente no se creen al gobierno. Lo que quieren es transparencia y no una presidencia de Lasso.
Retrotrayéndonos un poco, la raíz del problema podría hallarse en las buenas intenciones de los redactores de la constitución ecuatoriana de 2009 - intenciones que en la práctica parecen haber allanado el camino, si no hacia el infierno, sí hasta algún lugar lo suficientemente cercano a ellas como para que la mayoría de los ecuatorianos sientan el calor de las llamas. El Consejo de Participación Ciudadana (CPCCS), creado como parte de la nueva constitución para "despolitizar" la selección de candidatos a los principales organismos e instancias del Estado – el Defensor del Pueblo, el Interventor y, el más importante, el Fiscal General - se ha convertido en una herramienta del gobierno para hacer todo lo contrario.
En su día fue una buena idea que burbujeó en el ambiente efervescente que rodeaba la Asamblea Constituyente que se convocó tras la primera victoria de Rafael Correa, a finales de 2006. Quizás los redactores del documento fueron ingenuos, o tal vez subestimaron la considerable perspicacia política de Correa, o tal vez nadie esperaba que Alianza País dominara la escena política como lo hizo tras las elecciones de 2013. Sea cual sea la razón, el Consejo se ha convertido en uno de los principales problemas del sistema político ecuatoriano. Y la gente - mucha gente, a juzgar por el porcentaje de votos que ha obtenido Lasso - está simplemente cansada de que eso sea así.
Si se logra controlar el Consejo, entonces se controla todo lo demás. Algo muy simple, a decir verdad. Y una forma muy efectiva de mantener a los adversarios políticos bajo control, que es exactamente lo que ha hecho Rafael Correa. Con una mayoría de dos tercios en la Asamblea Nacional tras las elecciones presidenciales de 2013, él y el partido gobernante hicieron lo que quisieron. Y estaban satisfechos de lo mucho que hacían – un mucho que significó mucho dolor para muchas personas y organizaciones que no encajaban en la visión de Rafael Correa. Para empeorar aún más las cosas, un claro objetivo fue la izquierda.
Algunas de las organizaciones situadas en ese extremo del espectro político dieron abiertamente su apoyo a Lasso. Mientras que el consejo directivo de la organización indígena Ecuarunari tuvo que refrenar a su presidente, Carlos Pérez, que declaró públicamente que un banquero era preferible a un dictador, la Unidad Popular, el más izquierdista de todos los partidos en liza, tomó la dramática decisión de hacer campaña por el banquero. La decisión dejó a muchos, como mínimo, rascándose la cabeza y preguntándose cómo podía ser que un partido con vínculos (indirectos, según dicen) con el Partido Comunista Marxista Leninista de Ecuador hiciera campaña por un banquero pro-mercado, miembro de la organización católica de extrema derecha Opus Dei, vinculado a personas como Álvaro Uribe, José María Aznar y John Negroponte, y cuyo papel en la desastrosa crisis bancaria de 1999-2000 nunca ha llegado a explicarse adecuadamente. El Partido Comunista Ecuatoriano, por su parte, apoya a Correa.
De tramas y hombres
Las teorías conspirativas pueden ser útiles como herramienta política y la mayoría de ellas no son más que eso: intentos de desacreditar a los opositores. Alianza País no es ninguna excepción en usar lo que tenga a mano para socavar a Guillermo Lasso y sus ‘aliados’ izquierdistas, y Rafael Correa ha sido siempre propenso a citar a la CIA como fuente de toda oposición en el país. Pero al igual que con las acusaciones de fraude, todo depende de lo que el público esté dispuesto a creer. En el marco de los últimos acontecimientos, Rafael Correa ha acusado a Lasso, CEDATOS y Participación Ciudadana, una de las empresas que realizaron un rápido recuento de votos, de conspirar contra el candidato de su partido.
La realidad es que son pocos los que se creen las afirmaciones de Correa sobre la CIA: aparte de lo chapuceras de algunas de las pruebas aducidas y la visible erosión de su credibilidad, hay tanto de lo que quejarse, que es fácil entender por qué mucha gente está, digamos, 'alterada'. Esta vez, sin embargo, aunque Correa no ha culpado directamente a la CIA, sus afirmaciones son más creíbles. La estrategia de la derecha en Venezuela y otras partes del mundo, los lazos de Guillermo Lasso con la derecha, la corrupción en círculos gubernamentales y la ira de varios sectores de la población han llevado a muchos a sospechar que la derecha, oliendo sangre, se ha embarcado en una campaña para ganar como sea, le tome esto el tiempo que le tome. La CIA puede no tener la capacidad o la habilidad para controlarlo todo, pero lo cierto es que, más allá de cualquier duda razonable, está en activo en Ecuador.
No está claro que el gobierno tenga pruebas suficientes para respaldar su teoría. La policía ha llevado a cabo un registro de las oficinas de CEDATOS y habrá que esperar para ver qué es lo que encuentran, si encuentran algo. En estos momentos, no puede descartarse que se trate simplemente de otro episodio del sucio mundo de la política, un mundo del que muchos de los que ahora están extremadamente decepcionados pensaron, en 2006, que Rafael Correa les libraría. Pero con el paso del tiempo y episodios como la revuelta de la policía de 2010, las buenas intenciones se transformaron en pragmatismo, ayudando a allanar el camino hacia un lugar al que la mayoría de nosotros en la izquierda preferiríamos no ir, con él o con cualquier otro líder.
Más divididos que nunca
Si esa izquierda ya andaba dividida en los 10 años que Rafael Correa dirigió el país, ahora, con Guillermo Lasso y su campaña por la "democracia" ocupando las calles y apelando a la "suprema instancia" moral, la tendencia es a fracturarse más nunca. La izquierda radical se ha unido con la derecha radical y el ganador es el centro extremo: Alianza País. La gran pregunta es si Lenin Moreno, ganador confirmado en el recuento final, podrá sanar las divisiones. Como miembro de uno de los grupos revolucionarios de los años ochenta, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), tiene vínculos y un pasado que deberían hacerle más abierto al diálogo.
Pero de poco vale el diálogo en sí mismo, al menos para los perjudicados por la política de mano dura de Rafael Correa. Lo que se necesita es un cambio real hacia políticas reales. El problema es que Alianza País se ha convertido en un gigante y a los gigantes no se les hace dar la vuelta tan fácilmente: hay involucrados demasiados intereses creados. Rafael Correa podría irse a vivir a Bélgica, el país de su esposa, tras el traspaso oficial de poder el 24 de mayo, pero imaginar que simplemente desaparecerá de la escena política es simplemente "sueños de perro", como dicen por aquí. Los que le rodeaban, los arribistas, los ideológicamente flexibles y los corruptos, ellos no se van a ninguna parte. Y hablando de corrupción: con la victoria de Moreno, quizás nunca lleguemos a saber qué funcionarios del gobierno están implicados en el escándalo de corrupción de Odebrecht.
Sea lo que sea lo que nos depare el futuro, una cosa es segura: la izquierda va a tardar mucho tiempo en superar este último desastre y, para aquellos que activamente hicieron campaña por Guillermo Lasso, el panorama parece particularmente sombrío. El acoso hacia ellos podría empeorar. Es de esperar que, en nombre de la unidad nacional, Moreno no siga con la política de venganzas a la que era tan aficionado su predecesor.
Llegados a este punto, lo que la mayoría de nosotros quiere es simplemente que termine la disputa para poder seguir con nuestra vida cotidiana. Pero si Guillermo Lasso y sus aliados se salen con la suya, no podremos conseguir lo que queremos. Como dicen que dijo Trotsky: "Puede que no te interese la guerra, pero a la guerra le interesas tú".
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